El legado andino es la inspiración de Milton para pintar
Para Milton Alajo Guilcamaigua, los colores intensos de la naturaleza y los trazos de cada cosa son una pista que invita a los seres humanos a reconocerse en el ayer. Alajo es pintor desde niño; en su etapa adulta imparte sus conocimientos con el afán de que sus estudiantes comprendan la herencia andina y se identifiquen con ella.
Tiene 49 años y nació en la parroquia rural San Buenaventura, ubicada en el nororiente de Latacunga. Su inquietud por expresarse en los lienzos lo llevó a migrar a la capital para estudiar Artes en la Universidad Central del Ecuador (UCE), desde entonces retó a la autoridad plasmando sus ideas mientras experimentaba diferentes técnicas.
Sus obras son inéditas, figurativas, naturistas; han sido invitadas a participar en exposiciones dentro y fuera del país. Recibieron premios nacionales e internacionales, lo que convirtió el nombre de Milton Alajo en un ícono del arte en la provincia.
Sus obras reposan en su modesta galería, compuesta de dos habitaciones, donde se inspira para crear.
Hace cuatro años abrió las puertas de su academia de arte en el barrio Rumipamba de las Rosas. En el lugar recibe niños, jóvenes y adultos que buscan absorber los conocimientos del multifacético maestro, quien también elabora esculturas en piedra y madera.
“Les enseño a pintar con un enfoque intercultural”, manifestó convencido. Aseguró que no hay mejor forma de aprender que conociendo la cultura del pueblo panzaleo que habitó cientos de años donde hoy es Cotopaxi.
Para estar empapado del tema, durante su trayectoria investigó que los panzaleos usaban diferentes texturas en las cerámicas y plasmaban temas de interés, especialmente de las fases lunares, siembras, cosechas y alimentos. Las cerámicas gruesas eran empleadas por los panzaleos de élite, mientras que las delgadas por la clase popular.
Utilizaban principalmente el punto, el círculo y el espiral. Según Alajo, el espiral era un símbolo importante dentro de la cosmovisión panzaleo porque era como el principio, el camino, el pasado, presente y futuro. Y la cruz o chacana hakana en la antigüedad, cuyo nombre se aplica a la Cruz Escalonada Andina, símbolo del ordenador o wiracocha. En el universo andino existen mundos simultáneos, paralelos y comunicados entre sí, en los que se reconoce la vida y la comunicación de las entidades naturales y espirituales.
“Es importante explicar cada detalle a los alumnos, para que en ellos nazca el amor hacia nuestra cultura”, manifestó el artista, quien dicta talleres de lunes a sábado para sustentar su trabajo artístico.
Pese a que sus obras son de renombre, los cuadros no se venden porque la mayoría de personas no pagan los costos que representan.
Dentro de las obras que ha realizado durante su vida, una de las más representativas es la que pintó en 1996 denominada “Emigración”, en esta el autor representa el drama humano de aquellos que partieron de su tierra en busca de mejores días.
La obra reposa en su modesta galería compuesta de dos habitaciones, cuyas paredes blancas hacen juego con las frías baldosas de colores claros. En su taller las acuarelas, pinturas, pinceles y demás instrumentos reposan sobre una pequeña mesa café, rodeada de cuadros a los que alguna vez les dedicó varias horas de su día, de sus semanas, de sus años.
“Los artistas no tenemos horario, tampoco pensamos en lucrar (…) cuando uno pinta no piensa en vender ni ganar”, dijo.
Actualmente el pintor trabaja con la técnica mixta, óleo, experimental, usa cemento, hollín. “Es interesante buscar nuevos aportes, nuevos enfoques”.
Considera que el arte es una puerta para el turismo, pero hay que generar una infraestructura y darle el espacio que se merece. En este sentido argumentó que aún hay mucho por hacer, no solo en la ciudad sino también en el país.
Daniel Arcos, de 24 años, que también estudia arte en la UCE, confesó que no ha tenido la oportunidad de conocer al maestro Alajo, pero sabe de su obra.
“Se abrió paso contando la historia de nuestras raíces en sus pinturas, hay mucho que admirar”, manifestó el quiteño. (I)