Con La Malamaña ¿quién dice que en Quito no se hace salsa?
La Malamaña cuenta con más de una razón para distinguirse de cualquier otra orquesta o grupo de salsa en el país y, probablemente, fuera de él.
Desde hace cuatro años, la agrupación que fue creada, curiosamente, en Quito, como un homenaje a grandes de la salsa dura como Rubén Blades y Héctor Lavoe -dos de sus mayores referentes-, emprendió su recorrido para encontrar su propio estilo musical.
Uno que poco a poco ha conseguido proponer música no solo para bailar, sino para pensar, por los mensajes que tienen sus temas. Cuenta, además, con dos voces femeninas que sobresalen en sus presentaciones -que recuerdan cuando la guarachera Celia Cruz cantaba rodeada por un grupo de músicos hombres-, sobre todo por imprimir una sonoridad única.
Esa que consiguieron, también, alejándose del característico sonido de trompetas que comúnmente se escucha en las orquestas salseras y que ellos decidieron reemplazar por los saxos. “Esa es la identidad de La Malamaña”, asegura Diego Minda, conguero y uno de los fundadores del grupo.
El músico relata que los inicios de la agrupación se dieron tocando covers de salsa clásica. “Llegamos a tener 35 canciones versionadas a nuestro estilo”. Entre ellas Sonido bestial, de Bobbie Cruz; Triste y vacía, de Héctor Lavoe; y Te están buscando, de Rubén Blades y Willie Colón.
Esta última canción es una de sus favoritas, tanto que sus integrantes decidieron tomar parte de la canción que reza “... por tu mala maña de irte sin pagar”, como nombre del grupo. Aquella fue la primera etapa. Ya al año siguiente, en 2009, La Malamaña dejó de tocar covers para presentar sus propias canciones salseras. La primera fue Para armar; el sencillo más largo de todos (dura nueve minutos).
Desde entonces no han parado de componer y producir temas. Otros de ellos son El son del monte, en el que abordan la problemática ambiental; Pachjal, también de índole ecológico, y Lo que cuentan las trenzas, en el que hablan de la sexualidad de la mujer, su cuerpo, cómo se tienen que cuidar y las cosas que solo saben ellas.
Además de Cómo decir, Waera, Río Seco y Veneno, que completan su primer disco Manual de Urbanidad y buenas costumbres, lanzado el año pasado.
Diego cuenta que para la grabación del material ocurrió algo anecdótico. “Tuvimos que grabarlo dos veces, porque la primera vez que lo hicimos no nos gustó como quedaron los instrumentos de viento y las voces. Entonces un amigo cercano, Esteban Portugal, nos recomendó al productor guayaquileño Daniel Orejuela, quien reside en Alemania, pero que se encontraba de paso por el país.
Cuando escuchó el disco Daniel dijo que nos iba a cobrar un precio por mezclar bien las voces y grabar los viento, pero que también por ese mismo valor volvería a grabar todo nuevamente”.
Y así ocurrió. “Solo teníamos un mes, tuvimos que ensayar como locos y cuando empezamos a montar el disco lo hicimos de forma frenética. En una semana todo estaba grabado”, indica.
Precisamente, esa decisión de grabar nuevamente no solo ha hecho que hoy su disco llame la atención en Cali y Nueva York, sino que en el país algunos elogien su trabajo.
Entre ellos el productor musical John Castro, quien asegura que el sonido que imprimen sus canciones lo hace recordar a la famosa Orquesta de la Luz, de origen japonés, que surgió en la década del 90. “Cada instrumento está bien puesto, en su lugar. La ejecución vocal, sobre todo el de las mujeres, es excelente. La interpretación y el sentido que tienen como músicos es buena”.
Juan Diego Illescas, integrante de La Piñata, va más allá al decir que “lo que hoy pasa con La Malamaña es similar a lo que ocurrió en Colombia cuando fue todo un boom que en Bogotá surgieran grupos salseros y ya no solo en Cali.
Lo mismo le sucedió al grupo que se formó en Quito. Este es un grupo que tiene una lírica muy rebelde, pero que a la vez es una música muy cálida. Esa manera de transmitir esa rebeldía, como se caracteriza la buena salsa”. Hay salsa “andina” para rato.