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“Me negaron ver a mis papás y no fui a estudiar”

“Me negaron ver a mis papás y no fui a estudiar”
23 de septiembre de 2012 - 00:00

Se fue a vivir a la parroquia de Tabacundo, en la provincia de Pichincha.  Pensó que finalmente  podría  estudiar. La engañaron porque no encontró ningún libro, solo se dedicó a limpiar.

Carmen T. ya cumplió los 15 años, ella  recuerda con dolor cómo hace 5 años dejó a su familia con la ilusión de entrar a la escuela. La menor vivía en la comunidad de Peguche, en Imbabura,  con sus tres hermanos menores y sus padres. Todos trabajan la tierra. 

Carmen acababa de cumplir 10 años cuando su madre le dio una funda con caramelos. “Se los había regalado una señora. Le agradecí y me los comí”. Uno de sus últimos recuerdos, antes de convertirse en víctima de la trata de personas.

La joven, de cuerpo menudo y  cabello largo, mantiene  una imagen borrosa del día que desapareció de su hogar.  Solo  recuerda que la subieron  al balde de una camioneta. “Mi mamá me echó la bendición. No los vi por un año”.

Al llegar a la casa de la señora conoció a su esposo  y a sus dos hijas,  menores que ella. Al principio la señora le regalaba la ropa que sus hijas no usaban.

Pero la amabilidad fue “flor de un día”. Pasaron cuatro meses en los que convivió con la familia.
Una tarde, la “patrona” le propinó una bofetada porque regó harina mientras limpiaba la cocina. “Desde ahí la señora cambió. No me dejaba salir a jugar con sus hijas y no me dejaba llamar a mis papás. Nunca me metió a la escuela”, recuerda. 

Carmen fue víctima de trata y aunque ahora ella vive con sus padres y ha regresado a estudiar, reconoce que no le gusta hablar con la gente que viene de la ciudad porque tiene la impresión de que “todos son malos”.

La trata de personas es un delito de lesa humanidad, considerado como una de las prácticas ilegales más lucrativas después del tráfico de armas y de drogas.

La joven cuenta que ella volvió a su casa porque sus padres la buscaron y se la llevaron a la fuerza. Pero no todas las personas víctimas de esta práctica corren con la misma suerte. Según la Red Internacional contra la Trata, en el 90% de casos, las víctimas no regresan a su sitio de origen. La organización revela que eso se debe a que las grandes redes tienen recursos, incluso para trasladarlas de país a país.

La Organización de las Naciones Unidas  para el Delito y el Crimen (Onudc) afirma que en el mundo 2,5 millones de personas  son  atrapadas, transportadas y explotadas para diversos fines. El 95% de las víctimas sufre violencia física o sexual, además de ser explotada; el 43% es de mujeres, el 32% sufre explotación laboral, según Onudc.

El informe de Save the Slaves de 2011 señala que  las redes que trafican con personas  lucran alrededor de $ 32.000 millones anuales.

La Organización Internacional para las Migraciones estima que, en América Latina, 800.000 personas aproximadamente son víctimas de trata de personas; 500.000 sufren explotación sexual.

El 80% de las víctimas transnacionales es de mujeres; de este porcentaje, el 50% es de niñas o adolescentes.
Paulina Cáceres, directora ejecutiva de la fundación Nuestros Jóvenes, explica que existen diferentes formas de trata. En su mayoría son de tipo sexual, pero también lo hacen con objetivos laborales.

Para la  directora, los casos más preocupantes se dan  cuando los detenidos son niños,  por encontrarse en mayor grado de indefensión. 

En el Ecuador  existen ciertas estadísticas sobre esta realidad.

Según datos, de 187 casos denunciados entre  2011 y 2012, existen 11 dictámenes fiscales acusatorios y 5 sentencias condenatorias. De acuerdo al Código Penal,  este delito tiene una pena de 9 a 12 años de cárcel.

“El problema es que las víctimas se niegan a realizar las denuncias por temor a represalias”, considera Carlos Merino, psicólogo con especialidad en temas juveniles.

Los padres de Carmen, por ejemplo,   se negaron a levantar la denuncia. La joven también tiene miedo y no lo hace.
“Me da miedo  que vuelvan a llevarme con esos señores”, manifiesta, recordando los días que permaneció cautiva.

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