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La quiteña del Río de La Plata, al ritmo del 2 x 4

La quiteña del Río de La Plata, al ritmo del 2 x 4
13 de noviembre de 2011 - 00:00

Fue su abuela materna, Nélida Páez, la “alcahueta”  de la historia de amor entre Solange y el tango. En plena adolescencia, le insistió  en que tomara una clase del baile surgido en los suburbios bonaerenses y sofisticado en los salones parisinos. “Mi abuela bailaba por hobby, pero nunca llegó a desarrollarlo como una profesión”, sonríe, nostálgica, la nieta, nacida en Quito el 16 de noviembre de 1988; de padre quiteño, Marco Acosta, y madre argentina, Gilda Beraja.

Cuando tenía seis meses llegó a la capital que se acoda en las márgenes del Río de la Plata. Allí se quedó hasta los  seis años, para luego volver a Ecuador y pasar en  su patria andina parte de la infancia... Hoy, de nuevo, vive en  Buenos Aires, con su madre y hermana.

Allí conoció a  Max Van de Voorde, quien, a pesar de su nombre, no es un holandés sino un “pibe” nacido en  El Chaco. Actualmente es la pareja de baile de la quiteña-porteña de 22 años. Participaron en agosto pasado, por segunda vez, en la novena edición del Festival de Tango 2011, que viene a sumarse a algunas otras presentaciones públicas en las que no ha faltado el reconocimiento.

Solange inició su carrera en danzas españolas y folclóricas, en el Centro Galicia. “No me encantaba el asunto , pero me gustaba el ambiente del club”. La pregunta cajonera  surge como un resorte automático: ¿Cuándo dejó de ser un hobby para convertirse en una pasión?... Responde sin titubeos: “Fue progresivo. Empecé a darme cuenta de que no me alcanzaba con las clases y que tenía que ir a un lugar más especializado. Tomé clases en la Escuela Argentina de Tango, pero como el sitio estaba destinado a que los turistas aprendan y las clases eran caras; sentí que no avanzaba, entonces fui a la escuela de Carlos Copello, y a la Mariposita de San Telmo”.

Pero más allá de esos pasos un tanto felinos sobre la pista, lo que más le ha interesado siempre del tango es el estilo de vida que conlleva. “Me encanta pasar el tiempo con la gente que comparte la misma pasión; con todo ese anecdotario... Aprender los estilos e ir a la milonga” (ritmo musical derivado del tango. Se baila con las mismas técnicas, pero más rápido).

Como muchos hijos de “parejas binacionales”, su identidad se divide en dos espectros culturales, y, en ese sentido, aclara, el amor por el Ecuador está intacto... “Cada vez que voy a Quito la paso con mi familia paterna, hay un montón de cosas que me gustan de allá... extraño los jugos, el ceviche de camarón y los llapingachos”...

Abrirse paso en el mundo del espectáculo fue, desde luego, un desafío. “El ambiente es muy competitivo... Con mi pareja de baile pasamos por varias audiciones antes de llegar a un lugar... trabajé en el show Buenos Aires Pasión de Tango en el Centro Cultural Borges”.

Reconoce que una vez que tuvo su primer empleo, todo comenzó a encarrilarse y es así como, hoy, su baile se aprecia de lunes a lunes, noche tras noche, en La Gala Casa de Tango... “No siento  cansancio físico, ni siquiera mental por hacer lo mismo... Me encanta”, se enorgullece.

La coreografía que hizo a Solange y Max  ganadores del último Campeonato  de Tango porteño, en su categoría Escenario,  estuvo a cargo de Germán Cornejo (ganador del 2005), y fue catalogada por los entendidos como  “transgresora” e “innovadora” (así reza, por ejemplo, el titular de una nota /entrevista publicada en Clarín). “Tuvo movimientos y figuras muy arriesgadas”, explica Solange, “lo que llamó la atención del jurado... por ahí si la hubiéramos hecho hace cinco años, no hubiese tenido la trascendencia que tuvo”.

El año pasado participó en el campeonato pero no logró ganar. Este año,  reconoce, con más preparación y muchas más clases, estaba convencida de que tenía la posibilidad de llegar a la final. La previa dejó moretones, caídas, kilos de menos, cansancio, menos horas de sueño, pero  valió la pena...

Con Max se conoció a través de una amiga en común, Manuela Rosi. “Hace año y medio que nos presentaron y tenemos una buena química, no solo bailando, sino en la vida cotidiana”.

Solange, además, estudia Administración de Empresas en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Faltan seis materias para terminar”, suspira, “este cuatrimestre estuvo complicado, pero la universidad me acomodaba los horarios bastante bien”, puntualiza, como dejando en claro que es buena alumna.

Tiene novio, un músico de ajetreada agenda, como ella (pero siempre hay, obvio, un espacio para verse)... la apoya en lo que hace y lo conoció, precisamente, en una milonga. “Baila muy poco”, dice escueta, “y no le interesa, desde luego, aprender como carrera”.

Reconoce que el tango ha cambiado su ritmo diario de manera evidente:  “Antes era más estructurada, la facultad me hizo ser más ordenada y con el tango empecé a tener horarios muy cambiantes, no es como seguir un horario de oficina”.

En cuanto a la competición, recuerda: “la pareja con la que veníamos compitiendo estaba conformada por dos de  mis mejores amigos y eso creaba en mí algo raro. A medida que fueron anunciados los primeros cinco puestos, estaba como ida;  cuando nombraban el segundo puesto, que era mi amiga, me imaginaba en mi mente cómo el conductor nos nombraba y cuando lo hizo, abracé a  Max, él lloraba, yo no paraba de sonreír, salté de alegría, una emoción que sobresalió de mi cuerpo”.

Ambos participaron también en Tango Salón, en el que quedaron décimos entre 400 parejas, en una competencia que duró diez días. Por el triunfo en  Tango Escenario obtuvieron 30.000 pesos ($ 7.000) y un viaje a París... Además, ganaron una gira por Japón, pero Solange desistió, por ciertos temores con la radiación post-terremoto en ese país... Este, en todo caso, es solo el comienzo. Hay milonga para rato.

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