Mónica López convierte la piel de pescado en joyas artesanales
Mónica López es madre de un joven de 28 años que nació con atrofia cerebral y a quien ha volcado todos sus cuidados. “A veces he pensado en darme por vencida, pero luego comprendo que él me necesita”, cuenta. Hace un año cambió su vida rutinaria de ama de casa por la de una agitada microempresaria. Sin ningún conocimiento en artesanías, Mónica aprendió a elaborar collares, aretes y pulseras con una materia prima distinta: piel de pescado, como el dorado, la corvina y otros.
La piel de pescado es un recurso ecológico que en otros países, como Chile o México, lleva varios años en la industria de la moda. Según el Instituto de Tecnología de los Alimentos de Brasil, el material representa ese 75% de los restos del animal que puede ser reutilizado. Por ejemplo, la diseñadora mexicana Mónica Weber utiliza la textura desde 2003 y comercializa las piezas en países europeos.
En Ecuador, en las playas de Puerto López (Manabí), la Vicepresidencia de la República junto con el Ministerio de Industrias y Productividad (Mipro) y el Banco Nacional de Fomento (BNF), impulsó el uso del material. El programa de microemprendimientos llamado ‘Pescado, Cero Residuo’, estaba dirigido a discapacitados y familiares de personas con discapacidad. Mónica fue una de las beneficiadas junto con un grupo de 12 mujeres. En la actualidad Mónica es la única que continúa con el proyecto desde su hogar, ubicado en Jonas González, de Puerto López.
Explica que el proceso para reutilizar el material del pescado es tedioso: se necesita de un día para limpiar por completo las 4 o 6 libras de piel que consigue de los mercados de la playa. De esta forma la piel pierde el olor a marisco.
Cuenta que en este trabajo sus 2 hijas, una de ellas madre soltera y su esposo, de oficio pescador, la ayudan. Por lo general, él trae las pieles de pescado por libras, aunque a veces Mónica recorre las playas durante la madrugada en busca de la materia prima.
Una vez que la piel está completamente limpia, Mónica procede a curtirla con químicos, coloca anilina para el cuero de distintos colores, y finalmente extiende el material sobre cartones para que seque al sol.
“Es bastante cansado hacerlo, porque lo hago sola. Pero una vez que ya tengo todo el material procesado, me pongo con mis hijas a elaborar collares, además de aretes con escamas. Esto me toma un par de horas”, cuenta Mónica.
Recientemente viajó hasta Guayaquil para participar en el lanzamiento de su primera colección de joyas denominada ‘Qara’, que organizaron los estudiantes de Ingeniería en Desarrollo de Negocios Bilingües, pertenecientes a la Facultad de Especialidades Empresariales en la Universidad Católica de Guayaquil (UCSG). Desde hace varios meses ella recibe capacitaciones de marketing, administración y liderazgo para impulsar su producto a cargo de los estudiantes de la UCSG.
La ingeniera Inés Carrasco, de la clase Consultoría Comunitaria, explica que el trabajo de sus alumnos es parte de los proyectos de vinculación con la comunidad realizados en la Universidad.
De hecho Carrasco también reutiliza la piel de pescado. En 2010 creó la marca Cish, cuyos zapatos y carteras son elaborados a partir de estos residuos. “Trabajar con el material es un proyecto sostenible porque los accesorios tienen una mayor salida siempre que los diseños sean exclusivos”, dice.
Para Mónica representa un trabajo artesanal y fuente extra de ingresos. Hace poco se atrevió a solicitar un préstamo de $1.500 al Banco de Fomento y así pudo comprar una máquina para procesar las pieles. Agrega que la temporada playera es óptima para vender sus creaciones, que fluctúan entre 3 y 7 dólares por pieza.