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El trayecto de Aristóteles al Sumak Kawsay

El trayecto de Aristóteles al Sumak Kawsay
03 de mayo de 2015 - 00:00 - Freddy Ehlers Zurita

Fue Aristóteles quien -hace más de 2.300 años- habló de la felicidad como el “bien supremo del hombre”. En 1776, Thomas Jefferson escribió en la Declaración de Independencia de EE.UU. que el Creador ha dotado al hombre con derechos inalienables, entre ellos, “la búsqueda de la felicidad.”

Simón Bolívar dijo, en 1819, en su memorable discurso ante el Congreso de Angostura: “El Gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible...” . En 1972, Jigme Singye, rey de Bután, propuso reemplazar la medición tradicional de la riqueza de una nación a través del Producto Interno Bruto, por el índice que mide más bien el Producto Interno de la Felicidad.

En 2008, se emitió la nueva Constitución del Ecuador, basada en la propuesta del Sumak Kawsay o Buen Vivir, que significa la práctica de una vida feliz, una vida en plenitud. Al siguiente año, Bolivia promulgó su nueva Constitución basada en la concepción aymara del Suma Qamaña, que se traduce como el Vivir Bien. En  2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas emitió la resolución 65/309, en la que “invita a los Estados a la búsqueda de métricas adicionales que reflejen la importancia de la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo”. Y ese mismo año se constituyó en Ecuador, mediante el Decreto 30, la Iniciativa Presidencial para la Construcción de la Sociedad del Buen Vivir. Con ella, nació la Secretaría del Buen Vivir, con el propósito de promover esta propuesta de vida. La vida consciente nos lleva al Buen Vivir y este es el camino para alcanzar la felicidad.

Vivimos un tiempo de inconsciencia y destrucción. La codicia humana y el crecimiento económico ilimitado nos están conduciendo a situaciones de enorme riesgo para la vida humana en el planeta. Es necesario comenzar un cambio de nuestro modelo de vida hacia un modelo más sencillo, sin que este contribuya al deterioro de nuestro medio ambiente.

No será posible vivir una buena vida y hacer de la felicidad el objeto de nuestra existencia si no alcanzamos una transformación profunda en nuestra forma de vivir. Para ello, es indispensable comenzar con los más pequeños: los niños. Predicar con el ejemplo para entender que aquella anhelada felicidad se consigue simplemente aprendiendo a vivir en armonía con la naturaleza.

Desde Aristóteles, y mucho antes, el ser humano ha querido ser feliz, pero olvidó su deseo en algún momento de su historia. Recién hoy estamos tomando conciencia de que no somos el centro del universo sino apenas una pequeña y humilde parte de él.

Volver a ser simples e inocentes, como fuimos cuando éramos niños, es posiblemente la tarea más difícil e importante que debamos emprender. (O)

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