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El vacío que dejan los padres en Chunchi nunca logra ser llenado

La madre de Nicole A. envía religiosamente $ 200 al mes desde EE.UU. para construir una vivienda en Chunchi. Se fue hace 2 años. Foto: Francisco Ipanaqué / El Telégrafo
La madre de Nicole A. envía religiosamente $ 200 al mes desde EE.UU. para construir una vivienda en Chunchi. Se fue hace 2 años. Foto: Francisco Ipanaqué / El Telégrafo
13 de abril de 2015 - 00:00

El quinto grado de la escuela María Auxiliadora - Fe y Alegría no participará este año del campeonato interno de fútbol. No hay suficientes jugadores. De los 28 estudiantes, solo 5 gozan de abrazar a sus padres por la noche.

El resto de pequeños de esta clase en Chunchi, cantón de Chimborazo, viven con sus abuelitos o tíos. En muchos de los casos son adultos mayores que a pesar de sus ganas por complacer a los niños, sus energías y piernas no se los permiten.

¿Quién tiene a sus papis en el extranjero?, pregunta la maestra a los niños. Tienen miedo de alzar la mano, se miran entre ellos, sonríen, se arreglan sus vestidos o pantalones, toman un lápiz, simulan escribir... y cuando nadie los ve, alzan sus manitos. Son la mayoría.

Entre ellos está Nicole A., con sus inmensos ojos negros y pestañas tupidas. Luce una cola de caballo que cae justo encima de sus hombros. Tiene 8 años y sus orejas están sanando de una infección. Trató de perforarlas para lucir unos aretes que su mamá le envió desde EE.UU., pero lo hizo ella, sin ayuda de nadie y sin alcohol.  ¿No vas a esperar que sanen? “No, me los quiero poner esta tarde, son de oro y los compramos en el centro”, dice.

Cuando sale de la escuela, Nicole llega a su casa a las 14:30; antes debe subir unos 30 minutos en camión por una colina empedrada y sin asfalto. Vive en Ramos Lomas, una de las comunidades rurales de Chunchi. Para cualquier foráneo hace frío, y es porque la neblina comienza a bajar y caen unas pequeñas gotas de lluvia. Su casa nueva está ubicada al pie de la colina, tiene 2 pisos y por el momento es solo de cemento. ¿Dónde vives ahora? “Con mis tíos y mis abuelitos allá”, señala la pequeña a una vivienda hecha de adobe y piedra. Afuera hay 3 perros que le mueven la cola y la esperan para jugar.

En la tarde Nicole tendrá que estudiar para su examen de matemática. Lo hará sola porque su abuelita, quien la cuida, no entiende bien las operaciones.

En Chunchi la migración ha dejado familias con abuelitos y tíos a cargo de niños pequeños.  Hay adolescentes que crecieron solos y niños que aún lo hacen. Es el caso de Nicole.

“Los padres son únicos, las abuelitas vienen a la escuela, están pendientes de los chicos, pero hay un vacío que dejan los migrantes, ese es imposible de llenar”, dice Edison Cabezas, el responsable pedagógico de la unidad María Auxiliadora.

Cabezas, un profesor de mediana estatura y con su familia en Riobamba, trabaja allí hace 10 años. Conoce de cerca la problemática de la migración. No culpa a los padres por salir de Chunchi, pero sí dice con rostro de preocupación que los hijos de padres migrantes son diferentes. Presentan inconvenientes en lo académico y emocional.

Por lo general la rutina de un pequeño en Chunchi, un cantón  donde casi todos se conocen o se saludan por la mañana, es que su papá o mamá lo lleve de la mano a la escuela, lo despida y luego se quede conversando con el maestro sobre el rendimiento del menor de edad. “Es un movimiento diario, vienen hablan con nosotros, pero con algunos niños es diferente. Cuando recién llegué a la escuela convoqué a una reunión de padres y mi sorpresa fue ver solo a mujeres y luego a adultos mayores”, cuenta.

En lo académico, dice que el rendimiento de los hijos de migrantes es bajo. “Como viven con los abuelitos, no hay quién los ayude, las señoras dicen que los niños les mienten sobre los deberes que deben hacer, y ellas como no saben leer les creen”.

Lo emocional pesa aún más

El rendimiento escolar o la mejora en las calificaciones son superables. Por ejemplo, el Municipio de Chunchi implementa desde hace 8 años el programa Tiempo Libre, que inicialmente fue dirigido para hijos de migrantes. Tenían clases de pintura, canto y  reforzamiento de tareas, para precisamente elevar el nivel educativo.   El proyecto sigue y es una opción para rescatar a los pequeños.

Recuperar la parte emocional de niños que crecen solos es la parte más difícil. La soledad los agobia y cuando crecen son propensos a las adicciones, relaciones sexuales a temprana edad e incluso el suicidio. Tienen problemas con sus padres que viven en el extranjero cuando estos tratan de imponerles disciplina a la distancia. Esto le sucede a Vanesa de 15 años. Su madre emigró cuando era pequeña a Newark, EE.UU. Regresó hace poco, pero no viven juntas. ¿Por qué? “Es difícil, no me entiende”, dice con voz pícara. Ahora está con unos tíos, porque su tía predilecta también emigró.

En 2010 se registraron 61 casos de suicidio en jóvenes menores de 20 años. Se culpaba a la migración. Otros por fortuna no tuvieron éxito. Vanesa conoce a uno de ellos. Fue su primo Luisito quien hace 4 años tomó veneno de ratas, agobiado por la falta de su madre y porque su padre fue asesinado. “A veces dice que piensa de nuevo en hacerlo”, dice la joven.  ¿Por qué crees que tiene de nuevo esos pensamientos? “No nos entienden”.

Hoy Chunchi ya no quiere ser conocido como un pueblo suicida. Ese fue un término despectivo  que les dio la prensa, según cuentan los jóvenes consultados.  Sobre el tema hay hermetismo en el colegio 4 de Julio, de donde supuestamente salieron los casos. A raíz de los intentos de suicidio, el hospital Miguel León Bermeo desplegó un programa de ayuda psicológica. Ha servido, dice su responsable, quien prefiere omitir su nombre. Los profesionales del centro dan charlas a los chicos en los 2 planteles.

Además, la Comisaría prohibió la venta de veneno de ratas o de animales a menores de edad. En los últimos 5 meses de este año apenas hubo 4 ‘intentos’. Fueron eso, solo intentos y sin éxito, porque en medio de la neblina de Chunchi, de los millones de remesas al mes y de casas de los migrantes hay niños como Nicole con sueños y tareas por hacer. Dice que quiere ser diseñadora de modas, pero antes deberá pasar su examen de matemática. (I)

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