Las incongruencias de la clase obrera
La espontaneidad, una de las características principales de este movimiento, fue también su talón de Aquiles. Justamente una conversación entre el dirigente estudiantil Daniel Cohn-Bendit y el filósofo Jean Sartre, da cuenta de esta singularidad, cuando Cohn-Bendit reivindica el carácter espontáneo del movimiento y afirma que la conformación de un frente político solo lograría socavar las bases de esa “efervescencia incontrolable”.
No tenían los estudiantes una base política que sostenga al movimiento y que le de su sustento teórico. “Las revueltas resultaron eficaces fuera de proporción (...) y, sin embargo, no fueron auténticas revoluciones”, anota Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX. Y para los trabajadores “sólo fue una oportunidad para descubrir el poder de negociación industrial que habían acumulado, sin darse cuenta, en los 20 años anteriores”.
El gobierno de De Gaulle concedió a los sindicatos, a cambio de desactivar la huelga y excluir a los estudiantes, un aumento de sueldo del 14%, disminución sustancial de las horas de trabajo y seguros de empleo y jubilación. Y en una jugada política, De Gaulle disuelve la Asamblea, convoca nuevas elecciones y sale por la televisión a pedir al pueblo francés su apoyo para “derrotar al comunismo totalitario”.
Los franceses lo respaldan totalmente y conserva el poder, que intentará confirmar convocando a un referéndum que pierde, debiendo alejarse de la escena política. Sin embargo, para la derecha esto sólo es una circunstancia, que le da tiempo para reacomodarse.
