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Ecuador, 06 de Febrero de 2025
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El Telégrafo

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Los violentos del camino

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Un mosquito me picó hace meses y mis articulaciones aún duelen por la chikungunya, tanto que no puedo conducir largas horas, así que debí movilizarme en carro de transporte interprovincial para ir y venir de Guayaquil a Manta. Hacía ya no recuerdo cuánto que no me subía a uno.

Iba con mi hija de diez años y mi hermano, que viajaba con nosotros y tiene experiencia en estos recorridos. Me había advertido de que me sentara en la mitad del bus para evitar el vértigo de la velocidad que llevan esos carros y para que no tuviera que soportar la violencia de las películas que exhiben durante el viaje, sobre todo por la niña.

Resultó que a la ida el bus era moderno y parecía un avión con pantallas que se desdoblaban cada cierto número de asientos para que todos puedan ver. Afortunadamente las películas resultaron con un poco de acción pero divertidas, y la velocidad estuvo dentro del límite.

Otra historia fue el viaje de regreso… Un carro con asientos azul eléctrico y naranja fosforescente, luces moradas y una amplia pantalla plana al frente y una más pequeña en el pasillo. Solo la primera escena y ya había una mujer exuberante con un puñal y una laguna de sangre.

Trabajé hace muchos años protegiendo los derechos de los niños contra el maltrato infantil en diferentes instituciones y ahora yo misma tenía una niña que proteger, así que avancé a la cabina del chofer y le pedí amablemente al sobrecargo que cambiara de película, que habían niños en el carro. Afirmó e insistió en que la película no era violenta, que debía verla. Le expliqué que lo dudaba porque ya la escena de entrada era sangrienta, pero me mandó a sentar, mientras una señora ubicada en primera fila decía que era un abuso, que siempre lo hacen.

No fueron una, fueron dos películas: en la primera un matón –como en un acto de benevolencia- grita a unos niños que cierren los ojos mientras mata a un traficante de órganos; en la otra una niña le cuenta a su tío: “Antes quería ser como la princesa Shira… ahora solo quiero matar”, porque ha visto a narcotraficantes matar a su padre frente a ella (aunque no vi la película era inevitable escucharla).

Y mientras las películas rodaban, los radares de velocidad del camino marcaban 110 km/h en el primer tramo y 120 km/h  un poco después. Talvez la estrategia es mantener horrorizados a los pasajeros con la película para evitar que se estresen con la velocidad del carro.

Los consumidores necesitamos un mejor servicio, sí, pero los niños necesitan ser protegidos de estas agresiones. Si el humo de los fumadores ha sido prohibido en lugares públicos porque intoxica aun a los que no fuman, lo mismo ocurre con la violencia, y los niños son los más vulnerables. (O)

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