Madre, taxista y esposa, día a día, contrarreloj
Algunas son socias, otras choferes, pero todas están expuestas a riesgos en las calles y tienen que distribuir su tiempo entre las actividades de amas de casa y la profesión que ejercen con agrado, en el negocio del taxismo.
Actualmente, en las calles quiteñas trabajan alrededor de 100 mujeres en los vehículos amarillos, aunque en el padrón oficial de la Municipalidad figuran 150 con carné habilitado para manejar taxi. Además, en la Jefatura de Tránsito hay 625 habilitadas para conducir, es decir que tienen licencia profesional, lo que hace un total de 775 mujeres, entre taxistas activas y pasivas, que no representan, sin embargo, ni el 1% sobre el total de conductores de ambos servicios.
Son las 10:00 en el barrio de la Ecuatoriana, al sur de la ciudad. El sol calienta con furor. A esta hora del día, Liliana Andrade ya siente los efectos de la madrugada y de trabajar hasta tarde, una de las mayores dificultades del oficio.
Tiene 32 años de edad. Madre de tres hijos. Socia de la Cooperativa de Taxis Colonial Nº 173. Presta su servicio a más o menos 20 usuarios diariamente y labora desde hace seis años.
Su día comienza a las 05:00, cuando sale a hacer sus primeras carreras. Regresa a casa a las 06:30 para hacer el desayuno y alistar a sus tres hijos para la escuela. Luego continúa recorriendo las calles, en ese trajín de trasladar personas de aquí para acá.
Al mediodía vuelve, una vez más a la casa, para recibir a sus hijos y servirles el almuerzo. Y entonces, de nuevo a las calles...
La tarde la dedica a revisar las tareas de los niños y después de una ligera cena, una vez más, esta mujer que parece incansable vuelve a salir a “volantear” hasta las 23:00. Tras una jornada larga llega a su hogar para alistar la ropa de sus hijos y arreglar un poco la casa. "Trabajo hasta las 03:00. Duermo cinco horas". ¿La intimidad? "Hay poco tiempo, pero de calidad". Sonríe y, casi al tiempo, se sonroja... (contrario a lo que podría pensarse, dada su carga de trabajo, Liliana no es una “mujer sola”... está dichosamente casada... Es, eso sí, muy celosa con su familia: prefiere discreción en cuanto a dar el nombre de su esposo y sus hijos).
El cansancio cotidiano no le quita la satisfacción, el orgullo de trabajar en un oficio que hace algún tiempo jamás se pensó “en manos” de una mujer.
Liliana llegó al oficio por casualidad de la vida, dice. Un día recibió un dinero que invirtió en un carro. A partir de entonces cambió su vida por completo, pasó a ser su jefe y a tener una responsabilidad. Dice que su principal objetivo fue que nadie le dijera qué hacer con su tiempo. Y no se arrepiente de haberse quedado en el mundo del volante.
Obtuvo la licencia de conducir hace nueve años. Su hermana también ejerce esta profesión... es una cosa de familia... Liliana aprendió a conducir el vehículo de su padre quien le enseñó la importancia de poder defenderse sola en la vida.
Mientras conduce escucha música, porque los ritmos son una de las distracciones para no sentir tan duro el trabajo de un día.
Con el riesgo de inseguridad y las dificultades de movilidad, sobre todo al inicio, no conocer bien las calles y perderse en las direcciones que le indicaban fue “muy duro”, pero al final, se llegan a conocer muchas cosas al dedillo... hasta los sitios idóneos para transitar por la noche.
Liliana aclara que siempre, cuando sale, sus hijos le recomiendan que se cuide. En las calles ella se bate con malas caras, motociclistas a altas velocidades, los conductores ebrios, en fin, de todo... Admite que se siente más vulnerable al riesgo que un hombre.
“Uno, como taxista, va cogiendo algunas estrategias, como mirar bien antes de parar y, definitivamente, no brindar el servicio a personas en estado de embriaguez”.
Ella asegura que ha vivido innumerables anécdotas con los “etílicos”: alguna vez uno no recordaba ni la dirección de su casa, le dio vueltas y vueltas hasta que lo bajo a empujones de su taxi.
Comenta que en otra ocasión se subieron dos sujetos con actitud sospechosa. Cuando se contradijeron acerca de a dónde querían ir, se dirigió hasta un Puesto de Auxilio Inmediato (PAI) y los sujetos salieron despavoridos de su vehículo. Historias como éstas suceden a diario a las mujeres que optaron por un taxi como instrumento de trabajo y una alternativa que sirve para el sustento de sus familias.
Trabajo admirable
Wladimir Jara, presidente de Taxistas de Pichincha, conductor desde hace 22 años, admira a la mujer que ejerce esta labor, dado que muestra ganas de progresar y poca dependencia de los hombres para vivir. “Las mujeres son, ahora, muy escogidas como conductoras dado que son más amables, respetuosas y más responsables que los hombres para ejercer el trabajo”.
El sociólogo Humberto Cortez considera que las mujeres han equiparado a los hombres en el ejercicio de sus derechos en los últimos 50 años. Las mujeres asumen oficios masculinos porque la necesidad de emplear a gente aumentó, los potenciales puestos se habían quedado sin hombres y estos hitos marcaron tendencias, tanto que las mujeres se desempeñan en todos los oficios que antes eran para hombres... Claro, ya en el plano nacional existen causas específicas. La migración es una de estas.
Respeto hacia ellas y a las leyes establecidas
Liliana comenta que el trato que les dan los policías de tránsito es igual al que reciben sus compañeros hombres. No hay excepciones, asevera.
Luis Aguayo, policía de tránsito, indica que hace tres años observa el trabajo de la mujer taxista como un orgullo para el gremio, pues, considera, ellas son mucho más respetuosas de las normas.
“Uno nunca las ve mal parquedades ni metiéndose a los acopios ni correteando con los buses, pero todavía existe un recelo en ellas porque son muy pocas las damas al volante de un taxi. Desde que soy policía de tránsito no he registrado un choque de una mujer taxista”.
Competencia y preferencia
El usuario Roberto Arias aclara que “la mujer taxista es responsable, disciplinada y amable, pues los hombres somos desordenados y un poco toscos en el trato con los clientes, es decir no tenemos el tacto que tienen ellas. Además, hay mujeres que han demostrado que manejan bien”.
“La gente nos prefiere” es una entre varias frases comunes de Liliana; es más, existe un incipiente “espíritu de cuerpo” entre usuarias y conductoras: pese a que todavía son pocas, las mujeres las prefieren, especialmente por seguridad.
Martha Garcés, usuaria, manifiesta que “todos los días bendice a su chofer, pues a más de ayudarle con el servicio se muestra como una amiga”. El usuario que recibe el servicio de una mujer taxista, expresa, se siente más seguro.
Cortez agrega que, de todas formas, este es un medio donde aún prevalece el machismo y, en muchas ocasiones, es excluyente . “La mujer está ratificando su puesto y sus derechos, que ya sea por inclusión o por gusto está asumiendo, situación que la hace definitivamente más luchadora y fuerte”.
Las mujeres taxistas, que por diferentes circunstancias son parte de este difícil oficio, asumen diariamente el reto, la disciplina y las responsabilidades que han hecho de ellas la más clara muestra de que las personas pueden salir adelante en las más difíciles circunstancias y convertir su trabajo en un derecho, una opción y una oportunidad para vivir mejor.
Las mujeres al volante se reconocen, como ya hemos dicho, más delicadas, comprensivas, limpias, respetuosas, solidarias y tranquilas al manejar. Tanto es así que muchos pasajeros observan con admiración cuando por casualidad, quien conduce es una mujer. A pesar de que todavía deben escuchar comentarios como “uhh... subir al taxi con una mujer debe ser toda una aventura” o “es la primera vez que me lleva una mujer”, con cierto dejo de mofa... reflexiones a las que ellas responden respetuosamente. La realidad las favorece: cada vez hay más presencia femenina en las calles de la ciudad, innegablemente.
Con la idea de "cambiarle la cara a este servicio”, dejando algunos tabús vigentes, buscan trato justo, una fuente de empleo y la alegría de sentirse independientes. Así, les toque regresar a la casa para prepararles el almuerzo a sus chiquillos, y luego salir a “volantear” por las calles que exigen precaución y, desde luego, sacrificio.