Las guitarras Uyaguari llevan 4 generaciones
Cuando era niño, Pablo Andrés Uyaguari jugaba en el taller de su padre, sin saber que a los 21 años este espacio se convertiría en su vida.
En días pasados, él cumplió 28 y es el cuarto de la generación de una familia dedicada a la fabricación de instrumentos de cuerda.
En el taller trabaja con su progenitor Luis Enrique Uyaguari, el tercero de ocho hijos de don Julio Uyaguari, artesano de la comunidad Sigsillano, parroquia San Bartolomé, del cantón Sígsig.
Luis Enrique tuvo su primer contacto con la que sería su pasión, la luthería, a los 13 años. Guiado por su antecesor comenzó haciendo incrustaciones en las rosetas (figuras que rodean la boca de la tapa armónica del instrumento). Su tío Antonio aportó en su aprendizaje.
Los conocimientos de su padre le fueron otorgados debido a sus escasos recursos y por la enfermedad cardíaca de su progenitor, que disminuía su capacidad laboral. Lo que no perdió fue el ingenio y la creatividad que compartía en un taller que abrió con sus hermanos Antonio y Alfonso.
Luis Enrique le propuso a don Julio tener su propio taller. “Quería ayudar a mi padre, ya no estaba bien de salud y cada día empeoraba”.
El concurso
Transcurrieron 10 años hasta que un día el ímpetu y la motivación de don Julio, quien por su enfermedad dirigió a su hijo desde la cama, consiguieron que el aún “novel” constructor de guitarras participara en un concurso de artesanos en Quito.
Luis Enrique le manifestó a su padre que hacerlo sería demasiado difícil y que no tendrían oportunidad alguna de ganar.
Pero por el impulso de don Julio guardaron su mejor guitarra y requinto dentro de un estuche, y en medio de la incertidumbre arribaron a la capital.
La mirada de Luis Enrique se pierde entre las guitarras colocadas en los estantes. Suelta un suspiro y revela: “Tres meses después conocimos que ganamos el concurso. Viajé a Quito. Cuando regresaba feliz a casa me enteré de que mi papá había muerto”.
Aquel premio se había convertido en lo mejor que le había pasado hasta entonces y en el golpe más duro de su vida. “Con los 50.000 sucres que ganamos en el concurso, enterramos a mi padre”.
Desde entonces no solo se hizo cargo del taller, sino de su familia. Con Luis Enrique se mantuvo la “dinastía” que, según le contó su padre, apareció en el siglo XIX con su abuelo Isidoro Uyaguari, quien luego de tener una guitarra en sus manos la desarmó para entender su estructura. Fue este el punto de la historia de su familia y de la luthería.
Última generación
Dos años antes de la muerte de su padre, Luis Enrique se casó y de ese matrimonio nacieron Luis Alberto, Diego Felipe y Pablo Andrés. Este último se ha convertido en el más joven de la “dinastía” artesanal.
Pablo Andrés comenzó lijando la madera de las guitarras. Pasó el tiempo y la frustración apareció porque le parecía imposible elaborar el instrumento. Todo cambió el día que, bajo la tutela de su progenitor, construyó su primera guitarra. “Cuando la entregué al dueño y vi la alegría con la que la recibió, supe que este era mi camino”.
Desde entonces no solo aprende de su padre, pues gracias a la tecnología mantiene contacto con constructores del mundo y estudia a afamados fabricantes.
Pero hay otro detalle al que le han prestado crucial importancia: la sensibilidad. Ambos coinciden en que este elemento le lleva al artesano a determinar si una guitarra “sirve o no... únicamente con el tacto”.
La presencia de su hijo Pablo en el taller es considerado por Luis Enrique como un milagro que ha calmado sus ansias de conseguir quién en la familia herede el oficio.
De la madera del capulí, el ciprés, la teca y el nogal salen los charangos, tiples, bandolas, bandolines y, sobre todo, la guitarra clásica, la especialidad de “Guitarras Uyaguari-Quezada”.
Hoy, el niño que solo jugaba en el taller, ubicado en las calles Arquímedes 2-53 y Abelardo J. Andrade, se adentra en él y en los procesos creativos de la guitarra en busca de la perfección. (I)