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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los pequeños tienen su “nido” para la ciencia

Son las 09:00 y el Museo Interactivo de Ciencia (MIC), ubicado en el sector de Chimbacalle, al sur de Quito, abre sus puertas. La rehabilitada infraestructura de 7.000 hectáreas de terreno, que hasta 1999 funcionaba como fábrica de hilados y tejidos de algodón La Industrial, superó el tiempo.

Caminos con adoquines de colores conducen hasta la edificación principal, en donde están distribuidas cuatro salas de exposición permanente: La Mente, Guaguas, Museo de Sitio y Quito Interactivo. Cada espacio ha sido diseñado para que, a través de juegos, sus visitantes se adentren en el mundo de la ciencia y la tecnología.

Niños y adultos se preparan para vivir una experiencia en donde la fantasía se mezcla con la realidad. En este sitio -a diferencia de otros museos- no está prohibido  tocar.

Antes de empezar la aventura, la consigna es desprenderse de todo lo que pueda estorbar. Cajas elaboradas con alambres sirven para guardar las mochilas y bolsos.

Diecisiete niños de la escuela Semillitas del futuro están ansiosos por experimentar.

Para los más pequeños, el MIC ha destinado la exposición Guaguas, en donde se recibe a niños de entre 3 y 8 años. Y aunque una parte de esta sala está intervenida, lo que está habilitado es suficiente para despertar el interés de los menores.

Elba Illapa, profesora, y  Ana Corozo, madre de familia, dejan que los niños sean completamente libres. “Los niños no pueden estar solo encerrados en las aulas, necesitan salir y aprender de una forma más dinámica”, dijo Elba.

Solo los mediadores (pedagogos) explican a los niños cómo se conjuga la ciencia con el diario vivir. A través de preguntas que para un adulto podrían resultar simples, como qué productos nos puede ofrecer una gallina o una vaca, los niños aprenden sobre su entorno.

Existen figuras de animales, elaboradas en madera, que esconden los productos, pero nadie puede verlos hasta que no respondan a la interrogante. Nada aquí es una imposición ni hay una ruta específica, todos pueden ir a  donde prefieran.

Elkin Napa, 5 años, se sintió a gusto en el museo, él disfrutó de esta aventura; además, observó con atención cómo viven de manera natural los cuyes y conejos. “Yo sí quería venir al museo, porque me dijeron que voy a ver animalitos”, fueron las únicas palabras que dijo porque quería continuar jugando.

Pero eso no es lo único que hay, los niños pueden tomar semillas, sembrar y aprender el proceso de cómo nace, crece y se reproduce una planta. También  pueden realizar transacciones en un mercado, en donde unos simulan ser vendedores y otros compradores.

A Ariel Leiva, 6 años, del Centro Educativo Bilingüe Nicolai Hartman, le gustó más participar en el mercado y aprendió también a percibir los olores de las plantas medicinales, como el cedrón, según  le indicó Marisol Delgado, su mediadora.

Otra de las salas de exposición es Mente, en donde  a través de juegos e ilusiones ópticas se aprende cómo pensamos y sentimos.

A Luis Lozano, 8 años, de la escuela Juan Montalvo, le agradaron las ilusiones ópticas. Observó cómo son las neuronas en el interior de nuestro cerebro y cómo se conectan.

Algunos cruzaron por un trozo de madera para probar su equilibrio, con el fin de experimentar otras sensaciones, como el miedo.

El museo también cuenta con Quito Interactivo, que es una maqueta de la ciudad; y el Museo de Sitio, en donde se puede explorar una parte de lo que fue la textilera. Estas últimas exposiciones son para mayores de  8 años.

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