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La mayoría de las mujeres que sufren agresión tiene entre 20 y 40 años de edad
La Sala de Primera Acogida de la Mujer y la Familia del hospital Abel Gilbert Pontón recibe, al mes, hasta 150 nuevos casos de violencia.
Dicha área del hospital guayaquileño atiende a las personas agredidas. La mayoría de mujeres tiene entre 20 y 40 años edad.
Ellas ingresan al área de Emergencia con politraumatismos (golpes, fracturas y heridas).
Las que asisten a consulta externa tienen lesiones en partes del cuerpo que no pueden verse con facilidad: tórax y piernas.
Otras acuden por derivación del Consejo de la Judicatura para que asistan a terapias psicológicas.
La lideresa de la sala, Cynthia Morán, precisa que las víctimas quieren curar solo el dolor físico, aunque lo primordial es la atención con psicólogos o psiquiatras. La condición de vulnerabilidad en la que se hallan no les permite identificar la violencia que experimentan.
Las pacientes reciben asesoría legal para que conozcan en dónde pueden realizar las denuncias. “Al inicio es difícil cambiar su perspectiva. Ellas piensan en factores económicos: mujeres que tienen 2 o 3 hijos, que no trabajan y dependen de su agresor. Aguantan porque mantienen a los niños y viven bajo un techo”.
Las fases de la agresión
El psicólogo clínico David Jarrín explica que hay un círculo de la violencia: ‘luna de miel’, ‘tensión’ y ‘explosión’. La percibe más fácilmente alguien externo que la persona agredida.
“La golpeada fija las esperanzas en que cambie. Romper esta dinámica es complicado si no hay un proceso terapéutico para la víctima y el agresor”.
De acuerdo con la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida y Muertes Violentas (Dinased), en Ecuador se reportaron 50 femicidios de enero al 10 de septiembre. Durante este mes, en menos de una semana ocurrieron tres casos en Quito.
Todos los incidentes tenían rastros de violencia física y los principales responsables de los crímenes fueron sus parejas.
El silencio de las mujeres
La psicóloga clínica Carolina Delgado, quien atiende los casos que llegan a la Sala de Primera Acogida, cuenta que las mujeres sienten temor, a pesar de identificar a la red de apoyo o de tener a un familiar cerca, porque previamente han sido amenazadas.
También incide la educación que han recibido. “La violencia está en la sociedad. Enseñan a la mujer que debe ser sumisa y al hombre que debe ser ‘macho’ porque si no es así puede dudarse de su identidad”.
Estas situaciones de violencia -agrega- son identificadas como normales. “Algunas dicen que desean denunciar, pero luego les piden perdón y les prometen amor, que es lo que anhelan”.
Jarrín, quien es analista de Gestión Interna de Derechos Humanos, Equidad, Interculturalidad y Participación Social de la Zona 8 del Ministerio de Salud Pública (MSP), cuestiona la creencia popular: “En peleas de marido y mujer nadie se debe meter”. Señala que ese refrán le ha costado la vida a muchas. “Somos corresponsables de la protección de las personas”. La comunidad en general -recomienda- debe estar informada y direccionar a las personas que están en condición de víctimas hacia los espacios de salud. “Así evitaríamos que se alargara esta situación”.
Aclara que todos los centros de salud están capacitados para dar atención en casos de maltrato y, dependiendo de la gravedad de la agresión, las víctimas pueden acudir a las Salas de Primera Acogida.
A más de la sala instalada en el hospital Guayaquil, existe una en el Centro de Salud Materno Infantil Martha de Roldós, ubicado en la ciudadela del mismo nombre.
Morán explica que en estos espacios se evalúa si existe riesgo vital o social en la paciente.
En el primer caso, se valora si la vida de ella peligra al retornar al hogar; y en el segundo, si hay riesgo de que la víctima siga siendo violentada. En ambas situaciones se informa a la Fiscalía, que actúa de oficio para la investigación y tomar medidas de protección.
Cuando el paciente no tiene un lugar a dónde ir es derivado a casas de acogidas, hasta que se estabilice su situación. (I)