El Príncipe del Desierto revive la guerra por el ‘oro negro’
Ocurre una o hasta dos veces al año que a las carteleras llega de forma silenciosa, discreta y carente de una campaña publicitaria estridente, la película que se convertirá en una de esas raras joyas cinematográficas en medio de tantas superproducciones.
Jean-Jacques Annaud vuelve a la dirección después de cinco años de ausencia con una pieza realmente sorprendente: El Príncipe del Desierto (Black Gold), adaptación de la novela Al Sur del Corazón escrita por Hans Ruesch en 1951 y que aborda los orígenes del conflicto por el petróleo en tierras árabes.
Aun cuando la historia nos lleva a conocer el momento en que el oro negro es descubierto en “tierra de nadie” (la Franja Amarilla) así como los convenientes negocios en torno a él, la película es un tratado con tintes subversivos de las motivaciones que llevan a una nación, a un grupo religioso en el poder e incluso, a miembros de una misma comunidad a librar guerras en nombre de “Dios” o de una causa que poco los beneficia.
Todo se lee a conveniencia: religión, política y economía en aquellos tempranos años del siglo XX en los Emiratos Árabes donde los emires se enfrentan constantemente por ostentar el poder de la tierra y que de forma satírica señalan: “Algún día nos reiremos al pensar que hemos hecho la guerra por este puñado de tierra”.
La película es sólida en contenido: crítica en los momentos justos, delirante en los momentos de acción, satírica en el humor, emocional en los románticos y motivadora en su discurso idealista. Jean-Jacques Annaud arma una historia redonda, una historia que se antoja sacada de uno de los interminables cuentos de Sherezada en Las Mil y una Noches, tiene todo: una batalla épica, dos reinos enfrentados, una princesa, dos hermanos separados de su padre usados como rehenes por el bando vencedor para garantizar la paz, un tesoro (el oro negro), los negocios, la visión de los árabes y hasta los norteamericanos metiendo su nariz hasta en el lugar más inhóspito del mundo.
En las actuaciones destacan principalmente Mark Strong (Sultán Amar) y Antonio Banderas (Emir Nesib) como los enemigos que un día firmaron la paz pero que quince años después, volverán a enfrentarse por la codicia de Nesib.
Aquí merece la pena resaltar que Antonio Banderas muestra una interpretación bastante sorprendente y convincente, llena de matices para encarnar a un ser complejo que difícilmente puede ser leído, con una mente calculadora y dominante. Con este papel Antonio demuestra que es un buen actor lejos de Hollywood, capaz de dar actuaciones complejas.