La directora cuenta que la guardería está abierta en diferentes estaciones del año, ya sea en verano o época de nieve
La Escuela del Bosque acerca los niños a la naturaleza en Zurich
Por Cristina Zueger Albuja, especial para EL TELÉGRAFO desde Zurich
Gabriel se despierta a las 7 y empieza a prepararse para ir a la escuela. Se viste de acuerdo a la época del año. Es invierno, sabe que pasará mucho frío así se pone la ropa interior térmica; mientras su madre le prepara un termo con té que llevará en la mochila. A las 07:45 están listos para salir a la escuela. Está de cumpleaños. “Ya tengo 5”, dice emocionado mientras estira todos los dedos de su mano derecha. Cami, su madre, lo acompaña hasta la entrada. “Normalmente camina solo a la escuela. Hoy es un día especial y tiene que cargar muchas cosas, por eso lo acompaño”, explica.
A las 8:30 ya han llegado todos los niños a la escuela. Hasta aquí el ritual es conocido por todos los que tienen hijos en edad escolar.
En la guardería y escuela Wakita, de Zúrich, es precisamente desde las 8:45 que las cosas empiezan a cambiar.
Es una escuela bosque, las clases se reciben en mitad de la naturaleza. La pizarra es el suelo, la tiza, troncos y piedras. No importa el clima ni las estaciones del año. Si llueve hay fiesta. Si hay nieve se construyen muñecos. Si hace calor, está el riachuelo para remojarse. En otoño recogen hojas secas.
“En el bosque los niños aprenden a aprender”, dice Marga Keller, directora y fundadora de esta guardería y escuela en Zúrich. “Es necesario que desde niños desarrollemos nuestras capacidades sensorio-motrices, son la base para que luego nuestro cerebro madure y acepte la información intelectual”, desarrolla la educadora. Y recalca que es importante dejar que los pequeños aprenden a través de las experiencias.
“Existen niños que a los tres años pueden tocar el violín, pero esa es una capacidad que les ha sido impuesta; y muchas veces esa imposición intelectual afecta el desarrollo de las competencias sociales. Yo creo que es mucho mejor dejar que el cerebro vaya fortaleciéndose, guardando información que se genera de acuerdo a la edad y a las experiencias”, comenta. Así se forma una base sólida y se consigue la madurez que se necesita para captar, casi de manera automática, la formación intelectual.
Anja Stamm, profesora de los más pequeños (2 a 4 años), afirma que es mucho más fácil trabajar con grupos de niños en el bosque que en un aula. “Muchos necesitan estar activos, y al aire libre gozan de esa libertad”, señala. Ella ha notado que se concentran mucho más cuando están en contacto con la naturaleza. “No es lo mismo ver desde la ventana un día gris y nublado que sentir la humedad de la niebla en la cara. Eso produce una infinidad de sentimientos, conocimiento y percepciones. Hace que los sentidos se agudicen y desarrolla el lenguaje. La naturaleza es diferente y se renueva cada día ”, explica Stamm.
Ambas coinciden en que la dificultad para que este tipo de educación se extienda radica en que no es fácil encontrar a gente que esté dispuesta a trabajar a la intemperie todo el año. “No es fácil encontrar profesores para este tipo de escuelas, tienen que ser personas que quieran estar fuera, que tengan ese contacto con la naturaleza. Que les guste y que sean muy flexibles, porque el plan del día puede cambiar en cualquier momento”, aclara la directora.
De la relación con los padres depende también gran parte del éxito de este método. Son ellos los que deben creer en esa manera de educar. Cami, madre de tres niños, se muestra completamente comprometida con esta filosofía. Diego y Gabriel han pasado ya por estas peculiares aulas. “El ver cómo se desarrollan mis hijos me hace pensar en que realmente a esa edad no son tan necesarios los conceptos académicos tanto como el descubrir el mundo a través de la naturaleza; es como dar el primer paso, conocer dónde estas parado, el respeto por el cuidado al medio ambiente y todo de una manera muy creativa”, señala.
Es la hora del recreo, los niños se sientan formando un círculo, sacan los termos con algo caliente para beber y comparten el refrigerio. Hoy hay galletas, mandarinas y queso. Después de una especie de “zapatito cochinito” van de dos en dos y muy ordenados a tomar su porción. Rocco no trajo hoy té. No pasa nada, Lovis le brinda del suyo. “Es muy importante que tomen algo caliente”, les aconseja la profesora.
Un cuarto de hora después están listos para la aventura de hoy. Ayudan a recoger todo, se calzan guantes, gorra y mochila y salen a ver qué sorpresa les ha preparado el bosque.
Acompañados por ‘Schoggi’, el perro boder collie de Anja, se adentran en la espesa niebla. Alexander muestra animado la piedra que se ha encontrado; Henri juega con una rama. - “¿Qué dijimos sobre las ramas?”, pregunta Naira, una de las 3 profesoras que acompañan al grupo. El niño sin mediar palabra la suelta y sale corriendo a ver qué hacen los demás.
Hoy es un día especial, se acerca la Navidad y parece que San Nicolás visitó la guarida que han construido los niños al inicio del año. Les ha dejado un regalo a cada uno: una bolsa llena de nueces, mandarinas y chocolates (una tradición suiza para esta época del año).
Cada día llegan con un tesoro diferente. Cami ha encontrado infinidad de “regalos” que sus hijos recolectan en el bosque. Desde hojas secas hasta plumas y gusanos. “Forma parte de su día a día. Al principio me molestaba tener que limpiar, pero con el tiempo me fui acostumbrando, es cuestión de organización. En cuanto al frío, pues es cuestión de comprar la ropa adecuada”, dice.
Otro de los aspectos importantes que la directora de Wakita aprecia de su escuela es que aprenden a trabajar de manera solidaria, tanto padres e hijos, como profesores. Y sobre todo los niños ven que en “la naturaleza hay tantas formas de vida que tienen que compartir el espacio, vivir en armonía y funcionar”, aclara Keller.
La naturaleza les brinda un espacio único de aprendizaje, “muchas veces tienen que trabajar en conjunto. Ayudarse. Si para construir una cabaña tienen que cargar un tronco pesado, piden ayuda; si el terreno es resbaloso por la nieve, se dan la mano. Hay muchos problemas y deben buscar una solución en equipo”, explica.
Wakita no solo impulsa proyectos para la escuela, sino también para la comunidad. Un día al año, los padres se unen a las excursiones y junto a sus hijos ayudan en alguna tarea que necesite el bosque. “Este verano ayudamos a limpiar un espacio donde vivirán especies en extinción, como las abejas o mariposas del bosque”, cuenta Cami.
Ha sido un día frío y húmedo. Cami tiene que regresar a casa, pronto llegarán sus hijos. Diego ya va a la escuela normal y su madre asegura que no ha tenido ningún problema en integrarse en el sistema escolar regular. Antes de irse dice: “Se me olvidó comentarte que además no se enferman nunca”. (I)