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El Telégrafo
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El inexpresivo ‘asalta cuna’ de la comedia ‘The Oranges’

El inexpresivo ‘asalta cuna’  de la comedia ‘The Oranges’
18 de mayo de 2013 - 00:00

Una cosa es que Hugh Laurie sea ampliamente conocido por su personaje del doctor Gregory House en la serie de Fox en un drama médico y otra es ser el padre que se enamora de la hija de su vecino en una comedia ligera.

Y claro, el reto de cada actor es interpretar a personajes tan opuestos, pero con ese rostro inexpresivo -salvo sus saltones ojos azules- es difícil para Laurie encarnar al David Wallings del filme ‘The Oranges’, del director Julian Farina, que actualmente está en la cartelera de los cines ecuatorianos porque simplemente recuerda al tipo amargado, cínico y cascarrabias, aunque en ocasiones maniaco, de la serie ‘House MD’.

El escenario, que Farina plantea para la película ‘The Oranges’ (titulada en Latinoamérica como ‘La hija de mi mejor amigo’ como enganche para el espectador) es un barrio pelucón, pero de Estados Unidos. Ahí Laurie encarna a David, el patriarca de los Walling, que es ejecutivo y casado como Terry Osftroff (David Platt), su vecino y mejor amigo.

Ambos están casados y han creado a sus propias familias. Hasta ahí todo parece normal. El asunto es que Nina Ostroff (Leighton Meester), la hija de Terry, regresa a casa luego de cinco años. Ha terminado su relación sentimental con Ethan (Sam Rosen) y eso la mantiene vulnerable.

Lo lógico es que ella encuentre consuelo en su vecino Toby Walling (Adam Brody) y no en su padre David. Esto supone una auténtica conmoción en las muy “normales” existencias de las dos familias, hasta entonces solo alteradas por la vida vagamente “alternativa” de aquella chica.

Uno está tentado a pensar en lo que el escritor John Cheever habría podido hacer con este material. Él es de la imaginación perversa -por decirlo así- que retrata ese lado oscuro en ese barrio, algo que realmente en estos días no sorprende.

La película de Farina empieza con algunas pinceladas de crítica de esas vidas autosatisfechas y ajenas a lo que pasa más allá de los límites de la urbanización (e incluso ver a Catherine Keener embistiendo adrede a unos muñecos navideños con su carro podría resultar divertido), pero en última instancia la sátira se esfuma y solamente queda conformismo y un sentimentalismo fácil, en lo que parece una reedición acorde con las nuevas realidades del siglo XXI, de aquellas comedias de la familia americana tipo ‘El padre de la novia’ o su secuela ‘El padre es abuelo’.

Se trata de una película rutinariamente dirigida, sin la más mínima creatividad en la puesta en escena, de diálogos insustanciales, y con un guión que no sabe sacarle partido a situaciones con potencial cómico (por ejemplo, esa en que la madre de la joven descubre a la pareja todavía clandestina en un motel, o aquella en que un compañero de trabajo del protagonista sorprende a la disímil pareja cenando).

Tal como decíamos al principio Laurie aún es House en la cinta, en una que requería a un actor más expresivo para el rol de David Walling.

La contraparte es Leighton Meester quien tiene el atractivo y la frescura que necesita el papel de su joven amante, pero no logra salvar las limitaciones del personaje creado de por sí así.

Quizás destaque más un Oliver Platt, ocasionalmente divertido (aunque a veces encasillado en las reacciones como las que patentó en filmes como ‘Bethoven’). Su papel de padre que siempre se expresa con confusión mantiene cierto ritmo en la película, mientras que Allison Janney, como Cathy Ostroff, cae en una actuación rutinaria como la madre obsesionada por encontrarle un novio formal a su hija Nina, la manzana de la discordia en esta historia.

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