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El Telégrafo
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El calendario de los pueblos indígenas indica que octubre es el momento ideal para la siembra

Los pequeños agricultores de Tumbaco, guardianes de las técnicas ancentrales

En el huerto de su casa, ubicada en Tumbaco, Rogelio Simbaña siembra y cosecha hortalizas, frutas y 20 especies de tomate. Miguel Jiménez / El Telégrafo
En el huerto de su casa, ubicada en Tumbaco, Rogelio Simbaña siembra y cosecha hortalizas, frutas y 20 especies de tomate. Miguel Jiménez / El Telégrafo
25 de octubre de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

En algún lapso del tiempo, la tierra significaba más que un pedazo de territorio para asentarse y producir alimentos. Los habitantes de los pueblos originarios, entre ellos los de Ecuador, concebían este recurso como su madre (Pacha mama). Este tipo de deidad se complementaba con los astros y se ligaba a su forma de hacer agricultura.

Como parte de su conocimiento ancestral y en base a los periodos de luz y oscuridad; frío y calor, los pueblos indígenas elaboraron un calendario. Septiembre, por ejemplo, es el tiempo de la Luna y las mujeres (Quilla Warmi Pacha), mientras que octubre es el de la siembra y las ofrendas a la tierra (Tarpuy Pacha).

Rogelio Simbaña, de la comunidad Tola Chica, en el sector de Tumbaco, a las afueras de Quito, conoce del tema pues creció entre sembríos. Él aprendió de su abuelo que la Luna y la tierra están conectadas, por eso se guía con un calendario de este satélite para obtener los productos que entrega a una tienda orgánica de la capital.

El último jueves, Simbaña caminaba por los 4.000 metros de tierra destinada para los cultivos. Sostiene que la base de la agroecología es producir frutos y hortalizas para el consumo personal-familiar y vender el excedente. En su comunidad, el 80% de la comida que se consume es producida por ellos. Solo el 20% se compra.

Al tocar la textura de una de las 20 especies de tomate que produce, explica que cada una de las 4 fases lunares interviene en el aumento, crecimiento o germinación de las plantas. Por ejemplo, en cuarto creciente, la luz lunar sube y esto le da a las plantas un crecimiento balanceado, favoreciendo el desarrollo de su follaje y raíz.

Además, la distancia de este satélite afecta y se relaciona con fluidos como la savia, un líquido vital que transportan las plantas desde su raíz (ver infografía).

Durante el cuarto menguante, cuando la Luna decrece, también disminuye la intensidad de la luz; en esta etapa se sugiere realizar trasplantes para que el cultivo pueda crecer fuerte. En cambio, la Luna nueva es apta para el reposo y la adaptación de las plantas al medio. En esta etapa, las emisiones lunares son bajas, por lo que el crecimiento de los árboles es más lento. Dolores Chinachi es otra agricultora que conoce estas ventajas ancestrales. Sabe que cuando la Luna decrece es tiempo de sembrar rábanos o papas. Es decir las plantas que crecen debajo de la tierra.

Esta técnica también se aplica en la jardinería. En luna nueva se poda y arranca la ‘mala hierba’, dice Ana María Pérez, del Club de Jardinería de Quito. Pérez asegura que cuando se corta un tronco, fuera del cuarto menguante, se llena de bacterias que provocan agujeros en el tallo. Si se hace en cuarto creciente, el tronco permanece sólido y fuerte.

Simbaña afirma que ellos no usan químicos para combatir plagas, porque esta costumbre industrial no va acorde con la filosofía de la comunidad. “La Pacha mama nos da todo, incluso insumos para luchar contra los bichos que puedan existir en nuestros sembríos”.

El ají es uno de los insecticidas naturales más eficientes, penetra fácilmente en la planta y, como no genera residuos tóxicos es inofensivo para los consumidores. “Su uso permite conservar la biodiversidad y también garantiza la seguridad alimentaria”, agrega Chinachi.

Por su parte, el agrónomo Guillermo Ortega informa que esta guía de siembra se inició en tiempos ancestrales, sobrevivió a la conquista de los españoles y se mantiene hasta la actualidad. “Además de los productores a baja escala, las personas que instalan pequeños huertos en sus casas u oficinas también aplican esta técnica”. En Quito, por ejemplo, hay 13.559 personas involucradas en la agricultura urbana, según el proyecto de Agricultura Urbana Participativa (Agrupar).

No son los únicos. El Programa del Buen Vivir Rural, que se ejecuta con el apoyo de FIDA, ha permitido que 13 mil familias, de los quintiles más pobres, mejoren sus cultivos en 13 provincias del país. Los pequeños agricultores de estas 129 parroquias rurales están rescatando la siembra ancestral, y su trabajo es clave para asegurar la soberanía alimentaria. (F)

Son el 43% de la fuerza laboral

La FAO destaca el papel femenino en la agricultura

Más de 500 millones de explotaciones familiares gestionan la mayor parte de las tierras agrícolas y producen la mayor parte de los alimentos del mundo, indica el último reporte de la FAO titulado: ‘El estado mundial de la agricultura y la alimentación: Innovación en la agricultura familiar’.

Las explotaciones familiares son necesarias, dice la FAO, para garantizar la seguridad alimentaria mundial, cuidar y proteger el entorno natural y terminar con la pobreza, la subalimentación y la malnutrición. Pero estos objetivos solo pueden alcanzarse si las explotaciones familiares llegan a ser mucho más productivas y sostenibles; en otras palabras, necesitan innovar en un sistema que reconozca su diversidad y la complejidad de los desafíos ante los que se encuentran.

En este desafío, la FAO destaca el papel milenario de las mujeres en los campos, no solo al momento de la cosecha sino también desde la preparación de la tierra, pues muchas de ellas recorren largos trayectos para conseguir agua y así irrigar la tierra.

En el informe de la FAO también se destaca que los programas dirigidos a las mujeres tienen mayores efectos en la seguridad alimentaria y la nutrición. “Aquellos proyectos en los que se tienen en cuenta las cuestiones de género, que reducen las dificultades de tiempo de las mujeres y refuerzan su control sobre los ingresos aumentan el bienestar materno infantil. Esto es especialmente importante porque la malnutrición materna e infantil perpetúa la pobreza de una generación a otra”, dice la organización. Las mujeres representan el 43% de la fuerza laboral agrícola. (I)

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