El barro toma forma de réplicas precolombinas en La Pila
Es una herencia ancestral. Las habilidades de moldear el barro han pasado de generación en generación. Ese es el caso del artesano Javier Rivera, de 37 años.
Aprendió mirando cuando su padre, sentado sobre un banco de madera, amasaba el barro todos los días en su casa ubicada sobre la vía que conduce desde La Pila, comuna rural del cantón Montecristi hacia Portoviejo en Manabí.
En la zona los habitantes le sacan provecho al barro hace más de un siglo. Rivera es un artesano madrugador. Dice que le gana al sol.
En su taller, situado al ingreso del poblado, trabaja desde las 05:00. Esa es la hora adecuada, pues el barro es más dócil. El pasado 30 de mayo desde las 06:30 moldeaba una réplica de la cultura Valdivia. La figura era de 70 centímetros (cm) de alto.
Pero el barro antes de llegar a la mesa de trabajo de los artesanos pasa por un proceso de preparado.
Rivera, igual que varios de sus compañeros del moldeado, viajan desde La Pila hacia las zonas montañosas de los cantones Jipijapa, Paján y 24 de Mayo en busca del producto. “Todo empieza cuando rentamos una camioneta con balde de madera”.
Pico y pala son las herramientas que utilizan.
Tras un viaje de 50 a 90 minutos con dirección sureste, llegan al recinto Naranjal. Caminan 10 minutos hasta que encuentran lo que ellos llaman las minas de barro. Con el consentimiento de los dueños de las fincas ingresan. Con el pico Rivera junto a dos ayudantes empieza a cavar en un terreno de mediana pendiente. El barro está húmedo, todo debido a las garúas permanentes que abrazan la zona por las noches y madrugadas.
Con la ayuda de la pala se ubican en el interior de un saco de yute las preciadas masas de minerales. Cada artesano lleva entre 10 y 15 sacos; con eso tienen para trabajar hasta 20 días. Todo va de acuerdo a los pedidos que tengan de figuras.
Una vez de vuelta a los talleres en La Pila, se retiran las raíces y pequeñas rocas que están siempre presentes en el barro. Entonces está listo para iniciar su amasado.
“Es tal cual trabajar en una panadería, pero la diferencia radica en que el barro es energético”, afirma Rivera. “Uno siente cómo los minerales ingresan a la piel y le dan vitalidad, es algo mágico”.
En la zona hay artesanos como Antonio Quijije y Agustín López que acopian el barro en una de las esquinas de la sala de sus casas. Mientras Rivera lo deja en sacos, todos bajo sombra.
Cuando se va a trabajar en el moldeo se ablanda el barro con pequeñas porciones de agua. Pasan entre 40 y 50 minutos y la masa está lista.
Allí entra en acción la creatividad innata de los artesanos. Ellos elaboran desde réplicas como las pequeñas venus de la cultura Valdivia, hasta gigantes de ocho metros para complejos culturales. Todas son réplicas de sus ancestros, los manteños.
Rivera es uno de los artesanos que moldea las réplicas grandes.
También por iniciativa propia incursionó en la elaboración de cuadros a base de sellos de la cultura Jama-Coaque.
La investigadora y directora del taller La Casa de Horacio, Tatiana Hidrovo, afirma que el uso de la arcilla es milenario.
“Hay vestigios según investigaciones de arqueólogos sobre la utilización del barro en la elaboración de figuras donde se retrataba la cotidianidad de la vida de las culturas asentadas en la costa del país”, reseña.
“Los restos datan de más de 3.500 años antes de Cristo (aC) en la zona de la península de Santa Elena. Pero su presencia está agrupada en confederaciones, entre ellas la Manteña”.
Sobre el trabajo de los artesanos de La Pila, afirma que es una práctica ancestral, donde cada uno además de heredar las habilidades aprendió con las técnicas de la observación a trabajar el barro como lo hicieron los habitantes precolombinos que habitaban esas tierras.
Las figuras de réplicas precolombinas elaboradas por los artesanos de La Pila se venden especialmente a los turistas de la Sierra y extranjeros. Con un sello que certifica que es una copia se ofrecen las piezas a quienes buscan estas artesanías. (I)