Los payasos y su lucha por seguir arrancando risas
Cachirulo contempla con nostalgia sus enormes par de zapatos y el traje de tirantes color rojo que por cinco décadas ha usado para hacer reír a niños en las fiestas infantiles.
A su mente llegan recuerdos de la época dorada que vivió como payaso. Ganó popularidad cuando hizo dupla con el fallecido Cartuchito, con quien tuvo innumerables contratos por todo el país.
Él fue además portada en repetidas ocasiones de diferentes periódicos.
Peluquín modernizó el maquillaje con colores neones que usa para las presentaciones en fiestas infantiles y circos. Foto: Miguel Castro / ET
Sin embargo, en la actualidad este oficio se ve cada vez más amenazado.
Las diversas opciones para animar las fiestas de cumpleaños que surgieron en el mercado y otros factores han hecho que la demanda para contratarlos disminuya en las celebraciones de los más pequeños.
Eduardo Galarza, quien desde los 13 años de edad caracteriza a Cachirulo, experimentó durante el agasajo a niños por las fiestas de Navidad un capítulo más que ensombrece el trabajo de los payasos.
A sus 63 años, Eduardo tenía la ilusión de volver a ponerse sus enormes zapatos, su peluca, su nariz roja y hacer reír a todos con su humor, pero tuvo que olvidarse de eso cuando le explicaron que habían contratado a una empresa que ponía desde los canguiles hasta los raspados, los juegos y la animadora.
Las fiestas temáticas junto con la propuesta de chicos disfrazados de superhéroes o de jóvenes parvularias para animar y pintar caritas marcaron un antes y un después en la vida de estos cómicos.
Hace cuatro años dejó de ser rentable el oficio que tanto le apasiona a César Quinteros, de 39 años y padre de familia.
Él desde los ocho años de edad personifica a Cintillito. Su hermano, quien también se dedicaba a lo mismo, lo impulsó a trabajar en esto.
Para sobrevivir se dedica al comercio de productos naturales en los buses. Además, tiene un carrito de comidas rápidas. “Antes sí se podía vivir del oficio”.
Él cobra $ 50 por la animación de una fiesta infantil, pero por necesidad -dice- hay compañeros que lo hacen por $ 25, mientras que otros dejaron de dedicarse a esta actividad.
“Las personas buscan la economía. Por eso prefieren contratar animadoras que cobran lo mismo, pero con hora loca y caritas pintadas. Te arman toda la fiesta”.
Galarza, quien es presidente de la Asociación de Payasos, reconoce que la proliferación de payasitos “improvisados” en las fiestas infantiles y en los colectivos hizo denigrar al personaje.
“Esto hizo que el público perdiera la magia de verlos en una casa”, comenta.
Para él cualquiera puede pintarse la cara, pero pocos pueden llamarse “payasos”.
Originalidad e innovación
Dixon Franco tenía 11 años cuando empezó su vida artística en los circos, inicialmente como cantante de rancheras.
Allí conoció al payaso “Piporro”, cuyo trabajo lo impulsó a dedicarse a lo mismo y a crear su propio personaje. Así nació Peluquín, el payaso cantarín.
Desde su aparición sus presentaciones se han caracterizado por fusionar el canto con el show a la hora de hacer reír.
Hoy tiene algunos álbumes musicales y es el creador del himno al payaso.
Precisamente, para él la falta de originalidad al presentar un show ha hecho “que los payasos se estén muriendo de hambre porque hay que saber presentar un trabajo”.
Asegura que a pesar de que se llenan de maquillaje y se visten bien, no se preparan. “No tratan de crear nuevas propuestas y ser originales sino que son repetitivos en sus shows”, asegura el cómico.
Galarza ha propuesto hacer talleres, rutinas cómicas sin cobrarles, pero no hay interés.
“Ellos solo explotan el personaje, pero de fondo no tienen nada. El 90% de los payasos que trabajan en Guayaquil son así. El payaso hoy vive una crisis artística”.
Para ambos otra de las problemáticas que vive el payaso en Ecuador es la competencia desleal por parte de integrantes del mismo gremio. “Hay quienes cobran $ 25 por su trabajo de una hora”. Esto hace que se desvalorice el oficio.
Recuerda que antes existían payasos de tradición como Cartita o Chuleta, que eran muy reconocidos, pero con la aparición de Facebook surgieron nuevos payasos que regalaban su trabajo. (I)