Rumbo 045 a babor, avante a León Dormido

Five Fingers. Mano petrificada de un gigante en su intento eterno de emerger del fondo marino. Dedos negros cubiertos de un raído guante gris de excremento, tejido en la posta del vuelo de piqueros patas azules hambrientos, que se estrellan y sumergen salpicando las aguas vecinas. Punto de quiebre en la ruta hacia el León Dormido, que cumple la lancha guardacostas pintada con la divisa “Isla Marchena”, recordando los tiempos del Archipiélago de Colón.

El giro compás electrónico adosado al cielo raso del puente marca el rumbo 348, una diferencia milimétrica con la numeración que marca la brújula que, antigua, se bambolea levemente encima del tablero, influida por el magnetismo terrestre. Los marineros, 2 oficiales y 11 tripulantes, la aprecian como a los salvavidas que cuelgan de sus hombros, a la que se aferrarán en caso de una deriva por falla técnica, siempre posible.

La representación de la lancha avanza en tiempo real por un rojo sendero dentro del monitor de la carta náutica —también electrónica—: una línea recta entrecortada hacia el promontorio rocoso, insignificante al lado de San Cristóbal. La pantalla exhibe los mapas trazados en papel por las misiones europeas del siglo XVI y XVII, luego del episodio descubridor de Tomás de Berlanga, y que sirvieron de referencia a piratas y corsarios en la época colonial y a José de Villamil, el general independentista que, por encargo de Juan José Flores, anexó las islas a la novel República de Ecuador en 1835, en el desembarco de la Goleta Mercedes en Floreana; episodio insigne de la armada ecuatoriana.

La historia universal y nacional se borda con 3 líneas en la gola del traje tradicional de los marinos, en alusión a los viajes del almirante Nelson y se completa con 2 cóndores. La gorra blanca y redonda, diseñada para adoptar la forma de balde, evoca los tiempos difíciles, cuando se achicaba el agua de botes inundados. Completa el atuendo el pito metálico que cuelga de la rabiza, un cordón tejido por los marinos como ejercicio obligado que ayuda a cultivar la paciencia en el tiempo solitario.

Cuando daban las 10:00, zarparon del muelle cumpliendo la disposición escrita, emitida por Daniel Ginez, capitán de Navío y director regional de Espacios Acuáticos y Guardacostas Insular. El navegante a cargo es el comandante de la lancha, teniente de navío Magno Bermeo, quien con frases cortas da órdenes, reiteradas de inmediato como eco por el timonel, sargento segundo Benítez y anotadas prontamente en la bitácora por el cabo primero Asunción, responsable de la comunicación; cuenta con la ayuda de 3 auriculares que extienden la voz de mando del puente hacia la cubierta 100, la exterior, y hasta el personal que viaja en el bote de goma, circundando ágil a la lancha madre, buscando soltar oportunamente las amarras.

La maniobra combina el poder de 2 motores dirigidos a babor con la fuerza de la marejada que empuja hacia estribor. El personal pone todos los sentidos para mover los 26 metros de eslora y los 6 de manga del Marchena a 6,9 nudos, la velocidad mínima, más de 20 menos que la que la que puede alcanzar la lancha de aluminio. Mirando en turnos por los ventanales frontales y laterales del puente, Bermeo, evita botes de pesca, carga, turismo o taxis acuáticos que, anclados, flotan en la rada de puerto Baquerizo Moreno.

En rojo y habano destaca el buque Sirius de la armada, equipado para la investigación oceanográfica. Cuando la maniobra se realiza en la noche, la mínima visibilidad se supera con el radar que detecta posibles contactos. La pantalla de círculos concéntricos se encuentra al frente del timón. La escala se gradúa a 3, 6 ó 12 millas. El alcance máximo resulta de la altura del palo de rada y su posibilidad de superar la curvatura de la tierra.

Desde el puerto al León Dormido hay unas 10 millas de distancia. El buque guardacostas se usa principalmente para patrullajes dentro del mar territorial y la zona contigua que ocupa 24 millas medidas desde la costa continental. Defender la soberanía, precautelar la vida humana en el mar, combatir las actividades ilícitas, contribuir a la preservación del medio ambiente, son las tareas fundamentales que desempeña.

En el archipiélago, esto implica el control de la pesca no autorizada en la Reserva Marina por la Dirección del Parque Nacional, para lo cual cuentan con dispositivos satelitales de identificación de embarcaciones. El comandante sabe que los pescadores son residentes locales que aplican prácticas artesanales, puesto que no se permite la pesca industrial, ni se autorizan permisos a pescadores de fuera de la provincia.

La reserva es refugio de especies protegidas como tortugas, tiburones y lobos marinos. El control se ve fortalecido por una cámara térmica que permite identificar a las personas que viajan en cada embarcación. Cumpliendo estas funciones ofrecieron su contingente al Comité de Operaciones de Emergencia durante el siniestro del buque de carga Galapaface I que encalló en Bahía del Naufragio hace varias semanas.

La misión más lejana que se asigna al Marchena o a cualquier buque de la armada es en Galápagos pues tienen que navegar 600 millas desde Guayaquil. Cada 2 meses se turnan con otras lanchas en el patrullaje insular. Bermeo tendrá que regresar a fines de julio al puerto principal, donde le esperan su esposa y sus 4 hijos. Tiene 17 años en la armada, uno menos que el tripulante de más antigüedad que ahora hace de timonel y 4 más que el de comunicaciones. La cotidianidad se desenvuelve bajo el puente, en la cubierta 200, donde duermen, comen y se asean; hay 3 camarotes para 2 personas cada uno y un entrepuente para 6. La intimidad de Bermeo se arrincona en 3 metros cuadrados, ocupados por una litera simple, ducha, lavabo y sanitario. Cuenta con un escritorio replegable.

El régimen, cuando no están en operación, empieza con el agudo silbido de la diana a las 6 de la mañana. Luego viene aseo y desayuno. A las 8:00 están en formación para recibir instrucciones. Al medio día es el rancho y luego otra formación para trabajos. Los relevos de guardia son cada 4 horas. A las 16:00 inicia el franco, y salen a dar una vuelta por el pueblo o al régimen de lavandería. Todos se recogen a las 20:00 en la lancha cuando inicia el descanso.

En cambio, conscriptos, tripulantes, infantes de marina y oficiales acantonados tienen sus viviendas en tierra firme, en la base, al igual que los asignados a la de Santa Cruz e Isabela y al retén en Floreana.

Los habitantes de Baquerizo Moreno se han acostumbrado a los cánticos con que acompasan el trote mañanero los ‘charlis’, que realizan el servicio militar durante un año, mientras dan 2 vueltas al perímetro urbano, entonan versos populares como “pobre corazón entristecido...”, que se introducen en los hogares que a esa hora se desperezan.

Pero la armada también llega al corazón de la comunidad con una ambulancia aérea que intenta salvar las distancias y las vidas de pacientes graves. Fue puesta a disposición en julio, el mes de la armada cuando se conmemora la Batalla de Jambelí; una relación plantada en el corazón de niñas y niños que concurren al liceo naval, o en el de los buzos civiles junto a quienes, en este mismo mes, los hombres rana de la infantería de marina limpiaron la bahía.

Luego de la maniobra de izar el bote de goma, Bermeo ordena el rumbo 045 avante a babor. La caña del Marchena apunta al León Dormido, la roca inmensa, emblema principal de Cristóbal.