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Ecuador, 17 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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La historia por asalto

Si hay un tema que ha cobrado una vital importancia para nuestra América es la historia. Y la educación es la usina donde se produce este conocimiento, esencial para comprender el pasado, pero fundamentalmente el presente.

En este sentido, la escuela como icono de este proceso pedagógico ocupa un lugar trascendental, tanto para el individuo como para la sociedad en su conjunto. Domingo Faustino Sarmiento decía que había que “educar al soberano” por medio de la enseñanza básica. Es aquí donde se inicia el proceso de acumulación de capital cultural, y la historia es, en efecto, el subproducto de este capital.

El filósofo alemán Franz Brentano hablaba de los tres tiempos de la conciencia: el pasado representado por la memoria, el presente por la sensación y el futuro por la imaginación. Estos tres módulos temporales habitan en nuestra conciencia, y a partir de estos podemos percibir la historia como parte constitutiva de nosotros; un despertar necesario que requiere un aprendizaje coherente y sistemático.

Pero esto no es una tarea sencilla, a pesar de que en estos tiempos existe un mundo de posibilidades para obtener conocimiento, pero las estrategias, los métodos y los abordajes demandan una orientación que solo los educadores del campo de la historia pueden hacer llegar a las nuevas generaciones. ¿Cómo bajar este saber al aula y a las calles? Esa es la cuestión. Aparecen las dificultades clásicas, que eclosionan como la historia misma, con fuerza renovadora. La enseñanza de la historia es un arte practicado en el infierno de Dante de la sociedad burguesa que exige ante todo pasión, convicciones y valentía. Un oficio laborioso que abre nuevos interrogantes a viejas preguntas. Su disputa ya no es una utopía encriptada en el horizonte, es el territorio donde se resuelve el presente. Y el viento sopla a nuestro favor.       

Asimismo, las dimensiones de esta pugna nos llevan a dilucidar los momentos críticos del desarrollo pedagógico de la historia, consecuentes a la crisis del orden anterior que enterró la noción de pasado y su conexión inmanente con el presente. Este responde al contexto social, político y económico, donde los cambios y rupturas afectan de manera contundente la historia como disciplina y, por ende, su práctica intelectual en las distintas esferas sociales. En consecuencia, la dialéctica de la pedagogía histórica que se produce en el ámbito educativo se ha visto resquebrajada en las últimas décadas, negada por las teorías del fin de la historia y el pensamiento único de Occidente.

Su ocaso se volvió inminente y esto puso en tela de juicio el quehacer de los historiadores en el campo de la educación, a la vez que se vio deteriorada la figura del docente. Este cambio de época vuelve a colocar en perspectiva a la historia. El derrotero de este siglo XXI nos convoca a tomar la historia por asalto, parafraseando a Karl Marx: “Que se compare a estos parisienses, dispuestos a tomar el cielo por asalto”, frase maravillosa de la carta que le escribió a su amigo Ludwig Kugelman, el 12 de abril de 1871. Ergo, tomar la historia por asalto es conquistar la historia de la sociedad capitalista y colocarla en las manos del pueblo, para que éste tome conciencia de su propio pasado.

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