El cuento de hadas de Grace Kelly no tuvo un final feliz hace 30 años
Frances Stevens es la hija de una heredera que vive en la riviera francesa y conoce a John Robie, un ladrón de joyas retirado, a quien persigue la Policía por unos robos que él no ha cometido. Es el argumento de ‘To catch a thief’ (1955), uno de los tres filmes de Alfred Hitchcock en los que Grace Kelly había actuado.
La trama transcurre entre mansiones, yates y carreteras, irónicamente una de ellas, que estaba cercana a Mónaco la involucró en una tragedia: su propia muerte un 14 de septiembre de hace 30 años en circunstancias aún no aclaradas.
Hasta hoy se sigue especulando que su hija -la entonces adolescente- Stefanía era quien conducía el auto en el que se accidentó Kelly, la actriz que el mismo año en que filmó ‘To catch a thief’ se convirtió en princesa al casarse con ya fallecido príncipe Rainiero, como si se tratara de un cuento de hadas al puro estilo de Disney.
Curiosamente, ella supo de la existencia de Rainiero durante el rodaje de la película.
-¿De quién son esos jardines?- le preguntó la rubia y esbelta histrión al guionista de la película, John Michael Hayes, en uno de los descansos de las escenas en exteriores.
-Del príncipe Grimaldi- le respondió él.
Doce meses después, cuando presentó en Cannes ‘The country girl’ en 1956 (dos años después de que se filmó esa película por la que ganó su único premio Oscar), lo conoció en persona.
En 1954 Hollywood le dio como dote un estatuilla dorada por aquella ‘The country girl’, que la condujo a Rainiero, dejando a Judy Garland, favorita al Oscar, con las ganas. Mónaco le dio su corona.
Al igual que Hitchcock, el príncipe había quedado encantado con ella. La diferencia es que la quiso para casarse. Tras conquistarla, él empezó a visitarla esporádicamente en Estados Unidos.
Rainiero de Mónaco tenía 33 años y ella 28 cuando el 19 de abril de 1956 protagonizaban la que entonces fue considerada la boda del siglo (comparada con las del príncipe Carlos con Lady Di y Guillermo con Kate Middleton) en la catedral de San Nicolás, donde acudieron David Niven, Gloria Swanson, Ava Gardner, Conrad Hilton, entre otros.
Un día antes habían sellado su enlace en el Salón del Trono.
Para la ceremonia esclesiástica Kelly llevó un traje de novia diseñado por la americana Helen Rose.
La princesa Grace fue considerada hasta su deceso como un símbolo de elegancia y glamour y matriarca del mediático clan Grimaldi (incluidos sus otros dos vástagos Carolina y Alberto).
No obstante, su historia no era la del patito feo convertido en cisne. Grace Patricia Kelly había nacido hermosa y adinerada, el 12 de noviembre de 1929 en Filadelfia. Era hija de un constructor multimillonario, quien también ganó varias medallas olímpicas en remo que le permitió estudiar en las mejores escuelas del país.
Después de estudiar Arte Dramático en Nueva York, su pose aristocrática y su belleza no tardaron en atraer la atención de Hollywood. Debutó teatralmente en 1949 en ‘Fadren’ para Broadway y casi de inmediato saltó a los platós con un rol secundario en ‘14 Hours’ (1951), y luego papeles de rubia cándida en ‘High Noon’ (1951), junto a Gary Cooper, y ‘Mogambo’ (1953), en la que la futura princesa compartió cartel con Clark Gable, el eterno ‘Rey de Hollywood’.
Hitchcock encontró en ella a la mejor de sus musas, la que detonó su imaginación más calenturienta y le inspiró algunos de sus mejores diálogos.
Todo empezó con “Dial M for Murder” (1954), con la que el genio del suspenso experimentó con las tres dimensiones ahora tan en boga. La escena en la que Kelly comete un asesinato en defensa propia con unas tijeras de oficina quedó en la retina de varias generaciones de espectadores.
Luego llegaría ‘Rear window’ (conocida también como ‘La ventaja indiscreta’, el mismo año), sublimación del espíritu ‘voyeurista’ de Hitchcock, quien aprovechaba la intriga para ironizar sobre las relaciones de pareja entre la bellísima mujer que era Kelly y el personaje impedido en su silla de ruedas que encarnó James Stewart.
Pero quizá la película en la que más deslumbró Kelly fue, en cambio, la que está considerada un clásico menor en la filmografía de Hitchcock: la ya mencionada ‘To catch a thief’, trama de suspenso que, en cambio, brillaba como alta comedia casi de vodevil.
Con un exquisito vestuario de Edith Head y un juego erótico de alto voltaje con Cary Grant (como el ladrón John Robie) aplacado por los corsés de la época (era 1955), Frances, la pícara aristócrata a la que daba vida Kelly nadaba en el Mediterráneo, asistía a bailes de máscaras de la aristocracia francesa y conducía de manera temeraria por las carreteras de la riviera francesa, sin imaginarse que en una vía de estas moriría.
Cuando Grace Kelly renunció a su carrera para dedicarse a sus responsabilidades en la realeza, muchos se preguntaron ¿qué benefició más a quién? (si una asegurada vida aristocrática para ella o el poder mediático para beneficio del principado de Rainiero).
La figura y estilo de ella dieron un nuevo impulso a la administración de Mónaco, el cual creció económicamente gracias al turismo
El sueño de ser princesa por parte de Grace Kelly combinó a la perfección con la necesidad de Montecarlo por revitalizar su calidad de capital del jet set.
Mientras la rebautizada Gracia daba a Rainiero la descendencia necesaria para mantener la independencia del principado -con sus vástagos Alberto, Carolina y Estefanía-, también atraía los negocios, llenaba sus casinos y hacía a sus playas cotizar al alza.
Grace Kelly creó el baile anual de la Cruz Roja, cita ineludible para las clases altas europeas que se sumó al tradicional Baile de la Rosa, que había sido creado en 1954, pero también recibió una inyección de glamour desde que ella formaba parte de la familia Grimaldi.
Mas cuando intentó volver al cine con Hitchcock en ‘Marnie’ recibió la negativa de palacio por una cuestión de imagen, pues no les pareció lo más apropiado ver a su princesa interpretando a una cleptómana.
Su glamour quedaba reducido a las revistas de estilo y moda, como musa de firmas como Givenchy -que diseñó su vestuario para su encuentro con la familia Kennedy en 1961- o como portadora del ‘Kelly’, bolso de Hermès que tomó su nombre. Y su vida, circunscrita a un papel vitalicio, el de gran anfitriona y perfecta consorte, de madre elegante e impecable bañista de la costa monegasca.