Ligia y Elena miran pasar su vida desde la máquina de diálisis
Ligia Elena Chalán (35 años) viajaba desde Loja hacia Quito con el gusto de haber visitado a su madre. Terminaba el feriado de Carnaval de 2018 cuando la mujer notó que sus piernas estaban hinchadas.
La preocupación la puso intranquila porque también sentía que no podía respirar. Apenas regresó del viaje, Ligia acudió al hospital Carlos Andrade Marín (norte de Quito).
Lo que empezó como un paseo con su familia, terminó en un triste recuerdo. Al final del día, los médicos le diagnosticaron insuficiencia renal crónica. La única solución: someterse a diálisis, le explicaron.
La diálisis es un tratamiento médico que elimina -mediante una máquina- las sustancias tóxicas de la sangre, especialmente las que quedan retenidas a causa de una insuficiencia renal.
El desorden se desencadenó a partir de una diabetes que tenía hace 20 años. Este es uno de los cuadros más comunes dentro de los pacientes que se someten a este procedimiento, a decir de Juan Carlos Lemos Mena, nefrólogo del Hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) Quito Sur.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la enfermedad renal crónica afecta a un 10% de la población en el mundo. Este jueves se celebra el Día del Riñón, creado para reflexionar sobre el cuidado del órgano vital.
El galeno advierte que la diabetes y la hipertensión arterial son los desórdenes que llevan a la enfermedad renal y luego a la insuficiencia. "El mal manejo y el mal tratamiento de estas enfermedades desencadenan el daño renal y llega a la enfermedad renal crónica terminal", reiteró.
Ligia pelea con ese problema cada día. La semana anterior se cumplió un año en el que inició el tratamiento en la Unidad de Diálisis del hospital del IESS Quito Sur.
Entre enero y diciembre de 2018, el servicio de Nefrología dentro de consulta externa (adulta y pediátrica), hospitalización y hemodiálisis, atendió a casi 5 mil pacientes. Las atenciones llegaron a 18 mil personas.
El área está integrada por siete médicos nefrólogos y una nefropediatra; 17 profesionales de enfermería y nueve auxiliares de enfermería, a los que se suman profesionales en psicología, nutrición y trabajo social.
Ligia acude tres veces a la semana. Ahí, las enfermeras le colocan agujas en el brazo izquierdo para iniciar el proceso de purificación de la sangre.
En las primeras 15 terapias, tuvieron que inyectar las sondas en el cuello. Pero luego fue sometida a una operación para crear una fístula en el brazo (unión de la arteria con la vena) para que el procedimiento sea más cómodo. La fístula tardó tres meses en madurar.
La mujer es optimista. Aunque pasa una buena parte del tiempo en la casa de salud (acude tres veces a la semana), dejando a un lado su trabajo y los paseos a Cayambe y a Loja que tanto le gustaban, dice que lo hace por su esposo y sus hijos de 16 y 9 años. "Me he adaptado, me he dado tiempo porque es mi salud", alega.
Los pacientes tienen que llegar 30 minutos antes de la cita. La Sala de diálisis cuenta con 30 camillas. El proceso dura tres horas y media. Ese tiempo les da espacio para escuchar música, mirar sus teléfonos celulares, leer, dormir. También para hacer amistad con los pacientes.
Una de las amigas de Ligia es Elsa Taco (60 años), quien llega desde el sector de San Bartolo, junto con su nieta y esposo.
El cuadro de doña Elsa es similar al de su compañera. Ella también sufre de diabetes desde hace 20 años y lleva el mismo tiempo en el tratamiento. Uno de los síntomas que presentó fue la pérdida de la memoria y de la vista. En la actualidad tiene el 58% de la visión.
"Vivo este dolor por descuido, tal vez por ignorancia. No pensé que iba a llegar a esta consecuencia. Al principio solo lloraba, después me conformé", cuenta la mujer.
La alimentación sana es vital
El nefrólogo reitera que además de la diálisis, los pacientes tienen que mantener el tratamiento por la enfermedad que derivó en la insuficiencia. "Los pacientes tienen que tomar fármacos para su enfermedad de base", explica.
Lemos advierte que la enfermedad renal crónica tiene cinco fases; las cuatro primeras son asintomáticas (no manifiestan síntomas). En la quinta fase -que es cuando no hay mucho por hacer- se manifiestan molestias.
De ahí que las personas tienen que someterse a controles permanentes, especialmente en casos con antecedentes familiares.
El especialista añade que una adecuada alimentación es vital para los pacientes con enfermedades renales.
Eso lo saben muy bien Elsa y Ligia, que tienen que consumir alimentos bajos en potasio como el verde. Si desean comerlo, primero tienen que congelar el producto para que se pierda el potasio.
Tampoco pueden ingerir frutas con gran cantidad de líquido como la sandía; las sopas están prohibidas.
Si tienen sed, pueden chupar un cubo de hielo. Sus platillos se componen de arroz, ensalada y una vez a la semana una porción de carne roja o de pollo.
"Tenemos que seguir muchos cuidados, para llevar una vida normal hasta donde se pueda", reiteran las pacientes. (I)