Punina: “Hablamos el mismo idioma, pero no el mismo lenguaje”
Francisco “Pancho” Punina tiene 62 años y la mayor parte de su vida -más de cuatro décadas- las ha dedicado al servicio social.
Nació en el sur de Quito, en el barrio la Villaflora. Desde pequeño se vio abocado a ayudar al prójimo pues en el seno de su familia veía como su padre y su madre tenían ese espíritu solidario.
Su papá hacía rescate de montaña y no le importaba día ni hora, si alguien se perdía, él salía en su búsqueda. Mientras que su mamá se caracterizaba por ayudar a quienes necesitaban de ella.
Se trasladó de Quito a Guayaquil para realizar sus estudios secundarios. Primero en el Técnico Simón Bolívar y luego en el San José La Salle.
Mientras que sus estudios de tercer nivel los realizó en las universidades Estatal de Guayaquil y Laica Vicente Rocafuerte.
En el primer centro de estudios superiores obtuvo el título en Ingeniería Industrial mientras que, en el segundo, el de Ingeniería Civil.
Además cuenta con un doctorado en Andragogía (ciencia orientada a organizar los conocimientos de las personas adultas).
Por su profesión y su matrimonio se fue de regreso a Quito. Desde allá gerenció a nivel nacional una reconocida empresa.
Fue allí donde junto con cuatro sponsors nació la idea de ejecutar un proyecto a nivel global para ayudar a niños con malformaciones. “Ahí empezó todo”.
Ese proyecto emblemático denominado Operación Sonrisa Ecuador surgió hace 25 años desde su creación y vida jurídica. En tanto que las misiones para operar a niños con labio fisurado y paladar hendido empezaron a trabajar un año después.
“Yo organicé la logística desde la primera misión, entonces soy el más viejito de todos (se ríe)”.
Paralelamente se desempeñó como jefe nacional de los Boy Scouts, una organización a la que se vinculó desde los 14 años. Ha manejado cerca de 5.000 niños. Le ha dado paso a otros líderes, pero no se desconecta de esta forma de servicio.
El miércoles 17 de julio, “Pancho” Punina llegó a Guayaquil con la misión 137 que, a través de un convenio con el Hospital IESS Los Ceibos, benefició a 150 menores.
Cada ciudad adonde acude le deja una enseñanza o anécdota. Ese día -cuenta- se le acercó una mujer mayor a darle $ 10 y le dijo que ella también quería ayudar. “Era una señora que realmente creo que necesitaba los $ 10; pero estos serán destinados para comprar insumos”.
El resultado
En 24 años, la fundación ha recorrido 45 ciudades con 137 misiones, con las cuales han realizado 17.000 procedimientos quirúrgicos. Adicional han ejecutado 256 jornadas médicas un poco más pequeñas y 11 internacionales.
Cada vez que un niño sale de una operación y es recibido por su madre tiene sentimientos encontrados. En algunos casos, médicos y familiares han llorado juntos.
Entonces a su memoria vuelve el recuerdo de una misión que realizaron en Machala hace algunos años.
“Una mamá llevó a su niño, lo evaluamos y él debía ser operado. Pero, el día de la intervención, no apareció. Llamé muchas veces al teléfono que dejó y después de tanta insistencia contestó un vecino que nos dijo que era de Guayaquil”.
“Pancho” Punina agarró su carro y se trasladó desde Machala a Guayaquil en busca de esa madre que vivía en el barrio Cuba. “La ubiqué y le dije:
¿Por qué no fuiste al ingreso de pacientes? Me respondió: es que no tenía vela”.
Sin entender de qué se trataba, le insistió: “Mamá compréndeme, le vamos a hacer la cirugía a tu hijo y necesito que vayamos a Machala ahora. Y me repitió: No puedo ir porque no tengo vela”.
Lo que sucedía -explica Punina- era que “la señora tenía cinco bebitos y no tenía dinero para comprar una vela (esperma)”. Ella no podía dejar a sus demás hijos sin luz; el mayor era de seis años. El niño que debía operarse tenía tres meses de nacido.
“Entonces, cuando rompes tu burbuja, te quedas en blanco; ni siquiera entendía el problema, que era hasta de comunicación, porque hablamos en el mismo idioma, pero no el mismo lenguaje”.
Con este caso, Punina se dio cuenta de que el beneficiado fue él. Se llevó en su carro a la mamá con todos sus hijos y buscó quién los cuidara mientras el hermanito menor era operado.
“Pero lo que te queda es un hueco en el corazón. ¿Seguirá esa familia sin poderse alumbrar? aunque las realidades han cambiado, las políticas han cambiado y ahora hay mayor acceso a los servicios; ¿y los que están en el campo?...”.
A pesar del paso de los años y de esa experiencia, en su cabeza permanecen la duda y la preocupación sobre si “¿eso es equidad?” y reflexiona: “hay personas que en un fin de semana se gastan entre $ 500 y $ 1.000, que bien podrían servir para una operación”.
Su espacio está bien delimitado por lo que le gusta hacer: servir. En algún momento le “coqueteó” la política, pero afirma que “yo soy un obrero social, mi trabajo es este; creo que desde esta dimensión puedo ayudar a las personas”.
Ser el director ejecutivo de Operación Sonrisa Ecuador es un trabajo que casi no le deja tiempo libre. “La fundación es bastante celosa, muy absorbente, pero es lo que me gusta: Enseñar, transmitir conocimientos, de esa forma creo que puedo estar haciendo algo por el país, en gerundio, haciendo”.
La fundación se mantiene operativa gracias a la ayuda de auspiciantes y las donaciones de algunas empresas que “lamentablemente están bajando porque la época del país es complicada”.
El trabajo de 25 años no solo se basó en las cirugías correctivas. En cada una de las misiones, “Pancho” Punina se encargaba de decirle a periodistas y ciudadanía en general que a esta patología se la llame: labio fisurado y no labio leporino, pues le parecía estigmatizante para los pacientes. Él lo logró.
En el poco espacio que le queda libre le gusta pasar en familia, con su esposa, dos hijas y tres nietos, “así sea vía WhatsApp (se ríe)”.
“Hacer un trabajo profundo, un trabajo de ayuda humanitaria, es un poco la intención y la búsqueda”, añade el titular de esta fundación, que cuando puede se mofa de su calva preguntando a quienes lo rodean si está peinado. (I)