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El Telégrafo
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El estatus social se reflejaba entre encajes y arandeles

El estatus social se reflejaba entre encajes y arandeles
25 de julio de 2013 - 00:00

En la época colonial, entre los siglos XVII y XVIII, las familias más adineradas e influyentes, imitaron las costumbres y la moda europea, adaptándolas a la idiosincrasia local, siendo la ropa uno de los modos de mostrar el estatus social, al que la persona pertenecía.

Así, a mediados del siglo XVIII las damas de la Colonia, pertenecientes a la élite, a la usanza europea, cubrían su cuerpo con una camisa sumamente adornada con encajes, con mangas amplias y volados, sujeta por un corsé, que estrechaba la cintura.

El jubón, una especie de chaleco, que llegaba con sus mangas hasta los codos, era otra de las prendas que utilizaban. Este poseía un amplio escote e iba adherido al cuerpo, lo cual hacía destacar sus líneas.

Sobre este se colocaba la cotona, de tela transparente, que unía la parte delantera y la trasera con cintas atadas.

La diseñadora Rossy Valarezo comentó que la moda en la ciudad recibió la influencia limeña. Ella formó parte del grupo de creativas del Instituto del colegio Ana Paredes de Alfaro, que crearon los trajes para el desfile ‘Guayaquil ayer, hoy y siempre’, realizado ayer en el Malecón 2000. “En los trajes se utilizaron visillos, brocados, mantillas y telas de hilos  que son muy frescas”, remarcó.

Bajo la falda llevaban enaguas, a veces más de una o dos, con volados y puntillas en la parte inferior, que se apreciaban al levantarse la pollera o faldellín, sumamente adornada.

Los trajes holgados cambiaron el vestir femenino de una forma radical, gracias al diseño revolucionario del ‘chemís’.

La vestimenta que se usaba en el Guayaquil del siglo XVIII corresponde a la época victoriana, pues la moda la imponía la reina Victoria, soberana de Gran Bretaña e Irlanda, de 1837 a 1901.

Los calzones eran hasta más abajo de la rodilla y tenían arandeles. El corte era: la cintura sin pretina, muy ajustado a las caderas y muslos, sin pinzas, ni rayas, ni bolsillos.

A partir de mediados del siglo XIX la mayoría de los vestidos constaba de dos piezas separadas, un corpiño y una falda. A medida que transcurrían los años se incrementó el uso de ornamentos y detalles, añadiéndose complicados adornos a cada uno de los pliegues de la vestimenta; como resultado, la silueta natural de la mujer desaparecía debajo de las telas y los encajes.

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