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El Telégrafo
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Los pescadores y agricultores potenciaron Puerto Hondo

Un grupo de niños y jóvenes prueba suerte con la pesca utilizando cordeles de nylon, anzuelos y carnadas al pie del balneario de Puerto Hondo.
Un grupo de niños y jóvenes prueba suerte con la pesca utilizando cordeles de nylon, anzuelos y carnadas al pie del balneario de Puerto Hondo.
Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
01 de julio de 2018 - 00:00 - Redacción Intercultural

Luis Lindao, de 73 años, es uno de los primeros habitantes del sector conocido como Puerto Hondo, ubicado en el km 16,5 de la vía a la Costa.

Vive a orillas del estero que sirve también como balneario para miles de turistas de Guayaquil y otros cantones del país. Pero para Lindao, el afluente tiene otra connotación. Es el lugar que atrajo a decenas de habitantes del puerto principal y Santa Elena como el sitio donde sustentar a sus familias.

Llegaron con intereses distintos, recuerda don Luis.

A inicios de la década del setenta, los primeros en llegar fueron pequeños agricultores que se apropiaron de unos terrenos pertenecientes a la hacienda Palo Bamba, de propiedad de José Castro, de nacionalidad peruana.

“El peruano llevaba las de perder porque había confrontaciones con ese país y el Municipio falló a favor de los locales”, relata Lindao.

En palabras de don Luis, cada familia que llegaba paraba su casa donde se lo permitían. Algunos, compraron sus terrenos a excolaboradores de la Cemento Nacional que lotizaron el sector.

Es el caso de Víctor Hugo Jácome, de 72 años, quien administra una ferretería al lado del centro de salud de Puerto Hondo. Es donde se gana la vida pero vive lejos, por Miraflores, en el centro norte de la urbe.

Su proyecto era establecer tres casas en Puerto Hondo para él y sus hijos pero cada uno hizo su vida por otros lares. Sobre las familias del sector asegura que son una mixtura. “Llegaron de Manabí y Santa Elena, aunque muchos son de aquí (Guayaquil)”, afirmó Jácome.

Por ello no es raro encontrar apellidos peninsulares como Reyes y Lindao, manabitas como Chóez y Andrade, además de Merjildo, Belollo, León y Flores.

Sobre la llegada de los santaelenenses, Carlos Reyes, de 30 años, cuenta que vinieron atraídos por la riqueza pesquera del estero.

Es la historia contada por sus abuelos, parte de la primera generación de peninsulares en Puerto Hondo.

“De hecho, no se establecieron aquí (localidad actual del sector) sino del otro lado del estero, donde ahora hay piscinas de camarones”, afirma Reyes, mientras repara una embarcación a partir de botes metálicos.

La pesca aún es fructífera. Del afluente se puede sacar bagre, mojarra y corvina, además de camarón. Incluso los niños prueban algo de suerte con anzuelos atados a cordeles de nylon.

Actualmente, es el mayor sustento de las familias de Puerto Hondo que aprovechan las visitas al balneario para vender alimentos preparados con pescados de agua dulce. “También los van a vender a otro lado como Chongón y restaurantes de Guayaquil, que les compran”, asevera Reyes.

A veces se los vende a pocos metros del estero. En un viernes por la mañana, Franklin Reyes, un pescador de 33 años, negociaba un balde de distintos pescados a $ 8 con un comerciante.

Llevaba también una red con camarones. Al ser consultado por su costo, lo pone en $ 2,50. Era una cantidad que difícilmente se encuentra a menos de $ 4 en los mercados urbanos.

Reyes manifiesta que cualquier momento del día es bueno para pescar, pero que la marea alta favorece aún más la faena. “Podemos encontrar hasta jaibas”, afirma mientras se retira a pelear por su mercancía... Y es que el comerciante pretende llevarse el producto a $ 5. (I)

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