Bajo la premisa de aumentar la calidad educativa de niños y jóvenes en Ecuador e Iberoamérica, y de mejorar el autoestima de los maestros, en los últimos 17 años la Fundación FIDAL lleva a cabo el concurso de Excelencia Educativa.

Esto está abierto para docentes de educación inicial, básica, media, bachillerato y educación no formal (aquella que se lleva a cabo en entornos que nos en escuelas o colegios). Incluso no es necesario estar vinculado a una institución educativa.

Rosalía Arteaga, presidenta Ejecutiva de la Fundación FIDAL, en diálogo con El Telégrafo, resaltó los proyectos que han recibido con el pasar de los años.

“Tuvimos un profesor de la comunidad Saraguro que hizo un proyecto sobre motricidad fina, y hacía que los niños, con una venda, tocaran la tierra, hierba mojada, arena, lana de las ovejas y así iban afinando su motricidad. He visto olimpiadas literarias que combinan la Educación Física con el Lenguaje. Una profesora hacía reciclaje de ropa usada, que después desfilaba en pasarela que hasta podían venderla”, declaró.

Para este año se cuenta con el apoyo de Olimpiadas Especiales. Primero se hace una lista semifinalistas de entre 30 a 40 proyectos. Para la gala final, un jurado nacional e internacional elegirá al ganador que se llevará una estatuilla Noues y un premio económico de USD 10.000.

Un proyecto que brinda calidez educativa, empatía y sensibilización con la salud mental

Jenny Patricia Cortez, docente, fue la ganadora del XVI Concurso de Excelencia Educativa, en 2024, con su proyecto “Lo esencial es invisible a los ojos”.

El mismo nació de una experiencia personal, luego de que su hija experimentara una caída en su coeficiente intelectual al ser víctima de bullying institucional. “Quería saber qué era lo que le pasaba”, señaló.

Tras involucrarse con temas de psicología y medicina, fue comprendiendo cómo impacta la salud mental en el aprendizaje. Con el tiempo entendió cómo una emoción positiva influye en un conocimiento pleno, y cómo una emoción negativa deja una marca de dolor en otros aprendizajes.

Con estudiantes de octavo de básica, Cortez realizó una campaña de social.

Los jóvenes desarrollaron obras teatrales, diseñaron un buzón de emociones, un mural de sentimientos y construyeron una “caja sanavidas” donde colocaban cartas sobre experiencias de discriminación de género.

Con quienes más se tuvo éxito fueron los estudiantes con Necesidades Educativas Específicas (NEE) no asociadas a alguna discapacidad como la dislexia, autismo o Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).

“El trabajo con estudiantes con discapacidad es súper complicado pero es visible. Cuando yo veo a un estudiante en silla de ruedas es muy poco probable que le pida que corra una maratón. El problema es que a los niños con, dislexia o TDAH sí les pido que lean, redacten, escriban y calculen igual. Es algo que hacemos regularmente porque las necesidades educativas no asociadas a la discapacidad no se ven, son invisibles. Yo no sé si un niño tiene TDAH o es autista”, declaró.

¿Qué diría a docentes y padres de familia para que puedan trabajar en este aspecto de la sensibilización y empatía?

“No necesito material didáctico carísimo para poder trabajar. Pueden cantar, salir un ratito al patio, contar un chiste o que ellos lo cuenten. Hay muchos generadores de bienestar que benefician a docentes y estudiantes. Para el docente ser empático y amorosos, y para los padres estar atentos a las señales, un chico que no quiere ir al colegio es porque algo pasa”, dijo.

Según Cortez este proyecto ayudó a estudiantes con NEE a empoderar su aprendizaje y resaltar en ciertos espacios "sin quedarse en el punto ciego del aula". De hecho, para ella también se convirtió en un impulso para llegar a ponencias, escuelas y universidades. Su propuesta es ahora un modelo de acción pedagógica.

“No hay práctica educativa pequeña. Esas prácticas pequeñas muchas veces son las que más transforman”, concluyó.