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Ecuador, 09 de Febrero de 2025
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El Telégrafo

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Gabriel Gallardo dejó la timidez al entrar a las tablas

Verlo actuar es recordar a grandes como Mr. Bean. Su expresión facial mantiene entretenido al espectador. Se mueve de un lado a otro, abre los ojos de forma exagerada, arquea las cejas... Esta técnica la ejecutó en ‘Nadie puede saberlo’, una obra que protagonizó en 2012, y la repitió a fines del año pasado, en una puesta en escena que escribió para el grupo que dirige desde el 2008.

Si habría que explicar esta característica de alguna forma, se diría que Gabriel Gallardo, el director del grupo Katharsis, de la Universidad Salesiana, no interpreta a nadie más que a él mismo cuando actúa. Traslada su forma de ser a las tablas y con eso entretiene a su público entretenido.

En la obra que propuso el año pasado, ‘Locura navideña’, presenta una secuencia de hechos humorísticos que tienen como enfoque a una familia de clase media. El guion se desarrolla en un diciembre y es un reflejo humorístico del estrés con que se toman las fiestas por esa fecha.

Está frente a este colectivo teatral hace cinco años, con sus dirigidos tiene una comunicación escénica muy favorable. Entre ellos constan: Christian Ríos, Glenda Hungría, Karen Ramos, Kary Pincay, Ángel Bayona y Sorayda Rodríguez.

“Amo este grupo. Estoy enamorado de lo que se hace aquí y de ser testigo de cómo avanzamos poco a poco. Lo dice con seguridad, contento de hacer lo que se propuso desde adolescente: actuar.

Su amor por el teatro lo heredó de su madre, Teresa Cárdenas (+), quien perteneció al emblemático conjunto El Juglar, que dirigió Ernesto Suárez y que en 2012 celebró su aniversario número 35 con la puesta en escena de la obra ‘Guayaquil Super Star’.

Ella fue quien le insistió para que haga teatro. “Siempre fui un niño muy tímido e introvertido. De solo pensar en que tenía que presentarme ante el público ya sentía mucha vergüenza”, recuerda Gabriel, ahora de 28 años.

El punto álgido de su desición de dedicarse al teatro, sin embargo, llegó cuando cursaba por las aulas de la Fundación Nuevo Mundo y se presentó la oportunidad de participar en un concurso de estampas y amorfinos, en el que no precisamente participarían los mejores exponentes del arte escénico, sino aquellos que estaban mal en una de las materias.

Su nombre estaba allí, en la lista de los relegados que debían ganarse una segunda oportunidad y así intentar mejorar el promedio. “Tuve que salir obligado, porque necesitaba los puntos, pero al presentarme se me olvidó el texto”, cuenta pausado, tratando de rescatar con claridad sus recuerdos.

En tremenda encrucijada, Gabriel improvisó un diálogo y lo complementó con gestos histriónicos que no sabía que era capaz de ejecutar. Hasta ahora se le hace imposible definir qué cara habrá puesto, pero de que le funcionó no queda duda, pues sí tiene presente que en ese momento la gente empezó a reírse a carcajadas.

Tenía 14 años, lo recuerda bien porque ese fue el día en que decidió ser actor. No solo ganó el concurso, también lo obligaron a hacer una minigira con ese número artístico surgido de la desesperación y el talento innato.

“Llegaba el momento de estar en escena. Yo solo aparecía, ponía mi cara y la gente empezaba a reírse. Me sentía con más confianza. Superé no solo la timidez, sino un problema de tartamudez que había desarrollado por esta”.

La satisfacción que el teatro le representó lo hizo preguntarse si hasta allí llegaría todo. Si con el fin de la gira colegial acabaría también esa estabilidad emocional que le proporcionó el arte escénico. Entendió entonces que era decisión suya querer o no continuar el legado de su madre.

“Decidí prepararme académicamente en este arte, pero no había escuelas dedicadas a esto, y las pocas que existían eran muy costosas y los cupos estaban peleados”, dice Gabriel, quien al ver estos obstáculos decide ingresar a un curso en la Casa de la Cultura, con Miguel Silva.

Lo que se estilaba en ese entonces eran nueve meses de clases un par de días a la semana, y ‘te fuiste’, pero al ingresar el ahora director, Silva decide constituir un grupo teatral en esa entidad estatal para seguir formándolos.

Durante cinco años, Gabriel se prepara con quien se convirtió en su tutor y paralelamente busca alternativas como cursos y talleres para continuar en las tablas, incluso fue alumno del legendario José Martínez Queirolo, uno de los maestros del teatro local y autor de un sinnúmero de obras humorísticas que se volvieron estampas de este puerto.

Pipo, su maestro
Se lanza ‘Una cita con José de la Cuadra’ en el tiempo en que Gabriel pertenecía al grupo de Miguel Silva. En ese libro José Martínez Queirolo hace versiones teatrales de algunos cuentos del autor guayaquileño y el grupo al que pertenecía el actor estaba en la lista de los invitados a representar un número artístico del texto que había preparado ‘Pipo’.

Pusieron en escena ‘De cómo entró un rico al reino de los cielos’, en la que Gabriel representó al Serafín, el ángel encargado de transportar al ‘rico’ al reino de los cielos. “Era en personaje peculiar, muy cómico, no solo por su diálogo sino también por su vestuario: un tutú con el que modestia aparte me veía muy lindo”, dice con una carcajada.

Andaba por los 17 años. Al verlo actuar, ‘Pipo’ se acercó a felicitarlo. ‘Pipo’, esa leyenda de la que le habían hablado, a la que le tenía respeto indescriptible y a cuya obra le dio vida esa noche. Aprovechó el momento para comentarle que su tema de monografía era ‘Cómo ayuda el teatro al desarrollo personal de un estudiante’ y solicitarle una entrevista.

“Te doy mi número, llámame”, le dijo, después de haber exaltado su labor en la obra de esa noche. Allí empezó una amistad inolvidable. En el 2007, lo invitó a trabajar con él en una obra. El año siguiente, en octubre, ‘Pipo’ dejó este mundo, y Gabriel quedó mucho más entusiasmado con el tema de la actuación.

Entra al grupo de teatro de la Salesiana también en el 2007. En ese entonces, ese colectivo, al que ahora se conoce como Katharsis, tenía el nombre de Caras Vemos. Lo rebautizó apenas pudo en referencia al estado catártico, esa purificación emocional, corporal, mental y espiritual que vive el público a través de su humor.

Gabriel Gallardo, una  vida dedicada a las tablas y a la dirección

Gabriel nació el 10 de septiembre de 1985, en Guayaquil.

Además de su trabajo en la Salesiana, trabajo en el grupo de teatro del colegio Vicente Rocafuerte, como director. En el año 2006.

Con ese grupo gana cuatro concursos, entre estos uno de las ediciones del Festival de Artes al Aire Libre, que organiza anualmente el Municipio de Guayaquil.

Antes de eso estuvo al frente de algunos sketches de un colectivo que perteneció a una iglesia Católica.

Entre sus planes está presentar una obra inédita de José Martínez Queirolo.

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