Perreos. Perras. Perros. Peros.
Somos perros de las redes. Atrás de esa información movemos la cola. Olfateamos en ellas para saber qué hay por allí. Videos de jóvenes bailando perreo por ejemplo. Discutimos sobre bailes eróticos, la ley minera y las clínicas de homosexualidad con la misma intensidad. Somos perros en las redes. Jadeamos en búsqueda de atención. Hay que sobresalir, hacer gracias. En la sociedad del espectáculo, anónimos se convierten en celebridades voluntaria e involuntariamente. La muchacha que baila en el video del Aguirre Abad casi no intercambia miradas con ese compañero.
Hay momentos en los que –“tímidamente”– baja la blusa del uniforme que se le sube. Supongo, para que él no mire, y no parece bailar para que él la mire. Baila para que la cámara la mire. Somos perros de las cámaras. Una línea se está borrando: lo íntimo, es cada vez más público. Reflexiones contemporáneas plantean “el mal de archivo”: más que vivir, lo importante es documentar. Y exhibir. Documentar se ha vuelto natural, sin preguntarnos qué subjetividad se va configurando allí. La línea es también difusa para la mirada del otro. Documentamos y circulamos la imagen de otro sin mayores reflexiones. Y a veces nos portamos como perros. Nadie cuestiona al perro que filmó. Al perro que lo compartió. Documentar la vida de otro parece ser nuestro derecho.
Somos perros que debemos ser domesticados. Estos videos abren la pregunta por la relación sujeto-institucionalidad. Los virales están vinculados a instituciones educativas. Y usualmente se exige explicaciones a esa institución. Cómo no entrenó. Cómo no domesticó. Se dejan de lado las subjetividades. Existe el estereotipo de que los jóvenes no tienen identidad, es una identidad “en formación”.
Hay una moral perversa para los cuerpos de las mujeres: ser joven, ser deseableNo tienen nada qué decir sobre su propia imagen o acciones. Somos los adultos los que hemos hablado por ellos: maestros, autoridades. ¿Qué tienen estos jóvenes que decir sobre ellos? ¿Por qué constantemente les adjudicamos motivos y causas? Finalmente vale la distinción entre perros y perras. Vale una lectura de género. Juzgamos - criticamos - demolemos a las chicas del 28 de Mayo. A las chicas de la Católica. A la chica del video del Aguirre Abad. Es a ellas a quienes se les coloca algún tipo de estigma. Son perras. Sobre los hombres usualmente hay silencios.
Al parecer es natural que “los perros” sean perros. Ya lo dijo el reguetonero Héctor, El Father: “yo soy perro 24/7”. Se perdona a los hombres mostrarse excitados en público, pero a ellas no. Consumimos con frecuencia imágenes similares de mujeres en videos de Pitbull. La idea de la mujer-objeto sexual es común. Aunque son interesantes y válidas las reflexiones que genera el feminismo en torno al derecho de las mujeres de goce del cuerpo propio y las resignificaciones del concepto de puta, de perra, no sé si encontramos aquí jóvenes dueñas de su cuerpo, de su sexualidad: eso solo lo sabríamos escuchándolas. ¿Pero, somos en realidad tan dueñas de nuestro cuerpo? La sociedad contemporánea ha ubicado a “la mujer joven erotizada” como un ideal para niñas, adolescentes, adultas, mujeres de tercera edad. Hay una moral perversa para los cuerpos de las mujeres: ser joven, ser deseable.
Siempre joven, siempre deseable. Es un régimen visual. Estas chicas pueden no haber hecho más que responder a esos imperativos. Hubo comentarios que no “calificaban” sus comportamientos, pero sí sus cuerpos. Si movían o no bien la cola. Si eran o no lo suficientemente delgados para desnudarse. Hay momentos en los que la chica del video del Aguirre baja la blusa del uniforme que se le sube. Como hacemos muchas. Supongo, para que “ese gordito” no se vea. “¡Quede desnudo... pero sea delgado, bonito, bronceado!” decía Foucault. Sea perra, pero sea delgada, bonita y bronceada. Somos perros de las redes. Atrás de esa información, movemos la cola.