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El Telégrafo
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“En el Día de la Madre lo único que quiero es dormir”

“En el Día de la Madre lo único que quiero es dormir”
08 de mayo de 2011 - 00:00

“¿Qué es el Día de la Madre? Quizá la señora Marcelita, de la fundación, nos haga un agasajo,  pero en realidad es como cualquier día para mí. Yo nunca celebré este día. ¿Mi familia celebrará? No sé.

Desconozco qué edad tendrá ahora mi Pablo. Yo tenía 20 años y el Ramiro 18 cuando me embaracé, allá en la provincia de Bolívar, en un maizal propiedad de mi tía.

Con mi paquete de pañales y la tina de baño, con mi barriga, esperando a Pablo, me fui a Ibarra, es que no tenía  a dónde ir. Allá  llegó  mi hermano y no sabía cómo explicarle de  mi embarazo. ¿Qué le digo al Arturito? pensé. Como una cínica, como una sinvergüenza, volví a casa de mi hermano.

No sé cómo mi cuñada le dijo a mi hermano que yo estaba en cinta, pero ahí tuve problemas y me fui a casa de una prima, donde me trataban bien.

Cuando iba a dar a luz,   me llevaron en taxi hasta la maternidad, allá en la Alameda (centro de Quito). Es  que uno tras otro me venían  los dolores. Ese día mi prima le había avisado a mi  hermano y, cuando mi Pablo nació,  él se lo llevó. 

Una vez fui a la casa de mi hermano a pedirle prestado  para pagar el arriendo de donde yo vivía. Sé que ahí estaba mi Pablo, pero solo salió mi cuñada a darme un sobre.

De mi hijo no sé nada hasta hoy, porque nunca lo vi, solo recuerdo que  lo dejé en pañales. Mi hermano y su esposa, que viven en San Carlos (norte de Quito) lo criaron. No puedo ir a visitarlo porque me quieren llevar a un  asilo. Yo no conozco a mi hijo.

Viví en la calle porque buscaba  trabajo en alguna casa, pero  no hubo  nada para mí. Un día, en la Plaza de San Francisco conocí a unas morenas y su consejo era: ‘El que monta manda’, y yo le dije que no me vengan con tonteras, y llegó el Pascual, pero como estaba chumado no le paré bola. Ese momento me quitó mi funda de ropa  y me llevó a su cuarto, allá por San Roque (centro de la capital).

Por ahí  vivían sus padres, que trabajaban vendiendo pescado y a veces el Pascual también. Otras se dedicaba a la construcción y yo ayudaba pasando el  ripio, el agua... así yo me hice del Pascual, mi morenito.

Ya viviendo con él, un día le dije que le reclamara a la dueña de casa que arregle el techo porque había goteras y eso iba a dañar nuestro colchón, pero ella se enojó y nos sacó del cuarto. Vivimos en la calle, como errantes, hasta que conocimos a un amigo que nos llevó a cuidar carros en la esquina de la iglesia La Dolorosa, pero el padre nos echó porque el Pascual nunca llegaba sano, siempre le gustó la copa. Dormíamos en la calle, con cartones, donde nos cogiera la noche.

Después,  un amigo del Pascual nos arrendó un cuarto y dormíamos en estera. Un día, el Pascual amaneció frío. No sé qué enfermedad tenía, pero me dejó solita. Sus restos están en San Diego, pero no conozco la tumba.

Entonces volví a la calle, a pedir caridad, hasta que conocí la fundación (Abuelitos de la Calle). Ahí la señora Marcelita me da comida y paga el arriendo de mi cuartito. Ella vale millones para mí porque me ayuda  con mi enfermedad. Me duele la cabeza (hipertensión), las vías urinarias y tengo una catarata en el ojo izquierdo.

Por eso, el día de las madres no quiero nada, solo ir a mi cama a dormir. Lo único que haré es ir a misa y de ahí volver a mi casa a dormir. El sábado y domingo, que no abre la fundación, solo tomaré el vaso de cola que me dan acá en la tienda de los Molina”.

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