Gracias, Petita
Llevo años contando la historia de Paola Guzmán Albarracín y cada vez que lo hago siento una mezcla de dolor, rabia y frustración que me deja literalmente sin aire.
Paola tenía 14 años cuando empezó a ser hostigada sexualmente por Bolívar Espín Zurita, vicerrector de su colegio. Espín la rondaba, la perseguía, la acariciaba de forma solapada; pero la oportunidad para acorralar definitivamente a Paola se le presentó cuando ella tuvo problemas con sus notas y para pasarla de año le propuso tener relaciones sexuales con él. Paola estudiaba en el colegio Miguel Martínez Serrano de Guayaquil, ahí que los profesores acosaran a estudiantes e incluso a profesoras era una práctica común que todo mundo sabía, pero nadie denunciaba. Paola vivió la violación sistemática de Bolívar Espín durante dos años.
En octubre de 2002, Petita Albarracín, mamá de Paola, notó que su hija estaba rara, decaída. Petita trabajaba todo el día para mantener a sus hijas, llegaba agotada a su casa, y cada vez que le preguntaba a Paola qué le pasaba ella decía que no era nada. Paola nunca le contó a su madre lo que estaba viviendo.
En diciembre de 2002, Paola descubrió que estaba embarazada, cuando se lo contó a Espín la reacción de su violador fue llevarla donde el médico del colegio para que le practicara un aborto. Pero Raúl Ortega, el médico que iba a hacerle el aborto a Paola, una vez que estuvo solo con la niña, condicionó este procedimiento a cambio de que Paola tuviera relaciones sexuales con él. Sí, Paola sufrió una nueva violación.
El 10 de diciembre de 2002, Paola cumplió 16 años, pero ya no soportaba más su vida. Me duele pensar en la profunda desesperación que llevó a Paola a tomarse doce pastillas de fósforo blanco la mañana del 12 de diciembre de 2002, minutos antes de tomar el bus que la llevaba a su colegio. Ese mismo día Petita había sido citada por los profesores de Paola para hablar sobre su desempeño académico. Pueda que este hecho fuera lo que detonó en ella la decisión de matarse. Paola les contó a sus amigas que había tomado veneno y ellas la llevaron a la enfermería y alertaron a Bolívar Espín, al médico Raúl Ortega y a las demás autoridades del colegio. Nadie llamó a una ambulancia, ni a la emergencia de ningún hospital, ni a la policía, ni le suministraron primeros auxilios a Paola. Ni siquiera se les ocurrió llamar a Petita. Lo que sí hizo Luz Arellano, inspectora del colegio, fue acercarse a la camilla de la enfermería en donde Paola se revolcaba de dolor para decirle que Dios la iba a castigar por lo que había hecho.
Fueron las amigas de Paola, las que llamaron a Petita. Cuando ella llegó encontró a su hija abandonada en un rincón, agonizando. Cargándola, porque Paola ya no podía caminar, Petita se la llevó al Hospital Luis Vernaza, pero ya era muy tarde para todo. Paola Guzmán Albarracín murió un día como hoy, 13 de diciembre hace 18 años. Ahí recién empezó la lucha de Petita para saber qué le había pasado a su hija, su lucha para que este crimen no quedara en la impunidad.
Las autoridades del colegio no solo no evitaron que Paola fuera violada, no solo la abandonaron a su suerte cuando tomó veneno, sino que cuando Petita Albarracín inició acciones penales contra Bolívar Espín cerraron filas para defenderlo. Durante las investigaciones y procedimientos judiciales por la muerte de Paola se cometieron violaciones e irregularidades. El acceso a la justicia fue ineficiente, lento y revictimizante. Pese a que Fiscalía solicitó la detención de Bolívar Espín, el juez de la causa se lo negó y Espín pudo huir, nunca fue preso. El doctor Raúl Ortega jamás fue condenado y hasta hace poco seguía trabajando en el departamento de urología del Hospital Luis Vernaza.
En los medios de comunicación también se revictimizó a Paola. Su historia se relató como el de una alumna precoz que “decidió terminar con su vida por una decepción amorosa” con su profesor con el que mantenía un idilio. Así lo escribió diario El Universo en una nota del 23 de marzo de 2003. Bolívar Espín tenía 65 años y estaba abusando de Paola mediante chantajes y amenazas desde que ella tenía 14 años. Ella era una niña, él un depredador sexual. Nunca hubo enamoramiento, siempre fue violación. No hay nada idílico en el hecho de violar a una niña.
Todo el sistema de justicia de Ecuador le falló a Petita. Pero ella no se dio por vencida y junto a las abogadas de CEPAM llevó su caso a instancias internacionales.
El 14 de agosto de 2020 se dio el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Paola Guzmán Albarracín. La Corte IDH determinó que el Ecuador era responsable por las violaciones a los derechos a la vida, integridad personal, honra y dignidad, educación y el incumplimiento de la obligación de prevenir, sin discriminación, la violencia de género en perjuicios de Paola como consecuencia de los actos de acosos y abuso sexual perpetrados por Bolívar Espín, quien se aprovechó de su posición de autoridad para ejercer estos actos.
Ecuador fue condenado a reparar de manera integral a la familia de Paola en forma material, social y simbólica por los 18 años de impunidad. Este 9 de diciembre Ecuador, a través del presidente Lenín Moreno, finalmente reconoció su responsabilidad en la vulneración de los derechos de Paola Guzmán Albarracín, su madre y su familia. Petita recibió el título de bachillerato póstumo de Paola y la declaratoria del 14 de agosto como el Día Oficial de Lucha contra la Violencia Sexual en Aulas a través del Decreto Ejecutivo 1205.
En el año 2014, la Fiscalía General del Estado receptó 271 denuncias de violaciones a niñas en el ámbito educativo. Desde ese año hasta hoy se han contabilizado 11.000 casos de violencia sexual en el sistema educativo. La lucha incansable de Petita Albarracín consiguió que Ecuador establezca medidas de no repetición e implementar mecanismos adecuados para asegurar que los niños y las niñas deben ser protegidos de manera oportuna en el sistema educativo y que se aplicara justicia sin estereotipos de género. Se garantizará además a niños, niñas y adolescentes el acceso a la educación sexual y reproductiva para que puedan identificar personas y conductas que los pongan en peligro de sufrir acoso, abuso o violación sexual.
Gracias por tanto, Petita. (O)