A la directora Anna Muyalert el éxito le ha llegado como un irónico parafraseo del título de su película ‘Una segunda madre’. Porque la biológica, su Brasil natal, casi la ha repudiado. Al menos una parte.

Galardonada en los festivales de Berlín y Sundance, la cinta aún no ha visto la luz en su país y nadie en el resto de Latinoamérica reúne el valor para estrenarla.

Mientras que, su madre de adopción cinematográfica, Europa, se deshace en halagos (la mejor película italiana del año es brasileña, dicen en Italia) hacia la historia de Val, una empleada doméstica que vive en casa de sus patrones burgueses cuidando del hijo como si fuera propio.

Hasta que su verdadera hija, Jessica, entra en escena para desestabilizar el orden, preparar la selectividad y de paso reconquistar ese concepto tan manoseado de la dignidad.

“La película ha causado incomodidad y vergüenza en las clases acomodadas brasileñas, porque va enumerando las reglas invisibles que rigen las relaciones entre ricos y pobres, los ciudadanos de primera y de segunda”, explica Muyalert en una entrevista con ABC de España.

Un relato que, valiéndose de la sencilla ternura, supone más un retrato afilado que una crítica airada del clasismo que la cineasta considera definitorio de Brasil.

“Quería que los más pobres, la gente de las favelas, vieran la película, pero todo ha sido problema”, explica. Primero intentó que las empleadas domésticas pudieran beneficiarse de un descuento y darse ese lujo tan impropio de ir al cine.

“El distribuidor se negó, porque decía que los patrones se negarían a sentarse en la butaca al lado de una empleada del hogar”, apuntó a los medios brasileños.

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Después tuvo que escuchar cómo en una proyección privada para esas clases pudientes el público le recriminara que el personaje de Jessica mereciera un final trágico.

“Incluso la insultaban, esperaban que acabase muerta o violada por haberme atrevido a cuestionar el estatus de criado-siervo y dar la espalda al pasado colonial”, apostilla la realizadora.

Aunque ‘Una segunda madre’ aborda con delicadeza y precisión muchos aspectos (el papel de la mujer, la lucha de clases, la maternidad delegada o el boom inmobiliario), Muyalert sitúa la educación como epicentro.

“Jessica simboliza a ese Brasil pos-Lula, la clase baja que ha podido estudiar gracias a las ayudas y que por eso tiene rebeldía para continuar conquistando espacios”, explica.

En la orilla contraria están Val y los patrones, insertos en el sistema imperante desde el desembarco portugués: “La clase alta siempre ha mandado y siempre ha salido ganando. Al contratar una niñera crean una paradoja, entregando el hijo a la clase inferior, que es quien inculcaba toda la simpatía y la familiaridad; desvalorizando el hecho de ser madre”, señala.

“En Europa hay una noción de bienestar social, en América Latina, no. Allí gobernar consiste en defender los derechos ricos y no en pensar en la sociedad como un todo. Por eso la película causa incomodidad y vergüenza. No quieren ver y no quieren que veas”, opina la cineasta sobre las dificultades de distribución.

Muyalert resume el éxito en dos cosas: la primera, haber logrado desoír las críticas de la clase acomodada, mostrando “algo que no quieren ver y que no quieren que los demás vean”. Sabe que es como culpar al espejo de lo desagradable que nos resulta nuestro reflejo.

La segunda, alcanzar un acuerdo con la televisión brasileña para que, en algún momento, todas las Val puedan ver la película. Más tarde que el resto del mundo, pero aún a tiempo. (I)