El feminismo debe ser interseccional
Las últimas jornadas de movilización popular deben llamarnos a reflexión sobre los feminismos ecuatorianos y las alianzas-desencuentros entre mujeres diversas, pero también desiguales. El feminismo es un proyecto colectivo y emancipador. En todos los tiempos y culturas, las mujeres se han enfrentado al poder, pero cuando se organizan y toman conciencia de género, aparece el feminismo como teoría política, movimiento social y posición vital.
En Ecuador es histórica la alianza entre las feministas mestizas de sectores medios y populares: académicas, intelectuales, estudiantes, trabajadoras con las mujeres indígenas en su diversidad, que se han acompañado mutuamente en sus luchas, desde una apuesta anticapitalista y de izquierda.
La lucha contra la violencia y a favor de la despenalización del aborto ha sumado a mujeres de todas las clases sociales, pero la resistencia contra la violencia de Estado y las medidas económicas antipopulares nos dividió radicalmente entre feminismos de izquierda y de derecha.
Las feministas lesbianas, chicanas, indígenas, afrodescendientes y trans posicionan en los feminismos diversos la intersección de opresiones en razón de la clase, la diversidad funcional, la pertenencia a pueblos y nacionalidades, la orientación sexual y la identidad de género.
Una de las características de la cuarta ola del feminismo es la diversidad interna del movimiento y el rechazo al capitalismo neoliberal, al extractivismo y a la precarización laboral.
En Ecuador, Nayra Chalán, feminista indígena, denuncia el racismo del feminismo hegemónico: “resulta brusco querer insertar en las comunidades indígenas el feminismo de universidad privada que promueve la clase media” [porque] “los feminismos necesitan apellidos, porque los tienen. Porque hay feminismo negro y hay feminismo obrero, feminismo marxista y anarcofeminismo y porque todos ellos y muchos más entran dentro de una perspectiva enriquecedora para el mundo que es el feminismo de clase”. Cuando las violencias ocurren contra las mujeres empobrecidas y de pueblos y nacionalidades, no siempre es noticia.
La mirada interseccional, según Mara Viveros, intelectual afrodescendiente, “permite desvelar la multiplicidad de experiencias de sexismo vividas por distintas mujeres y la existencia de posiciones sociales que no padecen ni marginación ni discriminación, porque representan la norma misma, como la masculinidad, la heteronormatividad o la blanquitud. A la par, desafía el modelo hegemónico de “Mujer”, para comprender las experiencias de las mujeres pobres y racializadas como producto de la intersección dinámica entre el sexo/género, la clase y la raza en contextos de dominación construidos históricamente.”
En la resistencia popular las mujeres indígenas y no indígenas, madres, lideresas, estudiantes, activistas, jóvenes, marcharon, se organizaron en asambleas, redes de cuidado, ollas comunitarias y construyeron espacios de paz con las universidades y estudiantes solidarios. El feminismo debe conjugar un proyecto colectivo sin perder las especificidades.
En las movilizaciones el liderazgo de las mujeres indígenas es histórico: han puesto el cuerpo, con sus hijas e hijos, en la lucha por sus territorios, por los derechos colectivos de sus comunidades, por abrirse paso dentro del movimiento indígena cuyas cabezas son masculinas y contra la precarización de las condiciones de vida que las afecta más a ellas: están en la base de la pirámide social, reportan las cifras más altas de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, analfabetismo, pobreza de tiempos, de ingresos, embarazo adolescente, explotación laboral y violencia.
Mirian Cisneros, presidenta del pueblo Sarayaku, en brillante intervención en el diálogo con el presidente, con sencillez y contundencia, resumió los motivos de vida que están detrás de las reivindicaciones de los pueblos y nacionalidades.
Ciertos feminismos liberales niegan o subestiman la agencia de las mujeres indígenas, sus procesos organizativos y liderazgos, las imaginan como sumisas y manipuladas, en lugar de reconocer que todas las mujeres luchamos contra el machismo de nuestros contextos.
Replican en sus relaciones con mujeres racializadas los mismos argumentos que critican en los varones para referirse a las mujeres.
Han comprendido la dominación de género, pero no la dominación de clase. Callaron frente a los excesos en el uso de la fuerza sufridos por mujeres y niñas en las manifestaciones; sin reciprocidad con la sororidad de las mujeres indígenas con la agenda tradicional de las mestizas, porque también es la suya: han defendido temas que seguro les son más costosos en términos personales, frente a sus comunidades, como el aborto.
Para Diana Maffía, el feminismo es la aceptación de tres principios: uno descriptivo, uno prescriptivo y un práctico. El primero se prueba estadísticamente: en todas las sociedades las mujeres estamos peor que los varones. El segundo es una afirmación valorativa: “no es justo que sea así”. El tercero implica la aceptación de un enunciado práctico, de compromiso: “estoy dispuesta a evitar que esto sea así”.
En contexto, las mujeres indígenas, estadísticamente, están peor. Esta realidad es injusta y debemos, todas, comprometernos para transformarla.
Por eso el feminismo debe ser intercultural e interseccional. Y de izquierda. Si no, pierde su potencial transformador y avala nuevas formas de desigualdad. (O)