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Ecuador, 16 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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La policía que soportó el dolor para que su hija naciera sana

El lunes 7 de septiembre de 2009 parecía un día más de trabajo para Angélica Borja Congo,  policía de tránsito que había sido recientemente asignada a la región rural de San Gabriel, provincia del Carchi.  Tenía más de dos meses de embarazo.     

Es irónico pensar que ir a supervisar un accidente -una actividad de rutina para ella- le cambiaría la vida en un incidente relacionado también con el tránsito. “Mis superiores me indicaron que se había registrado un accidente  en la zona de Cúnquer, pero jamás imaginé que en ese operativo iba a ser víctima de la irresponsabilidad de un conductor”, sostiene ahora, luego de 4 años del percance.

El accidente múltiple ocurrió muy rápido: un tráiler la atropelló a ella y a otras personas que estaban en el lugar. En medio del dolor, de la urgencia y del sonido de  la ambulancia tenía algo muy claro: no quería que le ocurriera nada al bebé que llevaba en su vientre.

El hecho tuvo consecuencias trágicas: la pérdida de su pierna derecha, de una parte de su cadera y una gran cicatriz en el rostro que está ahí para recordarle que sobrevivió. Que sobrevivieron.   

“No me importa que me duela a mí, con tal de que no le haga daño a mi  bebé”, decía, al rechazar la medicación para el dolor que los doctores intentaban darle luego de la amputación de la extremidad. No había otra salida y apenas tenía 10 semanas de gestación.
Su hija, Angélica María, nació el 2 de abril del 2010, 7 meses después, cuando aún ella se mantenía renuente a recibir fármacos. La nena no comprende aún el significado de su vida. No sabe que representa la esperanza, la lucha durante meses, la invencibilidad ante el dolor. Sonríe, simplemente. Dicen sus familiares que heredó el carácter alegre de su madre.

La pequeña Angélica María pasa la mañana y parte de la tarde en una guardería ubicada en el centro norte de la capital, mientras tanto, Angélica labora en la Unidad de Miembros Policiales con Discapacidad, en el Hospital de la Policía. La mujer vive su jornada laboral entre una impresora multifunciones y una copiadora, que se encuentran en los extremos de su escritorio.

Atiende las llamadas y revisa los documentos.  A su derecha, reposa la muleta que le ayuda a moverse con mayor facilidad, con el soporte de su prótesis. 

Esta mujer  afroecuatoriana nacida el 18 de enero de 1982 es oriunda del Carchi. Hija de un agricultor y de una auxiliar de enfermería, según sus allegados es una mezcla de fuerza y serenidad. Eso lo demostró en el hospital, mientras todos estaban devastados.  

Angélica residió desde el 2003 en la capital e ingresó a las filas policiales el 14 de septiembre del 2004. Según dijo, desde niña estuvo convencida de que de grande  quería usar el uniforme. “Me decían que era  peligroso,  incluso me dijeron que no era una profesión para  mujeres, pero nada de eso me importó”.

Pese a que Angélica ya no trabaja en operativos, atender a los demás uniformados que viven con alguna discapacidad le da alegría.  La joven, de labios gruesos y cabello recogido,  no reniega de su situación. Al contrario, ha aprendido de la experiencia y se enfoca en lo importante, en su premio a la resistencia: su hija, con la que juega todos los días al llegar a casa y quien la recibe, siempre,  con un abrazo.

Se revela como paciente y perseverante en la vida, en sus aficiones y actividades.
“Antes del accidente yo no sabía manejar, pero me tocó aprender para poder movilizarme. Después adquirí un vehículo automático que tiene adaptaciones manuales”, explica mientras reproduce  con gestos la forma particular de conducir su automóvil.

Carlos Mármol es   uno de sus compañeros de trabajo  y  responsable de atender los casos de enfermedades catastróficas en la unidad. Dice que Angélica -cabo segundo de Policía- ha crecido como ser humano y como profesional.

“El trabajo de ella como secretaria y comunicadora de la unidad es muy importante. Llegó en agosto de 2011 y desde entonces  ha tenido esa inquietud por saber más. Siguió un curso de computación y nos hemos ayudado mutuamente”, cuenta.

“Ella no es “fulera”, tiene buen carácter”, dice su madre Marta Congo, entre risas. “Un defecto de la negra... qué le digo...”, y  al final vuelve a reír. 

“Podemos hablar de virtudes porque nunca la he visto con ira o enojo. Siempre está riéndose pese a que soporta tanto varón que trabaja aquí. Somos como 12 y ella es la única mujer”, asegura Mármol.

Por su esfuerzo, el Municipio del Distrito Metropolitano de Quito le entregará este año el premio Manuela Espejo. La entrega del reconocimiento está prevista para  el  22 de abril, según sus declaraciones. De 33 mujeres que se postularon hasta el 6 de marzo pasado, ella fue la ganadora.

“Hace un mes, la oficina de coordinación de la Policía y el Municipio solicitaron que enviara mi hoja de vida. Y esta semana me dieron la noticia de que había ganado el premio. He atravesado situaciones difíciles y pienso que esto es una retribución al trabajo que he hecho”.

Esteban Ogonaga, amigo de Angélica desde hace 16 años, reitera que este premio es bien merecido. “Ella siempre tuvo vocación de servir y ayudar a los demás. Es el vivo ejemplo de que la gente nunca se tiene que dar por vencida”.

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