Audrey Hepburn, una ganadora del Oscar que estuvo marcada por el desamor
Cuesta pensar que una de las mujeres más adoradas por el público durante generaciones tuviera tan mala suerte en el amor. Audrey Hepburn, heroína romántica en la pantalla, de cuya desaparición se cumplen 20 años, tuvo una vida llena de carencias afectivas que solo suplió, finalmente, como embajadora de Unicef.
Cinco nominaciones al Oscar... y cinco abortos. Dos estatuillas... y dos matrimonios fallidos. Audrey Hepburn, probablemente el ícono del cine clásico más perdurable junto a Marilyn Monroe, activó en la audiencia algo que ella echó de menos desde niña: el cariño y la adoración.
Musa de Givenchy en la moda, de Stanley Donen, Billy Wilder, George Cukor o Blake Edwards en la pantalla... pero rechazada por Albert Finney y Ben Gazzara fuera de ella. Su belleza era más etérea que sexy, y sin el aura del glamour de películas como ‘Roman holiday’ o ‘Breakfast at Tiffany’s’, Audrey se sentía desvalida.
“Creo que el sexo está sobrevalorado. No tengo ‘sex appel’ y lo sé. De hecho, prefiero tener un aspecto curioso. Mis dientes son curiosos y no tengo los atributos que se le presuponen a una diosa del cine, incluido un buen tipo”, decía de sí misma.
En los registros oficiales, dos matrimonios: uno con Mel Ferrer, notablemente mayor que ella y de un físico poco agraciado, y otro con el aristócrata y neuropsiquiatra italiano Andrea Dotti. Con el primero sustituyó el verdadero amor por la admiración profesional. Con el segundo, por la “dolce vita”.
Con ellos tuvo sus dos hijos, Sean y Luca, otra de sus obsesiones, pues por esterilidad había descartado a algunos de sus amantes más apasionados, como William Holden o Robert Anderson.
A Mel Ferrer lo conoció en una fiesta en casa de Gregory Peck y él le ofreció hacer ‘Ondine’, una insulsa obra en Broadway y, como quien dice, una cosa la llevó a la otra.
En 1954 ya estaban casándose en Suiza por todo lo alto y Audrey buscó compatibilidad entre su emergente carrera y su flamante matrimonio, hasta el punto de rechazar la cinta ‘Gigi’ por rodar ‘Funny Face’ en París, ciudad donde Ferrer trabajaba con Jean Renoir en ‘Elena et les hommes’.
Pronto Ferrer se moría de los celos por el éxito de su esposa que provocó el divorcio de ambos en 1968, poco después de su último éxito, ‘Wait until dark’, producida por Ferrer.
“No puedo explicar la desilusión que supuso. Lo intenté y lo intenté. Sabía lo difícil que era estar casado con una estrella mundial, a la que reconocen en cualquier sitio. Mel sufrió mucho. Pero creedme, yo puse mi carrera en segundo lugar”, expresaba entonces Hepburn, quien nació como Audrey Kathleen Ruston el 4 de mayo de 1929 en Ixelles, Bélgica.
Un año más tarde se casó con Dotti, uno de los solteros de oro de su época. Todo comenzó al estilo de Hollywood. Ella tenía 40 años y él 31, por lo que se invertían los roles de su anterior matrimonio, pero entonces fue ella la que enloquecía de celos en una época en la que los paparazzis fotografiaban a su “latin lover” con otras mujeres.
Se habían casado el 18 de enero de 1969 en Suiza y varios abortos la llevaron a un estado de depresión, aunque finalmente sí consiguió concebir y dar a luz a su segundo hijo, Luca. El divorcio llegaría en 1982.
Pero Audrey seguía buscando el amor en los brazos de sus compañeros de rodaje. “Llegó un momento en que su vida se convirtió en algo triste y patético, y alcanzó un grado de desesperación en el que llegó a permitir que le trataran mal”, explicaba Donald Spoto al presentar su biografía de la actriz en 2006, al respecto de la relación que la unió a Ben Gazzara.
Gazzara recordó así su romance en 1970. “Ella era infeliz con su matrimonio y yo también y nos consolamos el uno al otro, pero era imposible. Ella tenía su vida en Europa y Suiza y yo en Los Ángeles. La vida se interpuso entre nosotros”, confesó el actor, quien también subrayó la inseguridad de Hepburn como actriz.
Ese patrón era el que ya había practicado solo un par de años antes, y todavía casada con Mel Ferrer, con su romance extraconyugal más famoso, el que tuvo con Albert Finney durante el rodaje de ‘Two for the road’. Finney no pudo con tanta intensidad.
Las carencias afectivas habían nacido ya desde el principio de su existencia. Por el contrario, sí aseguraba: “Nací con una enorme necesidad de recibir afecto y una terrible necesidad de darlo”, era otra de sus frases célebres.
Abandonada por su padre y con una madre, que era simpatizante nazi, incapaz de transmitir el cariño, forjó una inseguridad que le hacía hidrofóbica o le provocó el llanto cuando vio que no habían respetado su voz en las canciones de ‘My fair lady’.
De hecho, Joseph Victor Anthony Ruston y Ella Van Heemstra, los padres de Audrey, formaban parte de la unión británica de fascistas.
Su carrera como actriz fue una alternativa al no poder seguir su sueño de convertirse en bailarina durante la II Guerra Mundial, en la que incluso leyó ‘El diario de Anna Frank’, que según ella tenía muchos paralelismos con su vida real.
Marcada por el rodaje de ‘The Nun’s Story’, acabó entregándose a las causas humanitarias. “Al final encontró el sentido a su vida en su labor con Unicef. Pero fue prácticamente por eliminación”, resumía Donald Spoto.
Misiones en Somalia o El Salvador como Embajadora de Buena Voluntad de Unicef, pero en las condiciones de una voluntaria más, le reportarían un Oscar honorífico.
Y así, falleció, sentimentalmente realizada, por fin, el 20 de enero de 1993 a los 63, años tras lidiar con un cáncer de colón en su hogar, en Tolochenaz, Suiza.