Libertad para aprender
La emergencia de las redes peer-to-peer (P2P, entre pares) y las formas de publicación masivas e interactivas (many-to-many), han suscitado un renovado interés por formas de aprendizaje libres de los controles tradicionales. Los materiales educativos y las herramientas interactivas están accesibles de manera directa y gratuita en la web, hasta el punto que parece inevitable cuestionarse si, en la era de la informática social, siguen siendo relevantes ciertos entornos de aprendizaje estructurados por las aulas y los materiales instructivos programados. Las distintas características de lo que ha sido llamado la Web 2.0, la comunicación P2P y las redes sociales, apuntan de manera natural hacia alternativas basadas en la participación dentro de procesos de aprendizaje generados colectivamente, facilitados por la interactividad de redes.
La aspiración a una liberación de las instituciones educativas ha estado en la mente de los educadores desde mucho antes que apareciesen las tecnologías de la web; desde la noción de auto-aprendizaje de Sócrates, hasta el famoso alegato de Illich (1971) a favor de una ‘desescolarización de la sociedad’. La nueva conectividad web evoca un mundo en el cual los educandos son libres de buscar y construir conocimiento sin el constreñimiento de los guardianes del saber, y sin por ello perder nada en términos de acceso a los textos, los media o la gente. Hoy los estudiantes tienen acceso directo a una variedad casi-infinita de recursos educativos. Pueden buscar en la web información actualizada, así como interactuar con otros educandos y especialistas, que voluntariamente comparten su experticia en la red. Este es un aspecto verdaderamente revolucionario del aprendizaje basado en webs P2P.
¿Cuál es, entonces, el rol del profesor en este nuevo entorno? Primero, proporcionar una orientación en el escenario determinado por la llamada ‘muerte de la ontología’. En la web, la información no está organizada. Los aprendices necesitan un ‘otro conocedor’ para ayudarles a navegar en la abundancia de información. Segundo, disponer un espacio físico en el cual los expertos y los pares puedan intercambiar y compartir ideas. Tercero, evaluar y dar reconocimiento al aprendizaje que ha tenido lugar tanto dentro de los muros del espacio físico como fuera de él.
La conectividad en red no crea automáticamente nuevas formas de aprendizaje, o maneras nuevas de conocer. Sin embargo, sí que nos fuerza a preguntarnos, en tanto que educandos y buscadores de conocimiento, qué es lo que estamos buscando y por qué. Estas dos preguntas fundamentales han centrado los esfuerzos de muchos intelectuales y académicos a lo largo de la historia.
El problema que encaramos hoy es que ya no es por más tiempo posible embarcarnos en el viaje del aprendizaje sin ser interpelados a emitir algunos juicios acerca de qué significan para nosotros mismos estas dos preguntas.