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Ecuador, 08 de Febrero de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

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La pesca se realiza con el aire de los pulmones

Los arponeros de la ruta costera

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El mar está agitado; las condiciones del viento acompañan a la fuerte corriente. Las grandes olas caen sin piedad sobre Juan mientras trata de mantenerse a flote para intentar disminuir las pulsaciones de su corazón. Se tranquiliza y se sumerge en las violentas aguas. Con su cuerpo protegido con un traje de neopreno y su mano derecha empuñando un arpón, a 5 metros de profundidad hace una maniobra para compensar la presión en sus oídos. Toca fondo. Ha logrado bajar 15 metros en posición vertical. Con su mano izquierda se agarra a una roca y se concentra en las siluetas de los peces. Lleva 45 segundos abajo.

En el apacible paisaje marino solo observa especies pequeñas, por lo que, desalentado, decide subir; entonces, de reojo, alcanza a observar una sombra que se acerca. Su experiencia le dice que es una buena presa, pero también lo alerta: con la poca cantidad de aire que le queda, la lucha será dura; sin embargo se decide y apunta. El animal detecta la presencia extraña en su medio y trata de alejarse. El arponero está en un ángulo difícil y tiene solo una oportunidad. Concentrado, con la mirada fija en su objetivo y sus músculos en tensión, dispara. El acero surca velozmente el agua y... da en el blanco. Por fin puede salir y volver a respirar.

La aventura para Juan y sus compañeros Andrés, de 32 años; Marcelo, de 33; y Patricio, de 25, empieza un viernes por la noche. Previamente, en internet revisan las tablas de mareas y olas. Este viaje por mar los llevará al norte de Ecuador, a una pequeña población en Manabí llamada Salango, un pueblo que tiene antecedentes milenarios de pescadores submarinos, quienes solo necesitaban llenar de aire sus pulmones, una piedra de 15 libras atada a su cuerpo como lastre para alcanzar profundidad y lanzas para obtener su alimento del océano.

Aletas, arpones, trajes, lastres de plomo, cuchillos, guantes, cuerdas, boyas y provisiones forman parte del equipaje de los cuatro hombres. Todo está listo. Son las 04:00 y Juan recoge a sus compañeros de pesca en una gasolinera. Amanece en la carretera y Marcelo decide romper el silencio con su selección musical de viaje, la lista se llama ‘FishTrip’. Calamaro, Charly, Cerati, Zapato 3, Caifanes, La Ley, Drexler, Vicentico, Líbido, La Sarita, Los Tres, son algunos de los artistas que ponen el ritmo dentro del auto. “Solo en español”, indica Marcelo cuando se refiere a su playlist. Mientras Juan conduce, Patricio hace una llamada al ‘panguero’ o piloto para que tenga separada la embarcación; son las 06:00 y calcula que llegarán a las 07:15.

El viaje no se siente. No hacen ninguna parada y llegan a tiempo, a la hora pactada. Los espera Gary, un salangueño de estatura baja, amplia sonrisa y una piel bronceada de tanto sol. Él conoce los puntos donde hay buena pesca y sin ayuda del GPS identifica la ubicación exacta de cada lugar de captura. En la playa, los arponeros desembarcan lo que necesitan. Con agua y champú se colocan el traje de neopreno. Todos revisan con minuciosidad su equipo, nada puede faltar, cada implemento es importante y cumple una función. Con todo listo, la panga es empujada desde la orilla empleando troncos que hacen de ruedas sobre la arena; una vez que la fibra toca el agua solo es cuestión de aguardar a que una ola entre para facilitar la salida. Gary enciende el motor. Son las 07:45, el cielo está nublado y el agua luce transparente. Hace mucho frío, pero eso no importa en la pesca.

Tras un recorrido de 25 minutos el grupo llega a un pequeño islote llamado Los Ahorcados. Ahí, donde revientan las olas, están los peces grandes. Dentro de la pequeña embarcación todos están ansiosos por entrar al agua. Los arponeros indican al panguero dónde estará ubicado cada uno, para que los recoja cuando vea alguna señal. El primero en lanzarse es Andrés. Lleva un arpón pequeño y un traje sin mangas ni capucha. Está más expuesto a las medusas, pero eso no le importa. Su entusiasmo quizás le hace ignorar el riesgo de sufrir el intenso dolor que puede causar la picadura de una ‘agua mala’. Le siguen Marcelo y Patricio. Ellos se ubican un poco alejados de la roca. El viento y la corriente están muy fuertes, así que lo mejor es tomar precauciones.

Juan ya está abajo y tiene su objetivo en la mira. Con más de un minuto en el fondo sus reservas de oxígeno están por acabarse... Sin más, dispara. La varilla de acero entra por la aleta dorsal. Es un pargo grande, uno de los más apetecibles. Debajo del agua todo aumenta hasta un 24% de tamaño, pero las dimensiones de este animal sí son grandes. Herido, el pez busca refugio en una cueva. Juan podría perder la varilla y el arpón si pierde tiempo, así que hace su último esfuerzo y lo sigue. Tira de la cuerda. Llega hasta la varilla, la agarra con sus dos manos y con el poco aire que le queda logra sacar a la presa de su escondite. Introduce su mano izquierda en las agallas para dominar al ejemplar de 10 libras. El lastre en el cinturón dificulta el ascenso que parece interminable. Patea con vigor, mirando hacia arriba, sujetando con firmeza el premio a su esfuerzo.

Mira con ansiedad en su reloj cuánto falta para tomar una bocanada de aire, 12, 10, 7, 5 metros… y emerge. En la superficie, desesperado, trata de inhalar la mayor cantidad de aire posible para llenar sus pulmones a punto de colapsar. Respira.

Cuando recupera el aliento, chifla al bote alzando la mano. Gary lo ve y apresuradamente enciende el motor, se acerca a las rocas y ayuda al pescador a sacar su ‘trofeo’. Una vez a bordo, con evidente satisfacción a pesar del cansancio, con voz pausada, Juan le dice al ‘panguero’: “Vamos por otro más grande”. (I)

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