El duro reto de adaptar un clásico literario...
Al cineasta británico Joe Wright se lo conoce por filmes como ‘Orgullo y prejuicio’ (2005) o ‘Expiación’ (2007), en las que Keira Knightley ha sido su actriz feticha. Y la histrión británica nuevamente forma parte de un proyecto de Wright con ‘Anna Karenina’ (2012), que se exhibe desde hace varios días en los cines ecuatorianos.
Quienes conocen la filmografía de Wright, que data desde 1997, esperaban ver el resultado de su ‘Anna Karenina’, la novela de León Tolstói que ha sido versionada por enésima vez, ahora con la adaptación del guion que hizo Tom Stoppard.
Por eso muchos críticos, que han seguido la trayectoria del cuarentón realizador, consideran un chasco esta nueva versión -que para ellos- carece del dramatismo de la novela original.
El manierismo del que hace gala Wright en ‘Anna Karenina’ infecta a todas y cada una de las facetas de la cinta. Una infección que apenas provoca síntomas en la suntuosidad del vestuario, el soberbio carácter de un diseño de producción que era más merecedor del reconocimiento de la Academia que el de la premiada ‘Lincoln‘ (2012).
Cabe mencionar lo preciosista de la fotografía (un trabajo asombroso del colaborador de Wright en ‘Expiación’ y ‘El solista’) o en la espléndida y lírica partitura de Marianelli; pero que sí afecta de forma dolorosa la realización del británico y la falsedad de las interpretaciones del trío protagonista (harina de otro costal son los brillantes secundarios).
En lo que a Wright se refiere, la teatralidad derivada de la premisa visual deja ciertos vacíos que causan incredulidad en quienes ven esta adaptación cinematográfica acerca de la obra de Tolstói.
Claro está que el inicio de la película es prometedor, se lo puede considerar alucinante para el espectador con muchos e incontrolados guiños del Wright en otros filmes, aunque de una u otra forma pueden irritar por la falta de esa transición entre la novela y el cine. De hecho, hay quienes tenían la expectativa de encontrarse con una versión a la altura de la que protagonizó Greta Garbo en 1935.
Tan responsable de esa dolencia en el filme es el realizador británico como lo son sus protagonistas Keira Knightley, Jude Law y Aaron Taylor-Johnson, un trío de intérpretes que se mueven entre lo falsamente desaforado de la primera de ellos, lo exagerado de la contención del segundo -quizás el mejor de los tres- y lo ‘por encimita’ del tercero, de quien la prensa describe que el papel del conde Alexei Kirillovich Wronsky le queda muy grande.
Afortunadamente, los excesos en uno y otro sentido del trío principal son equilibrados por la mesura de la que hace gala Kelly Macdonald en el papel de Dolly o la precisa y jovial encarnación que Matthew Macfayden logra de Oblonsky, el hermano de Anna.
La excesiva duración de la cinta es probablemente la gota que rebase el vaso. Es posible que los 130 minutos de película ataquen directamente la paciencia del espectador que al sentarse en la butaca busca el más mínimo pulso narrativo que Wright había demostrado en filmes anteriores (claro eso depende de si aquel cinéfilo va por seguir la trayectoria del realizador británico o si es atraído por la obra de Tolstói).
Al final de cuentas es el riesgo que se corre durante la adaptación de una obra literaria o más bien, el precio. Lo es porque adaptar un clásico literario a la literatura resultará siempre un desafío para cualquier cineasta que lo asuma.