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Ecuador, 01 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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Punto de vista

Nosotras que nos queremos tanto

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En un mundo cuadrado (y que crece en ese mismo sentido) es difícil tratar de doblar las esquinas y darle otra forma. Porque su estructura no es de plastilina sino que sostiene de mentes estrechas para las que el crecimiento y desarrollo de una mujer es materia de fiscalización constante. No voy a hablar del caso Gaspard porque ya hay bastante agua bajo ese puente. Los derechos del niño requieren de una protección altísima y los primeros llamados a cuidarlo son sus padres, familia y Estado. Punto. Sobre eso no cabe discusión alguna.

Lo que sí ocupa mi atención ahora es hablar sobre lo que significa ser mujer. Sobre todo ¿qué es ser buena mujer? De niña no usar la resbaladera si vas en vestido; negar con furia que te gusta un niño porque los amores adolescentes son peligrosos; No tener romances o mantenerlos ocultos para no dar de qué hablar; saber cocinar y lavar a los 15; no seguir soltera si bordeas los 30; parir antes de los 30; no reclamar ni oponerte ante lo que no compartes; no tomarte un whisky o una cerveza. ¿Eso es ser buena mujer?

Entonces hay muchas malas mujeres. Somos malas porque somos gritonas, peleamos por nuestros derechos, nos tomamos un trago, tenemos amoríos, refutamos, vivimos, pensamos, parimos y seguimos fieles a nuestras convicciones. Hay muchas malas mujeres porque no encajamos en lo que el mundo exige de nosotras: nuestro comportamiento se aleja de lo concebido como “normal” y de los “valores” que la sociedad exige.

Cuando a Carlos Fuentes se le preguntó por el libro cuyo título encabeza este texto, dijo: “Las mujeres de Marcela Serrano tienen la capacidad de cambiar de piel como las víboras, liberándose de la servidumbre de tiempos pasados”. Nosotras somos esas mujeres. Nosotras, ecuatorianas, francesas, gringas, peruanas, indígenas, rusas o alemanas tenemos esa capacidad y lo que sucede hoy, en contra de Arianais Alezra, es un aviso a la mutación. Un llamado a cambiar de piel. Una señal de alerta de lo que nos espera si guardamos silencio ante campañas ruines. Así como el uso de las redes convirtió en un asunto público la búsqueda de Gaspard, también lapidó la integridad de su madre. Y todos los que difundieron imágenes y textos en su contra, son cómplices. Eso los hace responsables solidarios del daño. ¿De qué sirve que la presencia femenina aumente en los poderes del Estado y se incremente el número de mujeres económicamente activas si lo que sigue dirigiendo las sociedades es la mente estrecha patriarcal? Que este texto sea un aplauso de pie para todas y todos los que nos queremos tanto que nos atrevemos a ser como las víboras y mutamos de piel. Porque desprenderse es crecer. (O)

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