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El Telégrafo
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El crudo retrato de una juventud en decadencia

El crudo retrato de una juventud en decadencia
13 de octubre de 2012 - 00:00

Antes de cualquier cosa analicemos lo que es el anarquismo. No es más que una filosofía social que va contra el sistema establecido y que, por supuesto, tiene connotación política, que surgió a mediados de la década del 70 en Inglaterra y derivó el movimiento punk.

Incluso, el libro ‘Kill me, please’ de Gilliam McCain y Legs McNeil, va más allá y sostiene que las conductas de sus militantes es la liberación del descontento acumulado. Esa infelicidad refleja, en muchos casos los abusos en su entorno, desamor, desinterés, decepciones y otros traumas que los enfrenta contra el sistema.

Ahora con esta ‘intro’ el espectador puede entender mejor -o al menos un poco- a Lucas Franco (interpretado por Enzo Macchiavello), el hijo de un abogado prestigioso que a la vez es corrupto -aunque el filme ‘Sin otoño, sin primavera’ no lo dice, pero se entiende que es así.

Lucas no quiere ser un seguidor de su padre. Considera que muchos son esclavos del legado de sus antecesores. En el caso de él, no quiere porque se siente decepcionado y encuentra la respuesta, sin proponérselo, en el juez Neira (Andrés Crespo, el mismo de ‘Pescador’), su profesor muy vinculado con el padre de Lucas.

Adiós corbata, trajes y cabello engominado. Hola desorden, cabello a rape y una violencia acumulada (tal como sugieren ‘Kill me, please’) o ‘La anarquía de la imaginación’ (que recopila los ensayos del cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder).

Su problema es que lidiar con eso despierto se vuelve en una pesadilla y necesita dormir como válvula de escape, aunque sea a punto de pastillas, las que le vende Paula (Ángela Peñaherrera), quien recopila historias de “felicidad” con una grabadora porque en realidad ella no sabe lo que es eso. A la vez es la única que entiende -a su manera- a Lucas. Ambos tienen traumas, el de ella es el abandono sin explicación de su padre, al que inicialmente se niega a buscar para confrontarlo.

La historia de Lucas y Paula es apenas una de las que se desarrolla en ‘Sin otoño, sin primavera’, la película ecuatoriana que dirige Iván Mora y que se estrenó el jueves pasado en las salas locales de cine.

Mora no pretende plantear reflexiones con su cinta, pero sí retrata la cruda realidad en la sociedad (de una juventud en decadencia), una que es ‘vox populi’, pero que casi nadie se atreve a contar. Tiene más bien un argumento muy cercano y real con actores naturales que puede crear cierta identidad entre el espectador y cualquiera de sus personajes.

Martín (Andrés Troya) y Antonia (Paulina Obrist) tienen sus propios demonios. El problema de ellos involucra a Rafael (Alejandro Fajardo), un ingeniero comercial que nunca quiso serlo y más bien guarda dentro de sí a un baterista frustrado. Además es el mejor amigo de Martín, quien confronta a su exAntonia ante casi “la vista y paciencia” de su novia colombiana, Gloria (Paola Baldión).

Mora recurre a los ‘flashbacks’ para entrelazar las historias, a ritmo denso, y a los primeros planos en muchas de las escenas de diálogos (mérito también de Oliver Auverlau, el director de fotografía), más otras crudas con sexo explícito.

Un acierto de Mora es la fusión que hizo entre el rock y la trama (la formación adolescente de él fue la música). Le da protagonismo a bandas nacionales como Niñosaurios, Ultratumba,  Las Vírgenes Violadoras (con concierto incluido en el filme) o los españoles Ilegales que desde inicio de la película sugiere el perfil autodestructivo de sus personajes con la clásica ‘Destruye’.

Nadie está satisfecho, aunque a su manera -incluso egoísta- todos buscan la felicidad en algún recóndito lugar del subconsciente, sin sospecharlo. Quizás eso explique por qué Javier Andrade (director de Mejor no hablar de ciertas cosas) calificó a la película como “una balada punk” tras leer el libreto de su amigo Mora.

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