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La evolución de la sociedad se refleja en las expresiones gráficas públicas
Se dice que los cambios planetarios comenzaron en la década de los sesenta, la más lúdica y divertida del siglo XX.
Era una mezcla inexplicable parte de rebeldía con causa, parte de irreverencias sutiles frente al poder, la religión, el sexo y todo lo que olía a orden establecido, en varios ámbitos de la vida: el arte, la ciencia, la política, la economía, la cultura y la música… Los grafitis fueron parte de esa parafernalia.
Pero, ¿qué son los grafitis? Su origen es muy antiguo. Nacieron en Egipto, en Grecia y Roma. El grafiti es un mensaje que expresa un concepto –a favor o en contra de algo-, es una especie de medio de comunicación de la gente, especialmente de los jóvenes. Son famosas aquellas pinturas de la revolución de mayo, de París, de 1968: “¡Prohibido prohibir!”, “No a la guerra, sí al amor”, entre otros.
Era el tiempo del “Hombre unidimensional”, el libro más leído de entonces, gracias al pensamiento de Hubert Marcuse, francés, quien hizo delirar a la academia y a todos los jóvenes.
Quienes expresaban descontento frente a la guerra de Vietnam y a una sociedad de consumo que se erguía como la panacea de la modernidad y que, curiosamente, ofrecía confort pero, al mismo tiempo, alentaba a producir maquinaria para exterminar inocentes en el sudeste asiático.
Eran los tiempos de Los Beatles y del nacimiento del rock, el furor del jet en la aviación y del jet-set en Hollywood.
Los inicios de la droga, el pop art, la LSD y la liberación femenina; la llegada del hombre a la Luna y el auge de la televisión en blanco y negro, primero y en color luego; la caída de De Gaulle, la invasión a Cuba y la crisis de los misiles entre John F. Kennedy y Nikita Kruschev.
El amanecer de la Iglesia con el Concilio Ecuménico II y la teología de la liberación –con los documentos de Medellín y Puebla- ahogados luego por la ortodoxia.
Los jóvenes se autodefinieron entonces como “contemporáneos del futuro”; es decir, no solo el cambio de generación, sino el mismo futuro que se abría ante los ojos, los cerebros y los corazones como un horizonte de insospechadas sorpresas.
A la revolución de la agricultura y a la revolución industrial y postindustrial sobrevino una tercera revolución silenciosa y de resonancias planetarias –la sociedad del conocimiento-, de la mano de las nuevas tecnologías de información y comunicación, conocidas como TIC.
En este contexto global las urbes se convirtieron en macrociudades, muchas de ellas inmanejables, donde el déficit de servicios básicos aumentaba mientras, paralelamente, las estructuras de cemento y hierro crecían hacia las nubes.
La exclusión se agigantaba, con resultados patentes pronosticados por Malthus. (O)