¿Pugnas en el IAEN? Separando el trigo de la paja
Resulta interesante observar los distintos argumentos que se han vertido en las últimas semanas en torno a los “conflictos” que se despliegan en la Universidad de Posgrado del Estado, el Instituto de Altos Estudios Nacionales. Los diferentes posicionamientos públicos no terminan de desvelar el núcleo problemático que persiste en una institución de educación superior de carácter civil (no ya militar) y universitario.
Procuraremos exponer algunos elementos que aporten al esclarecimiento de aquello. Como es conocido, el IAEN tiene la excepcional tarea de formar, capacitar y brindar educación continua a las y los servidores públicos, así como generar investigaciones académicas de excelencia sobre el Estado y la administración pública, desarrollando e implementando conocimientos, métodos y técnicas relacionados con la planificación, coordinación, dirección y ejecución de las políticas y la gestión públicas. En buena parte del mundo, las instituciones que se dedican a estas particulares y estratégicas tareas no gozan de autonomía universitaria y resultan instituciones adscriptas o, simplemente, dependientes de alguna cartera de Estado. Sin embargo, en Ecuador se estableció en 2010, a través de la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES), una fórmula institucional que combinó vinculación orgánica con el Estado y autonomía universitaria.
Por un lado, la Rectora o Rector del IAEN es designado por el Presidente de la República mediante una terna que propone el Consejo Académico -máximo órgano colegiado y máxima entidad del cogobierno universitario- que, además, está integrado por el Secretario Técnico del Consejo Nacional de Planificación y Desarrollo o su delegado en representación del Presidente; y, por otro, el resto de su cogobierno se integra, como cualquier universidad pública en Ecuador, de acuerdo a lo establecido en la legislación vigente y respetando la representación democrática de sus diferentes estamentos: estudiantes, profesores, graduados y trabajadores. Esta innovadora fórmula procura garantizar conexiones institucionales virtuosas con la estructura del Estado y sus procesos programáticos de transformación y, a la vez, asegurar los principios que regulan el campo universitario, los que incluyen, por supuesto, la autonomía académica, administrativa y financiera y el cogobierno. No obstante, poco se ha debatido sobre lo expuesto. Cabría preguntarse qué hay detrás de esta deliberada invisibilidad en los argumentos aparecidos en diferentes medios de comunicación. En unos casos discrepan exrectores que, más allá de su trayectoria, no lograron establecer esas conexiones virtuosas y orgánicas con el Estado, así como tampoco una sólida institucionalidad académica; en otros, disienten excandidatas y/o candidatos a la rectoría del IAEN que no cumplimentaron los requisitos exigidos por la legislación vigente para tales jerarquías -incluso llegando a utilizar razones de “discriminación positiva por género” para evadir aquellos-. Asimismo, resulta llamativo que en el marco de un proceso decidido de recuperación del carácter público de la educación superior, sin fin de lucro, anticorporativo, de excelencia, meritocrático y con pertinencia social, algunos hablen de amiguismo, patrimonialismo y lógicas parentales cuando, en efecto, ese era el viejo modelo universitario ecuatoriano escenificado en el exConesup, el exConea -al menos el que funcionó hasta antes del Mandato 14-, y en el funcionamiento de un sistema educativo comprobadamente desregulado, privatizado, mercantilizado y sin ninguna conexión con un proyecto incluyente de país. Definitivamente los procesos de transformación, como el actualmente en curso, no resultan nunca sencillos. Y todo puede confundirse si no se realizan las debidas distinciones.
Una cuestión refiere a las dificultades del IAEN, y seguramente de otras universidades, para llevar adelante un proceso de reforma radical de su máximo nivel educativo y, en el caso del Instituto, inscribirse en ese proceso cumpliendo con solvencia sus misiones estratégicas y únicas. Pero otra muy distinta es montarse en la legítima expresión de esas dificultades para “bajarse” todo el proceso de transformación. Así, el conservadurismo frente al cambio es la tónica. Se deben analizar equilibrada y responsablemente cada uno de los obstáculos indicados, para lo cual es indispensable hacerlo en el marco de los carriles institucionales que tienen las universidades para canalizarlos. Ello fortalece su institucionalización y, por tanto, su autonomía y capacidad de autogobierno universitario. Paralelamente, se debe cuestionar fuertemente a aquellos que, por motivaciones mezquinas y profundamente personales, intentan generar un ambiente de confusión y rechazo a los cambios realizados y por venir, persiguiendo con ello volver a un escenario que Ecuador a todas voces le dijo: ¡Basta! Finalmente, vale decir que el IAEN no transcurre su mejor momento y sigue aguardando con anhelo tiempos mejores. Las razones de ello se encuentran en la deficiente e intimidatoria gestión actual contra sus trabajadores. Es preciso un cambio. Solo un ejemplar liderazgo, tanto individual como colectivo, será lo que permita salir al IAEN del presente atolladero y sinsentido. Por lo tanto, bienvenidas las acciones que aceleren la honesta concreción de sus objetivos tan trascendentales para el Estado y el país.