La salida de trabajadores a otros países en esta zona de la sierra centro habría iniciado en 1991
¿Quién cuida de los niños y jóvenes que dejan los migrantes en Chunchi?
Desde los 7 meses Viviana (nombre protegido), de 18 años, no ve a sus padres. Se fueron cuando era bebé, y como es conocido los primeros recuerdos de un menor de edad inician apenas a los 5 años. Es decir que Viviana solo sabe de ellos por fotos, llamadas de cada fin de semana y por sus envíos de dinero.
La migración en Chunchi, cantón de Chimborazo, se podría resumir así: se refleja en sus casas de 2 ó 3 pisos y en adolescentes y jóvenes que han crecido sin ver a sus progenitores. Viviana solo sabe que ellos están en Newark, quizás no sabe cómo ubicar en el mapa a este condado de EE.UU., pero entiende que es en un lugar llamado New Jersey.
Atesora entre sus manos y uñas pintadas de negro un arete de oro que pudo comprar con dinero de sus padres. Es solo uno, el otro se perdió. ¿Quisieras ver a tus padres? “Claro, quiero ir a EE.UU.”, responde con una sonrisa que deja mostrar todos sus dientes.
Si algo distingue a los adolescentes en Chunchi es su risa cómplice. Al preguntarles a 4 de ellos si conocen a alguien con padres migrantes, la primera respuesta es una sonrisa, cuando entran en confianza expresan que todos tienen a sus padres en el extranjero.
Ríen nuevamente, miran sus teléfonos con pantalla táctil mientras conversan y 3 de ellos esperan un bus que los lleve a Taxiana o Ramos Lomas. Estas son comunidades rurales de Chunchi. Son casi las 16:00 del último lunes de marzo, hace frío en la ciudad y caen pequeñas gotas de lluvia. La neblina de la tarde comienza a bajar.
Los 4 adolescentes aún no hacen sus tareas del día. Rosa (nombre protegido), de 14 años y con unos inmensos ojos verdes, cuenta que vive con su tía. Sus padres migraron cuando tenía 2 años. La última vez que vio a su mamá fue hace unos 5 años y le ha prometido llevarla a vivir con ella.
¿Quién cuida de estos niños y jóvenes cuyos padres migraron? Tías y abuelitos son las respuestas más comunes que dan los chicos.
“Una vez conocí el caso de una adolescente de 14 años que tenía a su cargo a 3 de sus hermanitos. Ella, en la medida de sus posibilidades, hacía lo que podía”, cuenta Fabián Idrovo, el director de la Unidad Educativa María Auxiliadora Fe y Alegría, ubicada en el centro de Chunchi. Este es un plantel cofinanciado y, si bien no hay cifras de cuántos chicos viven alejados de sus padres, el director atina a decir que son la mayoría. Él nació, creció y ha vivido siempre en Chunchi. Tiene 12 hermanos y 6 de ellos radican en Estados Unidos. Fabián decidió quedarse y ser docente, pero los otros se fueron en la década del 90.
“Mi padre solía contarme que en los prados había ‘continentes’ de alverjas y trigo, ahora no hay quién cultive la tierra. La abandonaron y los que están siembran muy poco”, dice con cierta tristeza este hombre informal y abierto a la gente. Saluda y conoce el nombre de cada uno de sus profesores.
Por lo general, la gente en Chunchi es bastante amable, habla con los desconocidos, pero les inquieta que se pregunte por la migración como si fuera un fenómeno. Para ellos es una situación cotidiana porque los adultos siguen viajando.
De vuelta a los jóvenes
Chunchi es relativamente grande, tiene 274,9 kilómetros de extensión, la mayoría son prados cubiertos de verde oscuro y claro. Es una pintura con algunas vacas comiendo pasto y sembríos de frutas y papas. Sobresalen sus casas, algunas lujosas con chimeneas y fachadas de granito o mármol. Hay pocos carros y menos transeúntes, es como si todos se fueron huyendo de algo. En el centro del cantón, como en otras ciudades fundadas por españoles, hay una plaza central, el Municipio y los principales bancos.
La plaza tiene bancas despintadas y señal Wi-Fi. Ese atractivo es un imán para niños y adolescentes. Al mediodía, cuando los colegios cierran sus puertas, inicia un festival de jóvenes con celular y tablets. Se ubican en los filos de las bancas o en los bordes del monumento central. Son decenas, y mientras avanza la tarde llegan más. Algunos escuchan música por los parlantes de sus celulares y otros chatean. En medio de tanta tecnología del siglo XXI hay un detalle: el snack es tradicional. Se trata de un ceviche de chocho, mezclado con salsa de cebolla y cuero de chancho. 2 carretillas ubicadas en cada esquina los venden en 75 centavos o 1 dólar, dependiendo de la porción. Hacen fila para comprarlo y lo comen mientras esperan el bus que los lleve a una de las 5 parroquias del cantón.
Solo hay 2 planteles en Chunchi, el que dirige Fabián y el que antiguamente se llamaba 4 de Julio y hoy es la Unidad Educativa Chunchi. El segundo es completamente público y tiene más estudiantes en básico y bachillerato.
Al igual que Viviana y Rosa, otros adolescentes encontrados en el parque tienen sueños: graduarse y luego ir a Estados Unidos. Se repite en cada esquina. Quieren abrazar a sus padres. “Muchos chicos aquí se crían solos, pero eso no los hace débiles, al contrario, son más fuertes”, dice un funcionario del Municipio sin dar su nombre. Él también migró, pero regresó luego de un divorcio y cuenta que Chunchi es un cantón netamente migrante. “Si se pregunta en la plaza, le aseguro que cada persona tiene al menos a un familiar viviendo en el extranjero”.
Hay jóvenes a quienes la migración los afectó de manera distinta, no terminaron el colegio. Liria C. tiene 18 años, un largo cabello negro y una niña de 2 años que tira de su suéter. Liria no aparta la mirada de su celular inteligente táctil. Es madre soltera y no se graduó. Sus padres migraron cuando tenía 8 años y hoy cuida de su pequeña y de sus 2 hermanos, de 16 y 13 años.
Cuenta que sus progenitores vendían aguas medicinales en una carretilla en el parque, unas pociones de sábila y otras yerbas. Ganaban poco y hoy le envían $ 160 al mes. Las remesas la ayudan hasta que encuentre trabajo o pueda viajar a EE.UU., y deje encargada a su hija con una tía o abuelita.
En Chunchi, las remesas son una constante, al menos $ 4,2 millones llegaron en 2014. Hay casas grandes y jóvenes llenos de artilugios tecnológicos, pero con familias desmembradas.
También hay adolescentes y hasta niños que han intentado suicidarse, quizás afectados por la migración de sus padres, pero ese es el capítulo de otra historia. (I)