“Le conté que tenía un hijo y, al principio, lo aceptó”
“Eres una tonta, no sirves para nada, inútil, karishina, me decía siempre. Yo no sabía que los insultos eran un maltrato, pensaba que así eran los hombres, que era normal.
Cuando llegué al refugio, aprendí que no era correcto que me gritara y que tratara de pegarme, menos a mi hijo, que no era suyo.
Viví con él dos años hasta que no aguanté más sus palabras. Es que cuando lo conocí no era así. Al parecer los hombres son como lobos disfrazados de ovejas.
Siempre fue muy amable, cortés, jamás agresivo. Lo conocí cuando trabajaba como mesera en un restaurante. Le conté que tenía un hijo y lo aceptó. Cuando lo conoció le dijo que lo podía llamar papá, entonces creí que lo iba a querer.
El día que me propuso que fuera a vivir con él aseguró que no era necesario que yo trabajara, que mi lugar estaba en la casa, que dedicara mi tiempo a la cocina y a cuidar de mi hijo, que él nos daría lo necesario.
Después del primer mes de convivir, me reclamó; según él, tendí mal la cama. ‘Eres una estúpida, no sabes tender una cama, ya veo que tu mamá no te enseñó nada’, me dijo.
Al principio era responsable y cubría todos los gastos, pero después decía que la plata no le alcanzaba, menos para mi hijo, así que tuve que pedir apoyo a mi familia. De a poco notaron cómo era él y lo que estaba pasando.
Todavía me acuerdo de la noche en que no tuvimos nada para llevarnos a la boca y así nos fuimos a dormir. Esa situación nos obligó a vivir un tiempo en la casa de mi mamá, pero incluso ahí me insultaba y maltrataba.
Mi mamá me decía que pelear todos los días no era normal, pero es que yo no lo veía, me tomó dos años entender que estaba mal. Aunque físicamente no me maltrataba, porque desde la primera vez que lo intentó no me dejé, su madre le decía que me pegue: ‘Si no entiende, pégale, porque así entendí yo’.
Él tuvo dos compromisos anteriores y ahora sé que a ellas les pegaba. Una vez conversé con una y solo me dijo: ‘No sabes lo que te espera’. Es que cuando él me contaba de sus ex parejas siempre se justificaba, nunca asumió que las separaciones eran culpa suya.
Era muy violento, cualquier cosa lo desataba y hasta le quería pegar a mi hijo. En dos ocasiones intenté separarme, pero me amenazaba con matarme si me iba con otro o lo dejaba... Otras veces, me aseguraba que había cambiado, que fue a terapia psicológica... Siempre me engañó.
El día que lo dejé, las cosas estaban peor. Él no tenía trabajo y vivíamos en casa de su madre. A pesar del miedo que le tenía, cogí mi ropa, la de mi hijo y la suya. Para que no sospeche nada, mentí diciéndole que iba a lavar en casa de mi mamá, pero decidí buscar ayuda y llegué a la fundación (Casa Refugio Matilde).
Hace un mes que llegué. Aprendí a quererme, que tengo derechos, y me siento mejor. Entendí que debo valorarme y amar a mi hijo. Tantas veces dijo que soy tonta, inútil, que llegué a creerlo, me sentía una basura.
Si lo veo ahora no podría enfrentarlo, no sé cómo él reaccione después de abandonarlo. Temo que me encuentre y me lleve a la fuerza. Mi mamá me contó que fue a buscarme, que preguntó a los vecinos por mí, así que no puedo abandonar este lugar.
Mientras estoy aquí, con otras mujeres que vivieron situaciones similares, pienso que cuando salga del refugio quiero trabajar y retomar mis estudios, porque avancé hasta sexto semestre de Gastronomía.
Ahora mi hijo está al cuidado de mi familia. Él llega de visita una vez a la semana, pero siempre lo siento triste.
Le digo que me estoy recuperando para volver a estar juntos”.