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‘El gran Gatsby’, tragedia que persigue lo imposible

‘El gran Gatsby’, tragedia que persigue lo imposible
31 de agosto de 2013 - 00:00

Siempre que se estrena un remake o una adaptación —de una novela, un cómic, un videojuego…— se tiende a comparar otras versiones con la nueva, aun cuando pertenezcan a ramas artísticas diferentes.

Y ahora viene otra adaptación a cambiar la forma de eso que se guarda en el corazón de lector o espectador con filmes pasados. De ahí debe brotar esa resistencia a aceptar cambios, recortes o añadidos en las películas que parten de una obra previa —como la reciente polémica sobre el villano de ‘Iron Man 3’ (Shane Black, 2013)—, llegando al extremo del fan que es más protector que el propio autor, como si hubiera adquirido el derecho a vetar ideas que no encajen con su interpretación.

Antes que un remake o una adaptación pensada para contentar a los seguidores —o sea, para hacer caja— el espectador prefiere una visión diferente, algo nuevo a partir de lo ya conocido. En parte, por eso se defiende lo que ha hecho Baz Luhrmann en ‘El gran Gatsby’ (‘The Great Gatsby’, 2013).

Cada uno sacará sus propias conclusiones, condicionadas por la lectura de la novela de F. Scott Fitzgerald, el visionado de alguna adaptación anterior —la más famosa la dirigió Jack Clayton— o la apreciación del estilo de Luhrmann —quien por cierto no leyó el libro, lo escuchó—, pero esta versión de ‘El gran Gatsby’ cuenta con una serie de virtudes indiscutibles que hacen que el visionado merezca la pena aunque uno acabe pensando que… el libro es mejor.

La primera: el filme ofrece una experiencia única, excesiva en lo bueno y en lo malo. Da la posibilidad de contemplar el mundo a través de una singular mirada, la misma que reinterpretó el romance de Romeo y Julieta (1996) o las fiestas del Moulin Rouge (2001).

Otro punto a favor es el reparto, en especial que Leonardo DiCaprio lleve el disfraz de Jay Gatsby. Se apodera del personaje de tal forma que piensas que no solo entiende a Gatsby y simpatiza con él sino que pone parte de sí mismo en la creación de este enigmático multimillonario hecho a sí mismo, obsesionado por los detalles y la construcción de un sueño perfecto.

Curiosamente, la estrella presentó la película en Cannes —lugar inmejorable para tal evento— durante su retiro temporal de la actuación, mientras encuentra la energía y la motivación para volver a implicarse en un rodaje —el último fue ‘The Wolf of Wall Street’ (Martin Scorsese, 2013)—. También es una afortunada decisión que Nick Carraway esté encarnado por Tobey Maguire, a quien DiCaprio ha señalado como su mejor amigo y confidente.

La película está ambientada en el Nueva York de los años 20 —recreada con un enfoque moderno y recargado— y la narra Nick, un escritor que vende acciones para pagar el alquiler. Vive en una casita junto al inmenso palacio de un tal Gatsby, de quien se cuentan toda clase de historias, organizador de fiestas increíbles a las que cualquiera puede acceder —si bien él prefiere observar desde la distancia y el anonimato—.

Aparentemente, Gatsby lo tiene todo, pero busca a Nick porque necesita (re)encontrarse con la prima de este, Daisy, una mujer casada con un hombre rico. La trama no tiene misterio alguno —hasta el tráiler lo revela— pero Luhrmann consigue dotar de emoción a cada instante, cada mirada, cada frase, cada gesto, de un Gatsby enamorado trágicamente.

He ahí el último de los logros que destacó de ‘El gran Gatsby’: su desatado y arrebatador romanticismo. El símbolo del destello verde, la esperanza de recuperar el pasado, la obsesión por un ideal, el sacrificio… La película dura demasiado, la ambientación resulta artificial —esas panorámicas imposibles, el lucimiento del 3D, las postales bélicas, la ciudad en constante celebración…—, los personajes están muy cerca de la caricatura, los giros parecen sacados de una telenovela… sin embargo, el resultado es coherente, es como un cuento, con su dosis de fantasía y humor simplón, el héroe y el villano, el amigo fiel y la doncella en peligro. Pero aquí no hay final feliz. Solo el placer de haber disfrutado el viaje y la nostalgia de esos momentos mágicos irrepetibles.

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