La encíclica laudato si, del Sumo Pontífice, refleja la postura oficial del vaticano sobre los principales problemas ambientales, la pobreza y la desigualdad
La encíclica de Francisco, una guía política para el siglo XXI
Guayaquil-Quito.-
Imagine un mundo donde el 52% de los recursos del planeta (agua, energía, oro o petróleo) está en manos de solo el 20% más rico de la población y en donde el 80% restante goce exclusivamente del 5,5% para usar y sobrevivir. No es el argumento de un documental o serie, sino la realidad mostrada en el informe de la Oxfam en 2014.
A inicios de 2015 su directora ejecutiva, Winnie Byanyima, preguntó a los países más ricos reunidos en Davos: “¿Queremos vivir en un mundo en el que solo un 1% de la población posea tanta riqueza como el resto de nosotros?”.
La magnitud de la desigualdad, revelada gracias al informe de la Oxfam, es tal que a pesar de todos los esfuerzos de los gobiernos progresistas poco se ha podido reducir la brecha entre ricos y pobres. A esto se suma otra problemática: a medida que aumenta la demanda de recursos de los más ricos, crece también el consumo de fuentes no renovables. Y esto último contribuye al aumento de emisiones CO2 en el planeta. Después de todo, recuerdan los ambientalistas, cada actividad del ser humano y cada producto que come o consume tiene su huella ambiental.
Hoy es el papa Francisco quien retoma la discusión sobre la desigualdad, pobreza, consumo y medio ambiente. Con un planeta prácticamente en el desastre, la encíclica Laudato Si o Alabado Seas es más que un documento con retóricas, es un llamado de acción a los católicos, la ciencia y los gobernantes.
El Papa enfatiza que los pobres son los más afectados con el cambio climático, y en especial de algo que describe como un sistema económico en favor de las fortunas y los políticos.
Y no solo eso: el Sumo Pontífice también condena el consumismo, y aquel afán excesivo del mercado de obtener más riquezas, de tenerlo todo y más.
¿Qué dice el sector empresarial?
El primer Pontífice latinoamericano rechaza en la encíclica aquella concepción del mercado, en la que las empresas aspiran a acumular riquezas. “¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?”, cuestiona el Sumo Pontífice.
Sobre este afán de acumulación, Juan Carlos Díaz-Granados, director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Guayaquil, asegura que el mercado y la propiedad privada han demostrado ser ‘más efectivos’ en la preservación del medio ambiente.
Según el empresario, son las grandes empresas las que se han preocupado por la deforestación o polución en los ríos. Aunque las evidencias muestran otro panorama. Solo para tener un ejemplo el derrame que ocasionó Chevron en la Amazonía dejó 880 piscinas sin protección que receptan los residuos. Además hay pasivos ambientales: miles de ciudadanos afectados de cáncer luego de las operaciones de la petrolera en la zona.
En cuanto a la desigualdad que genera este afán desmedido por la riqueza, Díaz-Granados reconoce que el mercado no es perfecto, pero “a través de él se han conseguido mejores resultados en la lucha contra la pobreza en el mundo”.
Para el guayaquileño, la gente ha dejado de ser pobre “como resultado del trabajo que algún empresario generó, y así se solucionan los distintos problemas sociales, como la falta de educación y salud”.
Lo cierto es que Francisco enfatiza sobre la ‘deuda ecológica’ entre el Norte y el Sur del planeta, relacionada con “desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales”.
Un SOS para la humanidad
No es la primera vez que un Papa le dedica una encíclica al tema económico. Por ejemplo la Centesimus Annus 1991, cuyo autor fue el Papa Juan Pablo II, se publicó justo después de la caída del comunismo.
El Papa nacido en Polonia destacó en esta oportunidad la distribución injusta a nivel mundial, la explotación del medio ambiente y la necesidad de regular los flujos de capitales internacionales para promover el bien común. “Quiero proponer ahora una relectura de la encíclica leoniana, invitando a dar una mirada retrospectiva a su propio texto, para descubrir nuevamente la riqueza de los principios fundamentales formulados en ella, en orden a la solución de la cuestión obrera”, dice el documento.
Lo que diferencia a la encíclica de Francisco es que por primera ocasión un Papa exhorta a las naciones más ricas a pagar su deuda social a los más pobres, y los insta a tomar acciones concretas para frenar el cambio climático.
Austen Ivereigh, quien escribió una biografía del Papa, dijo al diario The Guardian que el documento del argentino refuta la dirección en la que va el mundo, “guiado por la tecnología y el mito de que el progreso se basa en la explotación y la acumulación de bienes”.
Para Roberto Palacios, analista económico y profesor de la Escuela de Administración de Empresas de la Espol (Espae), el problema de la desigualdad que retrata el Papa desmorona el principio que abrazan las empresas: la maximización de la riqueza del accionista.
¿Qué puede estar mal con este objetivo? “Primero que los mercados no son tan libres, pues sí hay esta libertad se institucionaliza la inequidad. En una sociedad sin mecanismos para reducir el desbalance de poderes hay grandes costos sociales como pobreza y desempleo”.
El ser humano, lo primordial
El sacerdote diocesano de origen francés Pedro Pierre sostiene que América Latina es el continente donde la brecha entre ricos y pobres es más grande, “el sistema es el mismo en todas partes, el problema es que aquí la masa de gente pobre es más grande y por eso la desigualdad es más notoria”.
A su criterio, la encíclica despierta revuelo en la Iglesia Católica porque la mayoría de los sacerdotes y obispos no están preparados para escuchar el mensaje de Francisco debido a que están acostumbrados a una línea muy tradicionalista desde Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Entonces viene el actual Pontífice y desplaza el problema de las normas y pone al ser humano en primer plano, al afirmar que se debe ser misericordioso y compasivo, como lo dice el evangelio. “Las normas y reglas están bien en un derecho canónico y de una organización eclesial, que es necesaria, pero que no es primordial, lo primordial es el ser humano”, reitera Pierre.
Ante el anuncio advierte que la mayoría de la jerarquía o del clero no está conforme con el Papa, así como tampoco los grupos conservadores del Opus Dei, Schoenstatt y otros más.
Recuerda que durante 15 siglos, hasta el Concilio Vaticano II que inicio en 1962, la Iglesia estaba unida a la clase rica, pero desde esa década empieza a desligarse, al menos en sus definiciones, y a partir de allí se abre una brecha porque empezó a hablarse de inequidad, injusticia o acumulación de riqueza.
En su análisis va más allá de la reacción al afirmar que la encíclica y otras acciones que impulsa el Sumo Pontífice pueden crear un cisma, pese a que la intención no es tocar los dogmas sino evangelizar sobre quién fue Jesús, y cuál es la misión de la Iglesia.
“Jesús fue pobre, vivió por los pobres, murió por los pobres, ese es el mensaje que envía sin tocar la institución ni las reglas. Decía un sacerdote belga, José Comblin, que algún día tenía que haber una ruptura en la Iglesia, porque no puede seguir como está”.
Por eso asegura que los conceptos conservadores de Tradición, Familia y Trabajo son opuestos a estas nuevas ideas de la encíclica. Si bien hay mucha resistencia, Pierre indica que la fuerza y el carisma del Papa son fundamentales y los obispos no podrán luchar contra eso.
Para muchos Laudato si es más que un texto doctrinal o un documento ‘verde’, aunque haya sido presentado por el Jefe del catolicismo y se refiera al medio ambiente. Se trata en esencia de una encíclica social, en la que se advierte que el impacto más grave de la alteración del planeta recae sobre los pobres generando más inequidad en el mundo. (I)