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Ecuador, 26 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los malos hábitos superan a los saberes adquiridos en los planteles

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Los casos son diarios y algunos patéticos. En días pasados caminaba por una avenida de Quito y en una esquina, mientras esperaba frente a un semáforo en rojo, una persona de mediana edad –con traje y corbata- arrojó cáscaras de plátanos y mandarinas a la calle, como si la ciudad fuera un gigantesco basurero.

¿Qué ha sucedido? ¿Un acto de indisciplina? ¿Mala educación? ¿Una imprudencia? ¿Una situación cotidiana común en las ciudades, que refleja un nivel de cultura? ¿Una agresión al ambiente?

Las respuestas son obvias: la gente ha aprobado, probablemente, varios ciclos escolares, incluso, ha obtenido un título profesional, pero no ha integrado los supuestos conocimientos adquiridos en lo que a urbanidad se refiere a la vida diaria. Así de simple.

El endograma
La explicación científica sobre este caso y otros se inscribe en el endograma, es decir, en la capacidad -o incapacidad- para que los conocimientos adquiridos en los sistemas educativos -incluidos los del hogar hasta la universidad- se practiquen.

Y no se trata de conocimientos de alto nivel, científico-técnicos o políticos, sino de buenos hábitos, como decía el famoso Manuel Antonio Carreño, autor del manual de urbanidad más conocido del mundo.

El problema supera entonces el contenido de una ciencia, una disciplina, una materia o asignatura.

 Los comportamientos humanos y sociales -dicen sociólogos, sicólogos y antropólogos- forman parte de la cultura, que se expresan en costumbres, hábitos de personas y grupos, y tienen relación directa con lo que se aprende -o desaprende- en las escuelas, los hogares, las familias y las comunidades.

Se podría decir entonces que la verdadera educación crea endogramas o no es educación.

 Por eso, si el acto de educar se limita a transmitir informaciones, a veces inconexas, fragmentadas y dispersas, que las recitamos de memoria en los exámenes -a veces sin entender-, y no han logrado internalizarse -concienciarse- en cambios reales, en comportamientos verificables, la educación ha perdido sentido.

 Nos quedaríamos en la transgresión, al filo de la contravención, que podría ser caldo de cultivo de penosos casos asociales, impregnados de anomía e indiferencia ciudadana, donde los demás importan poco o nada. 

Otros escenarios
A la situación relatada se añaden otros escenarios y comportamientos, que transgreden la ética civil, inclusive el sentido común.

Entre ellos están la falta de cortesía en autobuses y troles, ante la presencia de damas, a quienes no se les cede el asiento; el irrespeto a las filas en los bancos, paradas de buses y entidades públicas; la copia o plagio en exámenes y trabajos académicos; el abuso en precios y medidas; manejar a alta velocidad; rebasar en curvas peligrosas; el acoso en buses, plazas y aglomeraciones.

También la falta de uso del pañuelo; los malos hábitos alimenticios promocionados por dudosa comida rápida; la discriminación a las mujeres, a los niños y personas de la tercera edad; la mendicidad callejera, falsa y mentirosa, que llena los bolsillos a “vivos” disfrazados de pobres, vendedores de fundas de basura; el uso de árboles y postes para realizar necesidades biológicas; las campañas no autorizadas para recoger fondos en épocas especiales: día del niño, de la mujer, del ambiente y navidad; la exagerada promoción de medicinas supuestamente naturales; los engañosos mensajes políticos que ofrecen felicidad, oportunidades y empleo a cambio de un voto.

Los ejemplos -los malos- son innumerables, pero existen y son tolerados por la colectividad y forman parte del “paisaje” humano y social, que retrata de cuerpo entero el nivel de desarrollo o subdesarrollo mental y sobre todo moral de la sociedad.

Familia y escuela
Esta minusvalía ética surge en las familias y las escuelas, que son escenarios naturales para formar personas. Las familias -con las excepciones del caso- no forman endogramas (valores como la honradez, la justicia, el respeto, la defensa de la vida y el ambiente). También es preocupante reconocer que la violencia intrafamiliar es alta en Ecuador y el acoso sexual comienza en los hogares, según datos oficiales.

A las deformaciones originadas en la familia, se une una estructura escolar tradicional, deficiente y débil, que fortalece la reproducción de contenidos y la memorización de fechas y nombres de personajes fuera de contexto, y consolida los “aprendizajes” mediante la celebración de fiestas con coreografías postizas, burdas imitaciones del maravilloso mundo andino, en nombre de la cultura nativa.

La fórmula entonces es perfecta: formamos ciudadanos -clientes y consumidores, con conciencia mágica e ingenua- con poca o ninguna sensibilidad identitaria, con conocimientos vacíos e invertebrados, y abiertos a ser pasto fácil de las promociones publicitarias, que nos llevan como “ríos humanos” a los centros comerciales o “malls” -los nuevos templos de la modernidad-, donde radican los nuevos dioses asociados al mercado. Y lo mismo sucede con el mercadeo político.

Nuevo ethos
Las alternativas para el cambio educativo son muchas. Una de ellas es la generación de una ética ciudadana -un nuevo “ethos”-, desde tres espacios genuinos: la familia, la escuela y la ciudad.

Las nuevas políticas públicas sobre la familia deben debatirse y consensuarse con la participación de todos, sin exclusiones.

La escuela merece cambios profundos, desde la formación de los profesores hasta nuevos sistemas de enseñanza y aprendizaje, anclados a dos ejes fundamentales: la metacognición -aprendizaje significativo anclado a la formación de endogramas y la resolución de problemas-, y la innovación centrada en las necesidades de la gente, la educación artística, ambiental, democrática, fortalecida con las tecnologías de información y comunicación, y los derechos humanos fundamentales.

Y otros enfoques sobre la construcción o deconstrucción de ciudades, donde los espacios urbanos -con participación de los sectores público y privado- promuevan la interculturalidad, la educación ciudadana y la ética civil. En otras palabras: apostar por ciudades abiertas a la humanidad, a la participación, a las raíces y al futuro sostenible. (O) 

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