“El crecimiento del cine ecuatoriano es indudable”
Sumergido en plena carrera promocional de la película Translúcido, bien situada para lograr el galardón a la mejor película latinoamericana del año en los Premio Goya, Roberto Manrique (Guayaquil, 1979) no esconde un cierto nerviosismo, una excitación por la acogida que la crítica implacable puede tener hacia un filme que aborda una delicada realidad como la eutanasia.
Manrique, que también es guionista y productor de la cinta junto al director venezolano Leonardo Zelig, encarna a Rubén, un joven que decide afrontar su muerte sin estridencias ni sufrimientos inútiles tras serle diagnosticado un cáncer letal. Manrique da en Traslúcido una austera lección de cómo se interpreta y cómo se encara una decisión tan trascendental como el bien morir.
¿Cómo ha encajado la película en una sociedad donde la moral católica está tan arraigada como es la ecuatoriana?
Para mí ha sido una grata sorpresa porque, si bien hemos tenido desde personas que se salen de la sala hasta alguna crítica por la temática en redes sociales, mi percepción ha sido que la gente ha entendido que este filme trasciende lo que significa un suicidio asistido o la legalización de la eutanasia.
En general, incluso aquellos que no están de acuerdo con la decisión que toma el protagonista de quitarse la vida, se queda con la sensación de que hay que vivir la vida. Que al final prime este principio, nos sirve para coloca a la gente en una situación más positiva que reactiva.
Usted encarna al protagonista, Rubén. ¿Le asombró la normalidad con la que encara su decisión de acabar con su vida?
Sí, totalmente. Hay tanta liviandad en la decisión de Rubén que, al principio, hasta me pareció extraño, incluso me atemorizaba no estar en el camino correcto. La confianza que hubo entre todos los miembros del equipo, especialmente del director Leo Zelig, resultó fundamental para lograr lo que nos propusimos desde el primer momento.
Tengo que decir que el guión no tenía diálogo y este hecho produjo momentos realmente mágicos. Hay una escena no planificada que se filmó de una. Y dura 7 minutos. ¡¡Un plano secuencia de 7 minutos casi improvisado en el que tanto Miriam, la actriz, como yo mismo, nos olvidamos por completo de que estábamos interpretando!! No me ha sucedido nunca algo así.
¿Cuál era su opinión sobre la eutanasia antes deeste filme?
Siempre he opinado que cada ser humano tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Puedo estar en contra del aborto, excepto en condiciones muy específicas, pero no por eso puedo negar a las mujeres su derecho a ello. Y lo mismo me ocurre con la muerte. Aunque probablemente no haría lo de Rubén, estoy convencido de que todos debemos tener derecho sobre nuestra vida y nuestra muerte.
Yo tengo una historia personal que me hizo involucrarme intensamente en este proyecto y fue la enfermedad de mi padre. Cuando le diagnosticaron cáncer, nos reunió a los hijos y nos dijo: “ya les enseñé a vivir y ahora les enseñaré a morir”. Y lo hizo como parte de la vida, libre de miedos.
Algo similar a lo que hace Rubén en la película
Mi papá y Rubén tienen posturas diametralmente opuestas sobre cómo manejar su enfermedad. Sin embargo, se encuentran en lo realmente importante: en cómo ven la muerte. Sin miedos y con naturalidad.
Hay un elemento que sorprende: el mensaje que Rubén deja registrado para su futuro hijo al que ni siquiera conocerá. ¿Por qué?
Ese es el broche que le falta a alguien como Rubén, que tiene todo tan resuelto. Su hijo es justo lo que no puede controlar, su último acto de fe ante una gran incertidumbre. No todo puede ser planificado porque el nacimiento de su hijo o hija es ajeno a su decisión. Creo que ese episodio aporta un lado muy humano a esta historia. Quiero decir que Rubén tiene muy claro que su decisión de morir es irrevocable pero, de alguna forma, quiere que una parte de sí mismo, su lado más egoísta, continúe viviendo.
Translúcido le ha exigido, quizá, un registro de interpretación nuevo. ¿Cómo lo afrontó?
Fue difícil, sobre todo porque tantos años de televisión te llenan de vicios interpretativos. Recuerdo que, rodando el film, tenía reuniones con Leo y con el director de arte, y yo les trasladaba mis dudas sobre si transmitía lo que sentía. Ellos respondían que sí, que todo iba ok. Así que la dificultad eran imaginarias, estaba en mi cabeza.
La eutanasia es un tema que suele generar controversia en el cine. Ocurrió con Mar Adentro, de Alejandro Amenábar, y con Million Dollar Baby, de Clint Eastwood, dos ejemplos de sutileza a la hora de confrontar esa decisión con las creencias individuales.
Es cierto. La cultura de occidente rechaza el tema de la muerte. Ni siquiera nos permitimos hablar de ello para no atraer su atención. Como si nombrándola atrajéramos el mal fario. Quizá México sea la excepción. En Oriente es diferente. En cierto modo, por eso consideramos que podía resultar interesante proponer esta temática en Translúcido porque, en efecto, nos pareció muy saludable afrontar la muerte desde un punto de vista natural, sin miedo ni culpas.
La última vez que un filme ecuatoriano estuvo nominado a los Premios Goya fue en 2001. ¿Cómo ve la salud actual del cine en Ecuador?
Sin duda, el crecimiento que ha habido es muy importante. A finales de los años 90 se hacía una película cada cuatro años y ahora es más de 16 al año. Aún hay mucho terreno por crecer y mejorar en cuanto a calidad pero se pueden ver avances increíbles. Por ejemplo, el género drama social reinaba hace poco tiempo y no había otra opción.
En este momento tienes la película familiar, infantil, de terror o de ciencia ficción. El lenguaje se ha abierto y aunque el momento económico es delicado, hay posibilidades para promocionar Ecuador como localización para proyectos extranjeros. (O)