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La esencia de sepultura se percibió con los hermanos max e igor, sus fundadores

El oscuro carisma de Cavalera Conspiracy pasó por Quito (Galería)

El oscuro carisma de Cavalera Conspiracy pasó por Quito (Galería)
23 de septiembre de 2014 - 00:00 - Luis Fernando Fonseca, Especial para EL TELÉGRAFO

El carisma es una característica humana difícil de explicar. No hay una receta o manual para tenerlo. Es algo que se da de forma espontánea y que te hace voltear a ver a quien lo posee apenas entra a un lugar, como si te imantara a su presencia.

El carisma es algo inexplicable que caracteriza a gente como a Max Cavalera que, con su peinado rastafari y su poblada barba no dejó indiferentes a los mil espectadores que fueron a ver a su grupo en la capital, el viernes pasado. Esa noche, los colores de la bandera brasileña destacaron en la plaza de toros Belmonte, en Quito.

El cielo azul de Río de Janeiro, con la frase ‘Ordem e progresso’ en medio, se mostró sobre un amplificador a la izquierda del escenario y en la guitarra de solo cuatro cuerdas que la marca ESP patentó para Max. El colorido modelo del instrumento -que su dueño alternó con una B.C. Rich Warlock en determinadas canciones- contrastaba con las notas graves y de una extrema saturación que caracterizan al grupo Cavalera Conspiracy.

Aunque Brasil es una nación en la que la habilidad en las piernas de Pelé, junto a los cuerpos esculturales de las danzarinas del carnaval de Río o el sol playero de Copacabana suelen preceder a la inocultable miseria de sus favelas en el imaginario mundial, el mayor de los hermanos Cavalera labró un nicho en la música cantando contra la represión y las injusticias de su país, del que un día llegó a decir que “su gente le tiene mucho más miedo a la Policía que al demonio”.

La ‘auriverde’ es la insignia que identifica al guitarrista rítmico y al baterista Igor Cavalera desde hace tres décadas, cuando empezaron a hacerse un lugar en la historia del thrash/death metal gracias a Sepultura, la agrupación sudamericana más conocida en el planeta.

Con estos antecedentes, para muchos quiteños era más que un sueño cumplido el poder ver a estos hermanos sobre un escenario. La lluvia de ese día, que incluyó rayos estruendosos, no los desanimó y más de mil personas fueron a la plaza enclavada en el centro de la capital para ver a los héroes con cuya música extrema habían crecido.

El concierto empezó a las ocho y 45 de la noche, cuando el grupo nacional de thrash metal llamado 333 subió al escenario. Su presentación fue anómala porque habían tocado un tema a las ocho, inmediatamente después de la prueba de sonido y porque el repertorio que prepararon no pudo completarse dadas las exigencias de los organizadores que los limitaron a estar media hora sobre las tablas, pese al apoyo de un nutrido grupo de asistentes.

Cuando 333 dejó el escenario, luego de presentar el disco Ritual que estaba incluido en la compra de la entrada, su bajista, Miguel Patiño, dijo en tono irónico: “Esto solo pasa en Ecuador”, mientras el telón que cubría la gran batería de Igor Cavalera la dejaba visible ante los asistentes.

Patiño está convencido de que el esfuerzo que los músicos nacionales invierten en sus composiciones tiene que sobrepasar como obstáculos las condiciones de los promotores que no permiten que destaquen. “Es como si a la selección nacional le lesionaran a un delantero para ver lo bien que juega Messi”, dijo tras el concierto.

A las nueve y media, Marc Rizzo, guitarrista principal, y Johnny Chow, bajista de la banda estelar, empezaron a mostrar que son los mejores cómplices en la conspiración que los hermanos brasileños han tejido desde 2008 para encantar a sus seguidores con metal pesado.

Temas como ‘Inflikted’, ‘Warlord’, ‘Sanctuary’, ‘Babylonean Pandemonium’, ‘Killing Inside’ y ‘Bonzai Kamikaze’ dieron cuenta de la dureza de Cavalera Conspiracy.

Pero la lluvia no habría menguado sus efectos sin el guiño que estos cuatro músicos le hicieron a Sepultura al ejecutar clásicos como ‘Beneth the Remains’, ‘Desparate Cry’, ‘Arise’, ‘Refuse/ Resist’, ‘Territory’, ‘Inner Self’ y ‘Roots Bloody Roots’.

Era un repaso a piezas que muchos fans anhelaban ver desde hace décadas en Ecuador.

El tema ‘Wasting Away’, de Nailbomb, el grupo que Max fundó junto al músico Alex Newport, le puso un tinte de metal industrial a la noche.

Es que el hombre del carisma inexplicable es un explorador incansable de sonidos que han hecho historia.

Tonadas tribales, autóctonas de la Amazonía brasileña, recorrieron el mundo desde que él las incorporó al disco Roots (1996) de Sepultura, y en los once álbumes que compuso junto a la banda Soufly, de la cual solo estuvo presente una leyenda en la bandera que un fanático hacía flamear sobre la arena.

Igor, el responsable de una batería que no solo se acopla a las exigencias artísticas de su hermano, sino que tiene un papel protagónico en cada canción, también hizo gala de su puesta en escena.

Una amalgama que va más allá de la música: agresividad sonora en la que los matices de la voz gutural apenas se despliegan para completar una descarga que forma remolinos de puños y cabeceos frente al escenario.

La noche del viernes pasado las expectativas de los seguidores de los hermanos Cavalera fueron seducidas por el fragmento que ejecutaron del tema ‘Orgasmatron’, de Motörhead, en una versión acelerada, al estilo inconfundible de los Cavalera.

Era el fin de una extensa gira sobre la cual Gloria, la mánager y esposa de Max, dijo antes de marcharse que no pudo haber terminado de forma más satisfactoria, pues este fue el mejor concierto de la ruta que trazaron.

La despedida incluyó saludos en español, como para dejar en claro que a los brasileños les resulta fácil comprender la matriz idiomática de esta lengua, tanto como a los asistentes les resulta placentero sumergirse en las ondas sonoras del metal.

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