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El trabajo infantil en Perú afecta más a las niñas

El trabajo infantil en Perú afecta más a las niñas
13 de octubre de 2013 - 00:00

La cuenta regresiva del semáforo ubicado en el cruce de las avenidas Universitaria y La Marina, en el este de Lima, es el obstáculo más grave que Xavier (nombre protegido) le encuentra a su trabajo de limpia-parabrisas. Pero sabe cómo manejarlo: en los tres únicos años que estuvo en la escuela, este niño de diez años supo llevarse especialmente bien con los números. “Siempre me ha gustado contar, sumar, restar, de grande quisiera ser ingeniero”, dice con una voz gruesa que no se pierde entre el caudaloso tráfico que atraviesa este sector de la ciudad.

Hace dos años que dejó de asistir a clases por falta de dinero. “Mi madre enfermó y no pudo seguir pagándonos el estudio, así que a mi hermano y a mí nos tocó trabajar”, comenta el pequeño.
En treinta segundos, lapso en que el semáforo detiene el tránsito, echa agua sobre el parabrisas, pasa el limpiador de vidrios y seca con una franela la superficie, con una velocidad inusitada. “Veo que el tiempo se va a acabar y acelero”, quiere decir que interrumpe su labor para acercarse hasta la ventanilla del conductor y cobrar. Un segundo de más y todo su esfuerzo puede irse sobre ruedas.

La respuesta a esa competencia contra el semáforo tiene su recompensa al final del día. “Cuando me ha ido bien, completo unos 10 soles (3,50 dólares), y cuando ha estado mala la jornada, unos 4 o 5 soles (1,60 dólares)”. Pero indistintamente de ese resultado, el destino de la ganancia es el mismo:

“Entrego todo lo que gano a mi mamá, ella lo suma a lo que le entrega mi hermano, que limpia parabrisas en el centro, y a lo que ella ha ganado vendiendo caramelos, con eso comemos”, dice Xavier.

La suya es apenas una muestra de la realidad que a diario viven los menores que se dedican a trabajar en el Perú. De acuerdo a un informe emitido por la Organización Internacional del Trabajo, 1,6 millones de niños, niñas y adolescentes son trabajadores en este país. Una gran cantidad de ellos se encuentra empleada en las zonas rurales, en donde realizan tareas peligrosas y de jornadas extensas, entre las que cuentan el trabajo en minas, ladrilleras, latifundios e, incluso, labores sexuales.

Esa realidad es un reflejo de lo que pasa en América Latina, donde uno de cada diez menores está trabajando en la actualidad, lo que representa alrededor de 14 millones de niños, niñas y adolescentes. Brasil, el país con mayor trabajo infantil en la región, está por delante de Perú, que se ubica segundo, superando a México y Colombia.

Para María Arteta, directora adjunta de OIT para la Región Andina, países como Bolivia y Perú muestran estos  registros debido a la alta densidad de población indígena en sus territorios, lo que determina un elevado índice de migración hacia las ciudades, causal de diversos efectos, entre los que cuenta la economía informal: un 80% del total de menores trabajadores está enmarcado en este tipo de práctica, marginado de todo reconocimiento a derecho laboral, seguridad social y pago de sueldo mínimo, y expuesto al abuso de los empleadores que miran en la condición de necesidad del menor la mejor forma de aprovechar mano de obra.

Xavier sabe eso con mucha claridad. “Antes de trabajar en este semáforo mi mamá hizo que me acepten en una ferretería, haciendo mandados; el dueño me había prometido pagarme cada quincena, pero cuando faltaba un día para que la primera jornada se cumpla, dijo que no quería que regrese más. ¿El pago?, pregunté, y como respuesta me dio una patada”.

En mayo de este año la Fundación Terre des Hommes Holanda en Perú, reportó que en el país cerca de 110 mil menores realizan trabajo doméstico, muchas veces informal. De acuerdo a estos detalles, el 62% de niños, niñas y adolescentes que están empleados bajo esta modalidad, presentan un retraso escolar de dos a cuatro años, lo que representa, en la mayoría de casos, una deserción escolar definitiva.

Las más afectadas son las niñas, que representan un 79% de menores empleadas, con edades que van desde los 6 hasta los 17 años. De ellas, la mayor parte está empleada en servicios domésticos denominados “cama adentro”, en los que se les expone a una serie de maltratos, así como a una indiscriminada y extensa carga laboral.

Gran parte de estos menores proviene del interior del país, donde, paradójicamente, se ubican las regiones con más alta tasa de empleo infantil: Huancavelica (79%), Puno (69%) y Huanuco (65%), y donde los chicos se emplean en labores relacionadas con la agricultura, la manufactura y el comercio al por menor, obteniendo un promedio de 162 soles (58 dólares) mensuales por sus labores.

Sofía Mauricio, del Consejo Directivo de la Asociación Grupo de Trabajo Redes, señala que ese sentido de apoyo a la economía familiar que el niño cree encontrar en su labor, lo pone en peligro, pues lo involucra en un ambiente donde se vulneran sus derechos. “Muchas veces los chicos trabajan a cambio de una ropa o de un plato de comida. Cuando los padres mandan a sus hijos a trabajar, piensan que les irá mejor; pero no es así, no saben que están abusando del menor”, dice.

El Código Penal del Perú, en su artículo 128, establece penas de hasta cinco años de prisión a las personas que obliguen a trabajar o mendigar a los menores que tienen bajo su tutela, además de la pérdida de la patria potestad en la crianza del menor, pasando, la misma, a manos del Estado.

Sin embargo, la ley no supera el papel. Xavier, indiferente a ella, sabe que de su labor depende gran parte de la sobrevivencia de su familia.  Aunque anhela  tener tiempo para estudiar y   jugar, dice que también tiene claro que eso debe esperar. “Si no trabajo, nadie nos da de comer, la gente en la calle es mala, pero uno, con el tiempo, se vuelve como de piedra, nada te duele ya”, comenta.

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